Con esta expresión valleinclanesca titula Aquilino Duque la recopilación de ensayos breves, escritos la mayoría de ellos en los últimos años del pasado milenio, recientemente publicada por Ediciones Encuentro.
Si la libertad de expresión consiste en poder decir no lo que todo el mundo comparte, sino precisamente lo que a los demás no les gusta oír, este libro es una contundente reivindicación de esa hermosa libertad, hoy tan amenazada por la hipócrita dictadura de la corrección política, invisible mordaza que uniformiza opiniones y anula debates. Porque si algo caracteriza el fondo de los artículos de Duque es precisamente su absoluto desinterés por los dictados de la corrección política, lo que le permite calificar la música pop como la rebelión de los horteras, acusar a la educación para la ciudadanía de ser un eufemismo para camuflar lo que siempre se llamó corrupción de menores o recordar la desfachatez de mucho de eso que llaman arte contemporáneo.
Los asuntos tratados en esta recopilación de dieciocho breves pero sustanciosos artículos abarcan desde las eternas obsesiones localistas de una España empeñada en mirarse el ombligo hasta las grandes convulsiones que alteraron el mapa ideológico del mundo en aquellos años en que la pesadilla comunista acabó por desmoronarse como un castillo de naipes. Pero, lejos de complacerse en aquel famoso fin de la historia que también acuñose por entonces, Aquilino Duque denuncia lo que describe como el "espíritu inmundo del 68", soberano del mundo en las últimas décadas del siglo XX y primeras de éste en el que vamos adentrándonos sobresalto tras sobresalto. Porque la democracia puede amordazar a sus críticos más implacablemente que cualquier otro régimen, amparada precisamente en su incontestable superioridad moral, lo que lleva al autor a temer que este menos malo de los regímenes políticos pueda acabar consistiendo en un nuevo tipo de dictadura en la que los más opriman a los menos al margen del valor de las opiniones de cada uno.
Aquilino Duque lleva ya varias décadas blandiendo su pluma en los más variados terrenos y recibiendo por ello numerosas distinciones –entre ellas el Premio Nacional de Literatura de 1974–, tanto en el campo de la poesía como en los de la prosa y el periodismo. A los que ya lo hayan frecuentado no hará falta señalarles la donosura de su pluma y la amplitud de su arsenal de conocimientos, como corresponde a quien puede presumir como pocos españoles contemporáneos de tan viajado, leído y escribido. Y a los recién llegados sólo cabe retarles a sacudirse la caspa políticamente correcta y leer estas páginas de calidad inhabitual.