Siendo un niño crecí viendo a mi madre, asomada todos los días a la ventana, esperando angustiada, transistor en mano por si saltaba alguna trágica noticia, la llegada del coche que traía a mi padre del cuartel. Gracias a Dios, él nunca sufrió un atentado, pero muchas esposas y muchas madres, que vivieron con esa misma desazón diaria durante años, no tuvieron la misma suerte y sufrieron la pérdida de un ser querido, arrebatado por manos asesinas.
Vivir con escolta, mirar siempre debajo del coche antes de montar, cambiar constantemente horarios e itinerarios de ida y venida a casa o al trabajo se convirtieron en obligadas costumbres para miles de españoles que se sentían objetivo de los terroristas. Quienes lo hemos vivido no lo olvidamos, y tenemos la obligación moral de hablar de ello a los jóvenes, con toda su crudeza, para que sepan valorar el precio de la libertad que hoy disfrutan.
En 43 años, la banda terrorista ETA perpetró 3.600 atentados, asesinó a 855 personas, hirió a 2.632 y dejó más de 7.000 víctimas. Los terroristas del GRAPO, que asesinaron a 93 personas y, más recientemente, el terrorismo islámico son caras de la misma moneda, la de un terror vivido por todos, sin excepción, en cualquier rincón de España. Tengamos siempre presente que, aunque las cifras son necesarias, detrás de la frialdad de los números hay vidas truncadas de una u otra forma.
Los asesinos no se detienen ante nada, asesinan hombres, mujeres, jóvenes, niños, militares, policías, funcionarios, taxistas, amas de casa, estudiantes, obreros de la construcción... Por el único motivo de ser españoles hemos sufrido tiros en la nuca, ametrallamientos a bocajarro, secuestros, extorsiones, bombas lapa bajo los coches, bombas en supermercados, en casas cuartel de la Guardia Civil, al paso de autobuses y furgonetas, en aeropuertos y en estaciones de tren.
El legado de los terroristas se resume en muerte, viudez, orfandad, heridas de por vida físicas y sicológicas, familias destrozadas, decenas de miles de desplazados que tuvieron que abandonar sus raíces, proyectos de vida frustrados y odio, mucho odio, vomitado por los cañones de sus pistolas y por los detonadores de sus explosivos.
Aun así, siempre ha habido quien ha pretendido justificar tanto mal esgrimiendo infames teorías políticas. No es objeto de este artículo analizar y rebatir los ruines argumentos que han dado origen y sustento a la crueldad de no importa que grupo terrorista, porque nada, absolutamente nada, justifica un solo asesinato y entrar en ese debate constituye el primer paso para dar al terrorismo carta de naturaleza.
Durante años, frente a los asesinos se ha levantado una generación de españoles que ha luchado por la libertad, por superar diferencias a priori irreconciliables, por construir una España sin rencores, sin enfrentamientos fratricidas y que, sobreponiéndose al desafío terrorista gracias a esa inquebrantable voluntad de vencer que ha acompañado al pueblo español en los momentos más difíciles de su historia, ha conseguido fraguar una sociedad fuerte ante las adversidades, ejemplo de tolerancia y respeto.
Pero parece que los logros alcanzados y el paso del tiempo están haciendo que algunos caigan en una autocomplacencia que conduce a admitir una tergiversación de la realidad vivida durante décadas, en aras de una quimérica pluralidad que todo lo iguala y que diluye el terrible dolor de las víctimas. Ante esto, resulta imprescindible que ellas sigan siendo la referencia moral cuando se habla de terrorismo, alejando espurias injerencias. No olvidemos nunca que si los terroristas no matan es porque no pueden y jamás debemos estarles agradecidos pensando que, con ello, nos perdonan la vida.
Fomentar iniciativas que mantengan viva la llama del recuerdo, no mirar para otro lado cuando se producen actos que claramente resultan agraviantes para las víctimas y perseguir incansablemente a los asesinos hasta que sean puestos ante un juez son deberes ineludibles de las instituciones públicas. Si no, dónde queda la Memoria que demandan; dónde queda su implorada Dignidad cuando día tras día se celebran, impunemente, homenajes a terroristas; y dónde queda la Justica que solicitan cuando centenares de asesinatos siguen sin ser resueltos.
Cada día, en el momento justo del ocaso, resuena en los cuarteles de toda España el Toque de Oración en recuerdo de todos los que han dado su vida por nuestra patria incluyendo, por supuesto, a aquellos que han sido vilmente asesinados en actos terroristas. Pero los homenajes de reconocimiento y afecto que merecen las víctimas del terrorismo trascienden del ámbito militar y deben ser asumidos por toda la sociedad, como así ha ocurrido en numerosas ocasiones, sin desfallecer en el empeño, por fuertes que sean las presiones o por mucho que el tiempo nos empuje a olvidar. En este sentido, resulta muy lamentable comprobar como los pequeños monumentos que en su memoria encontramos a lo largo de la geografía española, en la mayoría de los casos, están descuidados o, incluso, abandonados.
Viendo el ejemplo de otros países, nos falta en España un gran monumento nacional que dignifique la memoria de las víctimas, que constituya un recuerdo permanente de su sacrificio; un monumento que se convierta en una visita obligada para todos los españoles que quieran rendirlas el homenaje eterno que merecen y que al ser visitado por los que vienen de fuera sientan que aquellos que allí se honran forjaron, con su entrega, los cimientos de una España mejor. Queda aquí el reto, para quien quiera recoger el guante, de liderar el proyecto de construcción de un Monumento Nacional a las Victimas del Terrorismo cuya trascendencia y magnitud lo conviertan en un símbolo de nuestra nación.
Para mirar al futuro con esperanza y esquivar las asechanzas del presente, no debemos dejar de recapacitar sobre lo que juntos hemos construido en el pasado y sobre el trascendental papel que han jugado las víctimas del terrorismo en ello. Nuestros valores, principios y fundamentos como nación se refuerzan aún más con el ejemplo de entrega callada y resignada que nos han dado, apartando el odio y la venganza de sus vidas, muestra de un magnánimo deseo de reconciliación sustentado en la justicia que merecen y que, para muchas, no termina de llegar.
Las víctimas del terrorismo encarnan, a un tiempo, las virtudes y los sinsabores que nos han traído la España moderna de la que ahora disfrutamos y, aunque su sacrificio tiene ya reservado un lugar en nuestra historia, la deuda de la sociedad española con ellas es infinita y no debemos olvidarla jamás.
El teniente coronel Jesús M. Prieto Mateos es secretario de la asociación profesional militar "Tercios Viejos españoles".
www.asociacionterciosviejos.com