El periodista y escritor Francisco Umbral murió hace exactamente seis años, el 28 de agosto de 2007, en el hospital Montepríncipe de Boadilla del Monte (Madrid). Un fallo cardiorrespiratorio lo convirtió, como él dijo de Cela, en un "cadáver exquisito" que nos dejó un legado de 120 libros y de decenas de miles de artículos.
Según la profesora Anna Caballé, autora de su biografía no autorizada El frío de una vida (Espasa), el niño Francisco Pérez Martínez, antes de ser Umbral, nació en la maternidad de Lavapiés en 1932 –Umbral dice que nació en el 35-. Era hijo de Ana María Pérez Martínez, una joven soltera, "inquieta" y tuberculosa que vivía en Valladolid, y de un padre desconocido. Umbral negó que se llamara Pérez Martínez en una entrevista concedida a Fernando Sánchez Dragó, en su programa Negro sobre blanco: "No, tampoco me llamo así. Nadie sabe cómo me llamo. Eso es mentira. Cómo me llamo realmente lo sabe muy poca gente. Umbral es uno de mis apellidos".
La biografía de Caballé cuenta que su abuela materna, para tapar el escándalo de su bastardía, decidió que Umbral se criara con una nodriza llamada Pilar en Laguna de Duero, a pocos kilómetros de Valladolid, y que luego fue enviado a vivir con diversos familiares. La infancia fue una temática recurrente en la obra novelística de Umbral. Las aventuras del Francesillo, niño lector y pícaro, enamorado de Teresita y recadero de meretrices, se pueden leer en libros como, entre otros, Los helechos arborescentes (1980), Pío XII, la escolta mora y un general sin ojo (1985) o Leyenda del César Visionario (1992). De este último, David Gistau, columnista de ABC –del que Umbral escribe en Días felices en Argüelles (2005) que "muchos días acierta con la palabra dura y caliente y con el mensaje callejero, verídico y escandaloso-, dice a LD que "fue su intento más logrado de construir una emulación de los episodios de Galdós", y destaca "su mítico arranque en el que aparece Franco firmando sentencias de muerte mientras merienda chocolate con picatostes".
Umbral tuvo una escolarización tardía y fue botones del Banco Central. Raúl del Pozo declara para LD que su colega "no quería ser botones, tenía pasión por escribir, y no sabía donde". En 1958, Miguel Delibes lo introduce en El Norte de Castilla. En Días felices en Argüelles, Umbral cuenta que el autor de Los santos inocentes le "consagró literariamente cuando una tarde me diera veinte duros por un artículo (...). Fue introduciendo mis artículos en periódicos y radios de provincias (...), mi primer público y mi primer promotor".
Se instala en Madrid a principios de los 60 y convierte a la ciudad en su planetario. El periodista de El Mundo Antonio Lucas, en su artículo "Cuando Umbral refundó Madrid", publicado en la revista Mercurio, escribe: "A Madrid le faltaba ser Comala o un Yoknapatawpha con el cielo cruzado de nubes estiradas como lagartijas. Eso Francisco Umbral lo supo pronto y se dejó caer por aquí para enseñar de la ciudad su hormona descolocada. La rareza que es Madrid. La literatura que le cabe. La épica de acera".
La capital del Reino de España es el ecosistema en el que se desarrollan, por ejemplo, Travesía de Madrid (1966), El giocondo (1970) –un "largo reportaje de la noche madrileña y al mundo del amor que no se atreve a decir su nombre"-, La noche que llegué al Café Gijón (1977), Teoría de Madrid (1980) o la magistral Trilogía de Madrid (1984), definida por Haro Tecglen en El País como "una totalidad deslumbrante" por la que pasan mil personajes –desde Arthur Adamov hasta Francisco de Zurbarán-, el Prado, el Rastro, los tranvías, y la niña Envidita, que era tonta.
