El 28 de abril de 1503 las tropas españolas al mando del Gran Capitán destrozaban a la caballería francesa del duque de Nemours en una batalla que cambiaría para siempre los viejos conceptos de la guerra. Gonzalo Fernández de Córdoba fue el segundo hijo de la casa de Aguilar, noble familia cordobesa oriunda de Montilla. Como correspondía a los segundones en épocas de mayorazgo, desde muy joven tuvo que ganarse un nombre con las armas vinculado a la corte castellana. Ayudó a la reina Isabel en sus pugnas civiles con la Beltraneja y se distinguió en la toma de Granada que pondría fin a la Reconquista. Sin embargo, sus mayores glorias vendrían en la campaña italiana, donde sería capaz de recuperar Nápoles para su Rey haciendo valer sus grandes dotes tácticas para inclinar la lucha hacia el lado que mejor le convenía, sumando el fuego de artillería a las batallas cuerpo a cuerpo y sentando los pilares de lo que sería en los años posteriores la mejor infantería de occidente.
El 29 de abril de 1935 se disputó la primera etapa de la primera edición de la Vuelta Ciclista a España, que contaba con 50 participantes y un recorrido de 3.425 kilómetros distribuido en catorce etapas. Se impuso el belga Gustave Deloor que dejó a catorce minutos al español Mariano Cañardo, segundo. La carrera nacía gracias al patrocinio del diario Informaciones y pretendía emular el prestigio de los campeonatos francés e italiano que, interrumpidos por las guerras civil y mundial, no tuvieron continuidad hasta 1955. La vuelta de 1936 estuvo en el aire hasta el momento preciso de la salida. Se celebró al fin y se impuso de nuevo Deloor, que se libró del deseado duelo con Cañardo porque éste cayó al cruzarse con un perro. Deloor compitió a placer y se permitió ayudar a su hermano Alphonse, que fue segundo. No habría nueva competición hasta 1941. Europa estaba en guerra y sólo cuatro extranjeros, todos suizos, pudieron sumarse a la carrera. Este año y el siguiente serían de dominio del español Julián Barrendero a pesar de los doce triunfos de etapa del esprínter Delio Rodríguez. La carrera se suspendería dos años por la mala situación económica del país y en 1495 volvería a celebrarse, con triunfo de Delio Rodríguez, que figura en el palmarés de la Vuelta como el mayor coleccionista de etapas, 39.
La Real Academia Española de la Lengua, fundada en 1713, reconoce al menos dos ilustres antecedentes en los siglos anteriores: la Accademia della Crusca, creada en Florencia en 1583, que publicó el Vocabulario de la Lengua Italiana en 1612, y la Académie Française, nacida en 1635 por iniciativa del cardenal Richelieu, reinando Luis XIII. Ambas instituciones tenían y tienen como finalidad la preservación de la pureza de la lengua de cada una de esas naciones. La misma intención animaba al marqués de Villena y sus ilustrados amigos en 1713, cuando concibieron la Academia Española, que Felipe V se apresuró a colocar bajo su «amparo y real protección».
