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Miguel Ríos publica su autobiografía

Más de medio siglo en la carretera de nuestro "rey del rock", al que acaban de conceder un Grammy.

Miguel Ríos y Victoria Abril | Archivo

Apenas existen en España testimonios escritos de nuestros cantantes. La bibliografía memorialista es escasa en términos generales. Por eso constituye una novedad que este martes, 10 de septiembre, salga a las librerías la autobiografía de nuestro más veterano rockero, Miguel Ríos, titulada Cosas que siempre quise contarte. Nacido en Granada el 7 de junio de 1944, lleva un par de años retirado, después de rebasar el medio siglo en la carretera con su música de siempre, que ha sido el eje de su vida, con sus luces y sombras como cuenta en el libro.

Miguel trabajaba con catorce años como dependiente de unos almacenes de su ciudad. Tras pasar por otras secciones, ante su insistencia, acabaron destinándolo a la de venta de discos. Los fines de semana eran para él muy felices cantando con el grupo juvenil que había formado, que amenizaba las tardes de la "parrilla" de un hotel de la capital de la Alhambra. Miguel no cejó hasta enviar una cinta grabada con su conjunto a una casa de discos en Madrid, a donde se desplazó con mil quinientas pesetas en el bolsillo que le dejó su madre. Su padre, serrador de profesión, abominaba de la vocación musical del muchacho. No llegaría a conocer el éxito de su hijo, pues murió con 62 años. Miguel logró su primer contrato con la multinacional Philips, que le pagó tres mil pesetas por su debut discográfico, a base de cuatro títulos: El twist, Pera madura, Twist de Saint-Tropez y Cayendo lágrimas. Fue el principio de una discontinua carrera, entre dudas, algún fracaso, periodos de inactividad, hasta que, a finales de esa década de los 60, le llegó un inesperado triunfo internacional y desde entonces atravesó un largo camino, no exento de dificultades, hasta consagrarse como nuestro "rey del rock".

En sus inicios tuvo que ceder constantemente ante las imposiciones de su casa de discos, que le dictaba su repertorio, a base de ritmos de moda, preferentemente el "twist", cuando a él lo que le apasionaba era el rock and roll de sus grandes ídolos. Lo que más le fastidió fue que le cambiaran su nombre y tuviera que anunciarse durante tres años como Mike Ríos, que sus mentores consideraron era más comercial.

En 1969 es cuando le llegó su gran momento con el celebrado Himno a la alegría. Era una adaptación del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, realizada por un sensacional músico argentino, experto arreglista, afincado entre nosotros, de nombre Waldo de los Ríos (que acabaría, unos pocos años más tarde, suicidándose con una escopeta). Miguel Ríos apareció en las listas de éxitos norteamericanos (algo nunca visto hasta entonces por un español) y en las europeas, consagrándose como una figura. Ganó popularidad y mucho dinero, tras vender siete millones de copias. Probablemente muchos ignoren que en un principio no era él quien iba a grabar tan espectacular tema, sino Daniel Velázquez. Pero la casa de discos de éste no dio el permiso que solicitaba Hispavox. Y entonces se fijaron en Miguel Ríos, al que habían fichado poco antes. Curioso también es saber que el granadino se opuso a ese proyecto, aludiendo que nada tenía que ver con un rockero. El productor del disco, Rafael Trabucchelli, lo convenció a trancas y barrancas. Gracias a él conocemos esa historia. Miguel se enfadó incluso y dejó de hablarle durante unos meses. Imaginamos que hicieron las paces cuando A song of joy llegó hasta el número 14 del top de la revista Billboard, exactamente el 13 de junio de 1970, permaneciendo nueve semanas en esa codiciada lista.

En los años ochenta es cuando brilla más su estrella rockera, con sus conciertos en estadios deportivos, en un alarde de imaginación y técnica. Aquel título de Los viejos rockeros nunca mueren hizo fortuna y le ha acompañado siempre como una permanente leyenda. Y junto a ruidosos triunfos, el fracaso en 1985 con su gira "Rock en el ruedo", que le supuso la pérdida de trescientos millones de pesetas. Algunos pasajes turbios figuran en su biografía, como el mes que pasó en la cárcel madrileña de Carabanchel, por consumir ciertas sustancias. No ocultó nunca el granadino que probó cuantas drogas le apetecieron. Y que, sobre todo entre mediados los años 60 y los 70, gozó de la noche a tope. Nunca le faltó una mujer en la cama, sobre todo cuando vivía en la madrileña calle del doctor Fleming, en tiempos con una amplia oferta de clubs nocturnos. Sin embargo, supo siempre contrarrestar esos episodios de enfebrecida juventud practicando deporte, sobre todo el fútbol, y yendo a menudo al gimnasio. Lo que le ha permitido llegar hasta hoy como si hubiera hecho un pacto con el diablo, "a lo Dorian Grey". De su vida privada siempre habló poco y lo justo. Conoció en Ibiza en 1971 a la inglesa Margaret Watty con quien convivió cerca de veinte años. Tuvieron una hija, Lúa, cantante en los últimos tiempos del grupo Balboa. Rota la pareja, Miguel rehízo su vida sentimental con Regina, su última compañera. En 2003 dejó Madrid para establecerse en Granada, donde montó un estudio de grabación, con sello discográfico propio. La última noticia sobre este grande del pop-rock español es que le ha sido concedido un Grammy por su larga carrera musical, que recogerá el 20 de noviembre en Las Vegas. Su libro condensa, como una rúbrica de oro, cinco largas décadas dedicadas a la gran pasión de su vida.

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