En 1959 se casó con María España Suárez –a quien dedicó Carta a mi mujer, publicación póstuma- y en 1968 tuvieron un hijo, Pincho, muerto con tan sólo seis años por culpa de la leucemia. De esa experiencia nació Mortal y rosa (1975), quizás la novela mejor escrita en España en todo el siglo XX.
A lo largo de su trayectoria recibió numerosísimos premios, como el Nadal –en 1975, por Las ninfas-, el González Ruano –en 1980, por su artículo "El trienio", publicado en El País-, el Príncipe de Asturias de las Letras (1996), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1997) o el Cervantes, en el año 2000. La concesión de este último provocó la "indignación" del Movimiento Feminista, quien criticó su "misoginia": "El 23 de abril de 2001 –fecha en la que lo recibió- es, por eso, un día de vergüenza y desprestigio para nuestra sociedad y nuestra cultura, un día en el que ni mujeres ni hombres tenemos nada que celebrar". Lo que no consiguió fue ocupar el sillón "F" de la Real Academia de la Lengua Española, siendo elegido en febrero de 1990 su contrincante, José Luis Sampedro.
¿Fue lo suficientemente valorado Umbral? Del Pozo cree que no, porque "con El Mundo hay una cuestión como de competencia... Lo que hace El Mundo, los otros hacen como que no se enteran", aunque aventura que "resucitará, porque convirtió el periodismo en una de las bellas artes". Por su parte, el periodista de LD Carmelo Jordá afirma que "su posición en el mundo del periodismo era intocable", añadiendo que "muchos de los buenos periodistas de opinión y crónica que ahora leemos en los periódicos tienen una clara influencia umbraliana, lo que creo que es el máximo reconocimiento que un escritor como él puede tener".
"El artículo es el soneto del periodismo"
Umbral colaboró en revistas como La estafeta literaria, Mundo Hispánico e Interviú, aunque es en el periódico donde estalla su genialidad como articulista. Contaron con su firma Ya –del que fue "despedido no por ningún delito cometido contra el periódico, sino por un libro, una novela, El Giocondo"-, El Norte de Castilla, Por Favor, Siesta, Mercado Común, o La Vanguardia. Se consagra en el género definitivamente por sus columnas en El País –desde 1976 hasta 1988-, en Diario 16 -en el que empezó a escribir en 1988-, y en El Mundo, en el que escribió hasta 2007 en Los placeres y los días.
En el prólogo de Spleen de Madrid-2 (1982), obra que recoge artículos publicados en el diario de Juan Luis Cebrián, Umbral explica su concepción de la columna: "El artículo es el soneto del periodismo (...), tiene leyes y preceptivas tan rigurosas como el más exigente y definido género literario". Añade en el mismo texto: "El artículo es el solo de violín de la literatura".
Raúl del Pozo cuenta que Umbral "inventó el columnismo moderno": "Quemó los libros de estilo e incendió el lenguaje. Se dio cuenta de que quien no innova en periodismo o en escritura, es que no vale. Hay que inventar". El autor de El reclamo destaca el vocabulario empleado por Umbral, "que entendía todo el mundo": "Eso que parece fácil es lo más difícil del periodismo".
Antonio Lucas cree que "hay varias cosas que son capitales y que todavía siguen siendo incalculables" en el columnismo de Umbral, como "el ejercicio de escritura, es decir, la capacidad de generar lenguaje", o "esa voluntad de ser jefe de expedición de su propia historia". El periodista y escritor Manuel Jabois destaca "su forma de mirar las cosas". "Él decía que había que escribir de las cosas cuando están de espaldas. Muchas veces, parecía que estuviera escribiendo desde la tumba, cuando ya no te importa absolutamente nada, pero lo leías porque era Umbral", dice a LD. Por su parte, David Gistau destaca el "lenguaje propio, luminoso, festivo", y sentencia: "Ser negrita de Umbral te convertía en alguien".