El 28 de mayo de 722 un reducido grupo de astures y cántabros mandados por don Pelayo resistió el empuje de las huestes moras desde la cueva de Covadonga. Don Pelayo era un godo de cierta nobleza, vinculado al último de sus reyes, don Rodrigo, de quien llegó a ser asistente personal. Tras el desastre de Guadalete se refugió con su hermana en las montañas asturianas, al oeste de los Picos de Europa, de donde probablemente procedía su estirpe, y residió allí como un pequeño propietario más sometido al gobernador de la provincia, un bereber llamado Munuza. Quiso la casualidad que Munuza se prendase de su hermana Adosinda y decidió matar dos pájaros de un tiro enviando a Pelayo a Córdoba como rehén: de un lado suavizaba la resistencia del pueblo y de otro despejaba el camino hacia la joven. No tardó Pelayo en escapar del cautiverio y regresar a tiempo de impedir el enlace, pero su intromisión le convirtió en blanco de los sicarios de Munuza y no tuvo más remedio que huir a las montañas. Un espíritu más dócil hubiera dado por zanjado el episodio dejando que el tiempo enfriase los ánimos. Pelayo hizo justo lo contrario. Aprovechó su causa personal para despertar el carácter indómito de los astures y formar un ejército de sublevados que hiciese frente al opresor. Durante unos pocos años sus ejércitos camparon a sus anchas, atacando a las guarniciones moras y liberando pequeños asentamientos que se unían a la causa. Sin embargo, una dura derrota en Tolosa cambió las prioridades del nuevo valí cordobés. Formó un gran ejército y puso al frente a un capitán de nombre Alqama, que penetró en Asturias sin problemas hasta acorralar a los insurrectos en la garganta de Covadonga. Cabe asegurar que el repliegue de don Pelayo no fue casual. En torno a la cueva de Covadonga el valle caía profundo y la garganta parecía asfixiarse. No existía mejor emplazamiento para que unos pocos se enfrentasen a muchos. Los rebeldes guardaban la ventaja de la altura y la estrechez de la garganta impedía que los moros aprovechasen su número. Para colmo los montañeses conocían el terreno y se movían con extrema agilidad, atacando en grupo para romper las filas enemigas y replegándose por salientes y vericuetos cuando perdían ventaja. En una de las embestidas astures falleció Alqama, y su ejército, confundido y desbordado, se batió en retirada. En su torpe huida por los altos riscos, la retaguardia mora cayó en multitud de emboscadas y fue literalmente aniquilada por los bravos astures. Con este heroico episodio se puso en marcha la Reconquista.
El 29 de mayo de 1432, Alfonso V el Magnánimo, rey de Aragón, partía rumbo a Italia para emprender su gran conquista, el reino de Nápoles. Tardaría aún veinticinco años en morir, pero lo cierto es que no volvería a pisar España. Hijo mayor de Fernando de Trastámara, Alfonso recibió una educación exquisita y sintió desde joven una fuerte inclinación por el arte y toda manifestación de belleza. Cuando años después se asiente en la corte de Nápoles vivirá como un gran príncipe renacentista, rodeado de lujos y artistas, anfitrión de las más selectas embajadas. Quizás fuera esa búsqueda de la belleza lo que le lleva a Italia, lo que aviva sus ansias de gloria personal en costosas campañas que encajan mal entre los catalanes, partidarios de una política prudente y de bajo vuelo. Quizás fuera su aversión a su esposa María, poco agraciada, a quien entregó plenos poderes antes de marchar y de quien nunca buscó un heredero.
El 30 de mayo de 1969 entraba en vigor la Constitución de Gibraltar. Los gibraltareños habían votado en referéndum que preferían seguir perteneciendo a la corona británica y les iba a ser entregada una Constitución que cambiaría para siempre el espíritu de las negociaciones sobre esta región. El Reino Unido concedía al Peñón un alto grado de autonomía y se comprometía, además, a no negociar nunca bilateralmente su devolución. Esto complicaba en gran medida la resolución del conflicto, ya que España rechazaba la negociación trilateral, puesto que no podía conceder a Gibraltar rango de país soberano, e Inglaterra parecía cerrar de pronto la posibilidad de decidir unilateralmente.
