Quienes defienden que el bando del Frente Popular encarnaba la democracia y la legalidad se encuentran con el obstáculo de navegar sobre el mar de sangre que manó de la represión perpetrada por el SIM y la miríada de ‘patrullas del amanecer’, comités de seguridad y checas.
Su solución es mantener impertérritos que los secuestros, torturas y asesinatos los realizaron gentes que se vengaban de la opresión sufrida durante siglos, sin contacto con las autoridades ‘legítimas’; y que éstas trataron, en la medida de sus posibilidades, pues estaban desbordadas por los ‘fascistas’, de evitar semejantes crímenes, condenables, pero comprensibles. En su libro El holocausto español, el publicista Paul Preston dedica un capítulo a Paracuellos, que titula así: "La respuesta de una ciudad aterrada".
El miedo insuperable es un atenuante en el derecho penal español. Se entiende, ¿verdad?
La matanza de un mínimo de 4.500 personas, incluidos 276 menores de edad (datos del principal investigador de la represión de izquierdas en la provincia de Madrid, José Manuel Ezpeleta) ejecutada en noviembre y diciembre de 1936 en Paracuellos del Jarama, Torrejón de Ardoz y Aravaca, no se puede comprender sin la campaña de propaganda contra el ‘enemigo interior’ (quinta columna) y la planificación de la Junta de Defensa de Madrid, ambas de responsabilidad de comunistas, tanto soviéticos como españoles.
Campaña de terror sobre su propia población
Después de que el Ejército de África cruzase a la Península el 5 de agosto de 1936 y los nacionales uniesen las dos zonas que controlaban, el siguiente objetivo militar fue la toma de Madrid. El Gobierno del Frente Popular enloquecía a sus tropas y su población civil con una campaña de propaganda de terror, en la que sobresalían la supuesta matanza de Badajoz y las violaciones de mujeres realizadas por los soldados marroquíes.
En los últimos días de agosto, Franco conquista Toledo y libera a los sitiados del Alcázar; el 1 de octubre, sus camaradas le eligen generalísimo; y prosigue su avance hacia Madrid, que había sufrido el primer bombardeo la noche del 27 al 28 de agosto. A lo largo de octubre, los nacionales toman Navalcarnero, Griñón y otros pueblos; en Seseña aparecen los primeros tanques soviéticos (T-26). En los primeros días de noviembre, caen Alcorcón, Móstoles, Getafe, Leganés, Fuenlabrada…
El cerco sobre Madrid se estrecha. Los generales Varela y Mola disponen sus fuerzas en cuatro columnas, en el norte y el oeste. El 6 de noviembre, los soldados de Varela irrumpen en Carabanchel y Villaverde. El ‘Gobierno de la Victoria’, presidido por el socialista Largo Caballero, no cree en la consigna que difunden sus periódicos y radios de que ‘Madrid será la tumba del fascismo’ y, en uno de los actos más vergonzosos de la guerra, huye a Valencia la noche del 6 al 7.
En Madrid queda la Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general José Miaja y formada por representantes de todos los partidos del Frente Popular. La consejería de Orden Público la desempeña Santiago Carrillo en nombre de las Juventudes Socialistas Unificadas, ya al servicio del PCE, o sea, de Stalin. Carrillo, nacido en 1915, no pisó el frente durante toda la guerra salvo para hacerse fotos.
La invención de la ‘quinta columna’
En esa situación de miedo y derrota, apareció la expresión quinta columna. Según Julius Ruiz (El Terror rojo), "La primera utilización pública del término que se conoce en la zona republicana fue la que hizo Dolores Ibárruri en Mundo Obrero el 3 de octubre de 1936".
Su artículo fijó el mito: a una pregunta de unos periodistas de cuál de sus cuatro columnas entraría primero en Madrid, el general Mola respondió que la quinta, la que estaba dentro de la ciudad. Pasionaria concluía con una de sus habituales arengas a la matanza, del estilo de las que pronunció en las Cortes: "a este enemigo hay que aplastar inmediatamente".
Unos días después, Milicia Popular, periódico del Quinto Regimiento, por boca del comisario de la unidad, el italiano Vittorio Vidali, agente soviético, dio más detalles y añadió lo que les interesaba a los comunistas (Paul Preston, en El holocausto español):
"El general Mola ha tenido la complacencia de indicarnos el lugar donde se encuentra el enemigo. (…) La ‘quinta columna’ es un conglomerado de todos los elementos que hay emboscados en Madrid todavía, de gentes que simpatizan con el enemigo o que son ‘neutrales’, en contra de los cuales ha tomado ya nuestro Gobierno medidas oportunas, que han empezado a ponerse en práctica."
