En Moscú las viejas costumbres soviéticas se mantienen y hace unos días el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, justificó la invasión de Ucrania para impedir que este país desarrollara armamento nuclear, un armamento que, paradójicamente, y tuvo cuando se desmoronó la URSS en 1991 y al que renunció en 1994, a cambio de ayuda económica y del compromiso de Rusia y EEUU de conservar su independencia y su integridad territorial. Entonces, Ucrania poseía, heredados del Ejército Soviético, 176 misiles cargados con 1.500 cabezas nucleares.
En una guerra no hay que creerse nunca la propaganda de los dos bandos ni de sus aliados respectivos, por mucho que simpaticemos con una de las causas.
La acusación es muy similar a la que sufrió una de las muchas víctimas de la URSS de Stalin: España. Desde 1945, las Naciones Unidas consideraron a la España franquista un "enemigo de la paz", aunque mantuvo su neutralidad durante la guerra, vendió bienes a los dos bandos combatientes y no fue invadida por ninguno de ellos.
En el año 1946 se produjeron varios debates en el Consejo de Seguridad y luego la Asamblea General a instancias de la Polonia por cuya libertad Francia y el Reino Unido habían declarado la guerra a Alemania y que ahora era un satélite de la URSS. En ninguno de ellos participaron delegados españoles. Sorprendente conducta la del organismo de las democracias para garantizar la paz y el derecho en las relaciones internacionales: se aprueban medidas contra una nación sin escuchar la defensa de sus representantes.
En abril, el delegado polaco, el comunista Oskar Lange (1904-1965), enumeró los ‘crímenes’ del Gobierno español, como tener "carácter fascista" y haber conspirado con Berlín y Roma para el estallido de la Segunda Guerra Mundial, aunque tal acto más bien correspondía a Stalin antes que a Franco y a Mussolini, a los que disgustó la invasión y reparto de Polonia entre Alemania y la URSS.
El más sorprendente fue el de que el régimen del 18 de julio constituía un peligro, porque en su territorio se estaba rearmando un ejército de 200.000 alemanes para penetrar en Francia y, además, en la localidad de Ocaña, cercana a Toledo, construía bombas atómicas con la colaboración de varios científicos alemanes huidos, dirigidos por un tal Von Sgerstady. Entonces las potencias vencedoras, incluso la derrotada Francia, seguían persiguiendo y secuestrando científicos alemanes para emplearlos en sus industrias y ejércitos.
El Consejo de Seguridad aprobó a finales de ese mes el envío de una comisión de investigación a España formada por representantes de Australia, Brasil, China, Francia y Polonia. La comisión, como explica el historiador Luis Suárez, desmontó todas esas acusaciones: los alemanes censados en España eran unos 2.200, en la frontera no había tropas preparándose para invadir Francia, no vivía en España nadie llamado Von Sgerstady y los edificios de Ocaña señalados como instalaciones nucleares eran una fábrica de ladrillos y otra de quesos.
A pesar de todo ello, en diciembre la Asamblea General votó una resolución de condena al régimen español y aconsejó la retirada de los embajadores. Sin embargo, la paciencia de Franco y el imperialismo comunista, que cercó Berlín Oeste, se apoderó de Checoslovaquia y China y atacó Corea del Sur, condujeron a que en 1950 la Asamblea General derogara la anterior resolución.
Años más tarde, España sí estuvo a punto de disponer de armamento nuclear. En 1948 se fundó la Junta de Investigaciones Atómicas; en 1968 se inauguró el primer reactor nuclear; y, además, un sector del régimen planeó la construcción de la bomba atómica. Sin embargo, el propio Franco ordenó la detención del proyecto Islero por razones que todavía se desconocen.
Ahora, es Ucrania la señalada por Moscú como enemiga para la paz mundial por unos supuestos planes de elaborar armamento nuclear.
Esperemos que esta acusación no acabe convirtiéndose en realidad, como ha pasado con los laboratorios biotecnológicos, cuya existencia denunció Rusia y la OMS ha acabado reconociendo.