Alfonso XIII de Borbón (Madrid, 1886-Roma, 1941) fue el hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, quien ejerció la regencia durante su minoría de edad, entre 1885 y 1902. Fue coronado a los dieciséis años. El 31 de mayo de 1906, a los veinte años, se casó con la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg (1887-1969), hija de Enrique de Battenberg y la princesa Beatriz de Inglaterra. Victoria Eugenia era nieta de la reina Victoria, a pesar de lo cual tuvo que pasar de ser Alteza Serenísima a Alteza Real para que el matrimonio no fuese morganático, es decir, entre personas de rango desigual. En el origen de esa unión estuvo el proyecto de casar al joven Rey con la princesa Patricia, también nieta de Victoria. Alfonso viajó a Londres para conocerla, pero, al parecer, ella estaba enamorada de otro hombre. En cambio, se encontró con la que sí sería su esposa en una boda por amor, muy celebrada por el pueblo español, que tuvo lugar en los Jerónimos de Madrid. En el camino de regreso al Palacio Real, el anarquista catalán Mateo Morral les arrojó un ramo de flores que escondía en su interior una bomba, desde el balcón de la pensión en la que se había alojado, en el número 88 de la calle Mayor. Hubo muertos y heridos entre la gente que presenciaba el paso del cortejo y algunos miembros del séquito real, pero los Reyes salieron ilesos. Morral no era, como cabría pensar, un obrero desesperado, sino el hijo de una familia de comerciantes textiles de Barcelona, que había viajado y hablaba varios idiomas, que había adoptado la ideología anarquista en Alemania, había abandonado el negocio y había trabajado de bibliotecario con Francisco Ferrer y Guardia, un librepensador que fue acusado más tarde de instigación en los sucesos de la Semana Trágica y fusilado en 1909, entre otras razones por su relación con Morral. Durante la Guerra Civil, el Ayuntamiento de Madrid, en un ramalazo de pasión extremista, cambió el nombre de la calle Mayor por el de Mateo Morral. En 1939 la tansitada vía recuperó su denominación tradicional.
El 28 de junio de 1519 los príncipes electores germánicos se decidirán por Carlos V para ocupar el trono vacante de su abuelo Maximiliano. La corona del Sacro Imperio Romano Germánico debía contar con un aspirante de consenso y Carlos tenía enfrente un formidable rival, Francisco I. El monarca galo, siendo también joven, ya había mostrado su valía militar con la conquista de Milán, buenas credenciales para un caudillo que debería batirse muy pronto contra la amenaza turca. El papa León X parecía decantarse también por el de Valois, pero Carlos I apurará sus opciones recordando a los electores su viejo compromiso de apoyarle, al tiempo que les promete jugosas recompensas. Podrían existir dudas hacia su persona, pero su legitimidad era evidente. Poco a poco su estirpe germánica se impone y los electores hacen pública su deliberación. Carlos I de España será también Carlos V de Alemania.
El 29 de junio de 1803 el orientalista Domingo Badía desembarcaba en Tánger, bajo la identidad del príncipe abasí Alí Bey. Badía le había propuesto a Manuel Godoy un plan de viaje a África con objetivos científicos, pero al ser rechazado tuvo que engatusar al valido con promesas de anexiones territoriales y beneficios comerciales. Así, el cariz del viaje fue cambiando, y en vez de buscar las fuentes del Nilo o descubrir Tombuctú, la ciudad del Sahara, Badía viajaría a Marruecos convertido en espía e intrigante.
El 30 de junio de 1520 los aztecas expulsaban a los españoles de Tenochtitlán. Era la Noche Triste. Demasiados peligros y batallas había sorteado Hernán Cortés para un desenlace semejante. Con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, siguiéndole los talones por desobedecer sus órdenes y lanzarse a la conquista, con el gran Imperio azteca enviándole mensajes de hostilidad e incontables tribus desconocidas a su alrededor, Cortés sabía que Moctezuma era un tirano y podía ganarse la confianza de los caudillos locales, aunque esa confianza se obtenía por las armas. Primero vencerá a los tlaxcaltecas, que le atacan en una proporción de uno a cien. Luego se adentrará en la ciudad santa de Cholula, donde sospechará una encerrona de Moctezuma y lanzará una sangrienta batida de castigo. Tras someter y pacificar a ambos pueblos, Cortés fijará su objetivo en la gran capital del reino, Tenochtitlán.