Aramburu ha vuelto a sacar novela, cosa que a los aramburófilos nos llena de satisfacción. La anterior, La gran Marivián, con la que cierra su excepcional trilogía de Antíbula, es de 2013. Parece que desde que dejó la docencia hace unos años (Aramburu reside en Alemania desde 1985, y se dedicó mucho tiempo a dar clases de español a hijos de emigrantes) va a novela por año. Ya es un escritor profesional, que vive de su pluma, lo cual quiere decir que tiene su público, que las editoriales lo miman y que se lo ha sabido ganar. No hay tantos de estos, así que un respeto.
Pero vamos con el libro. Ávidas Pretensiones ha ganado el premio Biblioteca Breve 2014, que concede la editorial Seix Barral, y que son 30.000 lereles, que para Magdalena Álvarez resultarían apenas el salario de un mes en el Banco Europeo de Inversión, pero para un escritor es un dinero.
He de reconocer que Ávidas pretensiones me ha sorprendido. El tema nada tiene que ver con las obras anteriores de Aramburu. Si acaso, guarda alguna relación con su ópera prima novelística, Fuegos con Limón, de 1996. Como en ella, Aramburu hace literatura sobre la literatura, o mejor dicho, sobre los literatos. Los poetas (no solo en la novela, sino en la vida real) son seres fatuos, susceptibles, vulnerables, envidiosos y casi siempre frustrados por el escaso aprecio que le tiene el público actual al género poético. Siempre anhelantes de reconocimiento, de atención, de ocupar un asiento en el salón de la (escasita) fama que en España proporciona dedicarse a escribir librillos con renglones que no llegan al final del folio, los poetas pueden llegar a ser muy divertidos. Y sin duda lo son, desde la mirada de Fernando Aramburu, que también fue poeta, en tiempos. O lo sigue siendo, porque la condición de vate no caduca.
El asunto es el siguiente: un grupo de poetas acude al convento de las Espinosas, en el pueblo de Morilla del Pinar, donde tienen lugar unas Jornadas Poéticas, patrocinadas por el Ministerio de Cultura y el Gobierno regional de una comunidad autónoma cualquiera. El cóctel de monjas, poetas y lugareños acaba siendo explosivo. Pero el ingrediente principal son los poetas, que van apareciendo ante los ojos del lector presentados por un narrador gamberro, irrespetuoso y socarrón, que no se toma en serio ni a los poetas, ni a sus camarillas (fundamentalmente dos: los metafas o metafísicos y los comprometidos o izquierdillas, amén de otros que van por libre en el piélago de la lírica nacional), ni a la poesía en sí… y ni siquiera se toma en serio, en ocasiones, a sí mismo.
La novela, por si aún no ha quedado claro, es fundamentalmente una obra de humor. Las peripecias que le ocurren a la poetambre durante los dos días y tres noches que duran las jornadas son hilarantes. Escarceos sexuales (de diversa condición), aventuras psicotrópicas, miserias literarias, desventuras humanas, rencillas, venganzas, jugarretas, gamberradas… Aramburu lo maneja todo con su habitual maestría estilística y su admirable dominio del idioma. Y con un particular sentido de la medida que hace verosímiles unas situaciones que en la pluma de otro resultarían a buen seguro una astracanada zafia y simplona.
Hay quien considera la literatura humorística un género menor. No es mi caso, ni muchísimo menos. Recuerden que El Quijote es fundamentalmente una obra de humor. Con ello no quiero decir que Ávidas pretensiones sea un Quijote moderno. Si acaso, hay en la novela algunos guiños al Lazarillo, así como muchas referencias e intertexualidades de nuestros clásicos antiguos y modernos. Intertextualidades manejadas, también, con un ajustado sentido de la medida.
Conviene advertir que Ávidas pretensiones no es una novela para poetas, ni muchísimo menos. Cualquier lector normalmente constituido se lo pasará pipa con el relato. Pero es probable que un aficionado a la poesía (y más si es conocedor del mundillo poético contemporáneo) disfrute tal vez un poquitín más que alguien ajeno a ese círculo. Me imagino que algunos poetas leerán Ávidas pretensiones buscando a los colegas (o buscándose a sí mismos). Y seguro que los (o se) encontrarán. Sin embargo, como el propio Aramburu ha dicho en alguna entrevista, todo es ficción, incluso la observación preliminar:
A fin de preservar su vida y la integridad de sus modestos bienes, el autor ha tenido la cautela de asignar nombres ficticios a los actores de la presente crónica.
Pese a ello, me temo que algunos jurarán odio eterno a Fernando Aramburu. Yo no, porque no salgo.