Bastaba acusar a alguien de ‘quintacolumnista’ para que fuese encarcelado o linchado.
Ruiz subraya que
"el discurso del PCE en 1936 hacía hincapié en que la eliminación del enemigo interno era una condición sine qua non para la victoria en la Guerra Civil. Este mensaje fue recalcado una y otra vez aquel mes de noviembre. ‘Mundo Obrero’ declaraba el día 3 que el partido tenía la ‘obligación vital de aniquilar’ a la ‘quinta columna’"
‘Agit-prop’ comunista
Pero ¿de verdad Mola, que conocía el valor de la propaganda y manipulación de masas, ya que había sido director general de Seguridad entre 1930 y 1931, iba a desvelar la existencia de centenares de aliados escondidos en campo enemigo?
Ruiz asegura que "la autoría de Mola sigue sin haber sido demostrada". Como la expresión ‘quinta columna’ apareció por primera vez en el comunista Mundo Obrero justo tras la pérdida de Toledo pudo haber sido acuñada por los comunistas "para proporcionar un arma de propaganda eficaz en la lucha contra los espías". En esas semanas había en Madrid "adiestrados periodistas y policías soviéticos": Mijail Koltsov, Ilya Ehrenburg, Lev Lazarevich Nikolsky (jefe del NKVD en España)…
Esa "autoría comunista" explicaría el misterio del supuesto patinazo de Mola. Ruiz aduce que el estudio más completo sobre la ‘quinta columna’ en Madrid, el realizado por Javier Cervera (Madrid en guerra. La ciudad clandestina), "demuestra que no hubo ninguna organización clandestina en contacto con los franquistas hasta finales de 1936".
Además, el 7 de noviembre, Mola ordenó una investigación para saber si había en la ciudad "servicios organizados para atender las primeras necesidades cuando se ocupe Madrid". Si es verdad que conocía esa ‘quinta columna’, ¿para qué iba a dar esa orden?
El heroísmo de Félix Schlayer y Melchor Rodríguez
Ese mismo día 7, la Consejería de Orden Público comenzó las sacas de detenidos con la excusa de trasladarlos fuera de Madrid. En las prisiones de Madrid había, junto a militares y civiles implicados en el golpe de Estado de julio (muchos otros había sido ejecutados en los meses anteriores, como Pedro Mohíno y Jaime Quiroga, único hijo varón de Emilia Pardo Bazán), miles de ‘sospechosos’: estudiantes, sacerdotes, profesionales, empresarios, periodistas, funcionarios destituidos y hasta ancianos. Las partidas de asesinos rojos recorrieron las cárceles de Ventas, Porlier y San Antón durante un terrible mes.
¿Es creíble que en una ciudad sitiada, donde se había movilizado a los hombres y confiscado todos los vehículos, docenas de milicianos pudieran ausentarse de sus puestos en las trincheras, sacar a cientos de presos de sus prisiones, meterlos en camiones y autobuses, cruzar las barreras y puestos de vigilancia para trasladarlos a las afueras, fusilarlos y regresar a Madrid sin la participación de la Consejería de Orden Público, donde se redactaban las órdenes de traslado?
La prueba definitiva de la organización sistemática con que se cometió el genocidio es que éste concluyó cuando el 4 de diciembre de 1937 la Junta nombró al anarquista Melchor Rodríguez encargado de las prisiones, puesto en el que se ganó el apodo del ‘Ángel Rojo’ por su honradez y su valor. Ese cambio se debió a las presiones del cuerpo diplomático, enterado de los asesinatos en masa gracias al cónsul honorario de Noruega, el alemán Félix Schlayer, y el delegado de la Cruz Roja Internacional, el suizo George Henny. Este último sufrió un intento de asesinato.
El indulto de Franco
Las responsabilidades judiciales por el genocidio quedaron extinguidas bajo el franquismo merced a un decreto-ley promulgado por el general Franco el 31 de marzo de 1969, que declaró "prescritos todos los delitos cometidos con anterioridad al uno de abril de 1939".
Pero Carrillo tenía otras cuentas pendientes en España, como su responsabilidad en las partidas de maquis que causaron docenas de muertos y en el asesinato de camaradas desobedientes.