Qué es la literatura sino el ensalzamiento del amor y, por ende, de la mujer. Andrés Amorós, colaborador de esRadio y Libertad Digital, publica este sábado en ABC un magnifico recorrido de los amores que marcaron y educaron al escritor, político y diplomático Don Juan Valera. "En un abrazo de una mujer querida está el cielo, lo demás no vale un pintoche". De esta forma tan categórica Valera mostraba la doctrina que había atestiguado durante toda su vida: la mujer es muy superior al hombre.
Juanito, así era conocido Valera de joven, se enamoró por primera vez allá por 1848, con 24 años, cuando estaba de agregado en la Embajada del duque de Rivas, en Nápoles. Lucía Palladi, marquesa de Bedmar, una mujer culta y madura fue el primer referente femenino del escritor. Ella no cedió a los deseos del joven, pero le indujo y presionó para que estudiase griego, en vistas a mejorar el futuro del veinteañero insensato. Valera se lo agradeció durante toda su vida.
De ahí, Valera saltó tres años más tarde a las Américas, como secretario de la Legación en Brasil. En sus cartas Valera narra con cierto humor sus experiencias eróticas con cierta baronesa del lugar que "despierta al dormido a la ore adlaborandum (trabajando oralmente). Cinco años más tarde, en 1856, el diplomático fue trasladado a la Misión Extraordinaria en Rusia del Gran Duque de Osuna, con el empleo de Secretario. Ya con la treintena cumplida, Valera atraviesa el episodio amoroso que le marcará para siempre. Sus amores y aventuras con la actriz francesa Madeleine Brohan -Magdalena para él- hacen que, tras un sinfín de noches, esta locura de amor mostrará el infierno que puede suponer, para un hombre enamorado, la ruptura con el paraíso.
Mala idea es tratar de olvidar a una mujer pensando en otras. El epistolario amoroso del escritor se volvió en su contra. Para 1867, con cuatro bodas en mente -Rafaelita, Madalena Burgos, Carmela Castro y la de París- pidió a un amigo a través de cartas que tratase de hacer correr la voz de que era un perdido y así evitar el matrimonio.
Pero era misión imposible para un don Juan darse un tiempo en el amor, es por ello por lo que a finales de ese mismo año se casó con Dolores Delavat, con quien tendría tres hijos. Hija de su antiguo jefe, Dolores no llenaba de amor el corazón de Valera, tal y como lo hacía su cherie de París. La relación con la mujer de sus hijos sería tan frustrante para Valera que diría con cierta amargura el no entender "por qué Dolores no quiere ser mi mujer, pero siempre se pone furiosa contra cualquier otra que me desdeñe menos no me halle tan viejo, feo ni tan averiado".
A pesar de los años, Juan Valera seguía levantando pasiones allá donde fuera. Ya en Washington, como ministro Plenipotenciario, la hija del Secretario de Estado norteamericano se enamora sin medida del poeta. El amor llega a la locura. Katheine se suicidará tres años después de que el poeta abandonará la capital del liberalismo al ser destinado a Bruselas. A pesar de los más de sesenta años del poeta, éste seguía levantando pasiones.