Este próximo martes, 4 de junio, José María Íñigo cumplirá 71 años. Nacido en Bilbao, fue botones de una empresa. Vendía refrescos en el ahora clausurado campo de fútbol de San Mamés. Aprendió nociones de inglés y daba clases de ese idioma a estudiantes adolescentes, a la par que ejercía de ocasional guía turístico para los extranjeros que visitaban "el Bocho". Lo que aquí nos ocupa es su vinculación musical, afición que lo llevó al Londres de los años 60, en pleno apogeo de Los Beatles y Rolling Stones. Consiguió trabajar al lado del "Coronel Rosko", que era el más conocido "disc-jockey" de la época.
Dio el salto a la BBC en gran parte gracias a Peret y sus rumberos, pues hizo de traductor de ellos, lo que le congenió con el director de la casa de discos que distribuía en Inglaterra las grabaciones del artista catalán. Y un día dejó aquellas islas para radicarse en Madrid, donde lo avisté, a comienzos de la segunda mitad de los 60, luciendo melenas, un mostacho copiado a John Lennon y unas camisas rosadas. En una palabra: no pasaba inadvertido. Y después (programas de entrevistas y variedades en televisión aparte, de gran éxito como Estudio abierto), se convirtió en un implacable comentarista radiofónico del pop en El Musiquero.
Tiempos en vinilo
Sus ácidas críticas en la revista Mundo Joven lo convirtieron en un temido juez de cuantas novedades en vinilo iban apareciendo. Todo un personaje para la juventud de la década de los 70. En decenios sucesivos mantuvo el tipo. Declinó su estrella en los 80. Pero consiguió remontar esa época de silencio. Es un tenaz trabajador. Y a sus libros, reapariciones televisivas y radiofónicas en los últimos tiempos suma en estos estertores de la primavera de 2013 nuevos logros. Ahí está su reciente retransmisión del Festival de Eurovisión.
Asistimos la pasada semana a la presentación en la sede de la Asociación de la Prensa de Madrid, de La tele que fuimos, volumen en el que recoge un montón de anécdotas, la mayoría vividas en primera persona desde aquella TVE en blanco y negro hasta el presente. Y anuncia que en diciembre tendrá en los escaparates su primera novela. De intriga. No cesan ahí sus actividades, pues también aparece estos días en la portada de un triple CD de boleros y rancheras de México. Como si fuera uno de aquellos personajes de la revolución, los muy mitificados Pancho Villa o Emiliano Zapata. Fue en compañía de su cuate José Ramón Pardo a la sastrería teatral de Cornejo. Y ambos terminaron fotografiándose con sombrero y cananas (no se les observa pistolones) para dar "el pego" lo mejor posible. Les faltó el caballo. Y todo ¿por qué?
José Ramón Pardo (Gijón, 1941) es uno de nuestros más veteranos y acreditados periodistas musicales. En los inicios del pop español, año 1959, tocaba el contrabajo con su grupo, Los Teleko. Primo del popular Juan Pardo, amén de su buen quehacer como reportero y redactor de ABC y Blanco y Negro, terminó especializándose en el pop. Desde hace veinte años está al frente de una pequeña empresa que reedita viejos discos, algunos incluso de los denominados "de pizarra", a 78 r.p.m., muy apreciados por coleccionistas de rarezas musicales. A su breve "staff" de colaboradores unió el nombre de José María Íñigo. Y entre los discos por ambos seleccionados se encuentra éste que citábamos, con sesenta y seis piezas de boleros y rancheras mexicanas. El bolero, que nació en Cuba, cumple este año ciento treinta años, desde que su creador, el sastre Pepe Sánchez, compusiera Tristezas.
Aquellos boleros llegaron a México por el Yucatán y Veracruz. En cuanto a las rancheras, pertenecen por entero al folclore mexicano y asimismo han rebasado el siglo de vida. Proceden de Jalisco y tierras aledañas. Su contenido, sentimental y romántico, responde a una estructura temática más primitiva, en tanto el bolero acusa un lirismo más poético y elaborado en las letras. También el corrido mexicano se evoca en estas grabaciones, como La Adelita, que viene de los tiempos en donde se cantaban las gestas de aquellos rebeldes opuestos al gobierno de Porfirio Díaz. En cuanto al huapango, es ritmo que proviene del son español y su nombre del entarimado donde comenzó a bailarse. Las rancheras se interpretan con acompañamiento de violines, guitarrones y trompetas a cargo de los llamados mariachis, vocablo que desciende del término "mariage", de los tiempos en los que era Emperador mexicano el francés Maximiliano, cuando en banquetes, recepciones y sobre todo bodas sonaban aquellas bandas, a partir de 1884.
Este triple disco seleccionado por Íñigo y Pardo nos trae inolvidables temas, algunos de hace más de ochenta años. Entre los mejores boleros: Noche de ronda, Bésame mucho, Lo dudo, Quizás, quizás, quizás… Con voces extraordinarias como las de Pedro Vargas, Los Panchos, Lola Beltrán… Varias rancheras llevan la firma de su mejor compositor, también cantante, el inolvidable José Alfredo Jiménez. Que interpretan los más grandes del género: Jorge Negrete, Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, Cuco Sánchez… ¿Quién no ha escuchado, por ejemplo, El Rey, Paloma negra, México lindo y querido, Amanecí en tus brazos, La cama de piedra…? Chavela Vargas, que tan querida fue en España, al punto que su última actuación fue en Madrid, pocos días antes de su último adiós, está muy presente con La llorona, que es como en muchos lugares de México llaman a la luna; con su Macorina, historia de una mujer de la vida; y con Se me olvidó otra vez, cuyo autor es Juan Gabriel, el último gran creador azteca, digno sucesor del mentado José Alfredo. Así es que esas sesenta y seis canciones favoritas de Íñigo y Pardo nos han devuelto, en apretado resumen, lo mejor del rico temario folclórico popular mexicano.