Tres grupos fueron fusilados ante sus ojos en espera de su turno. En uno de ellos, un marino con sus dos hijos, de 14 y 13 años. Llegó su hora. Se alineó al lado de un sacerdote agustino del Escorial. El pelotón ejecutor lo formaban catorce republicanos con fusiles y tres que se ocupaban de una eficaz ametralladora. Gritó don Pedro "¡Viva Cristo Rey!" y todos cayeron muertos o malheridos. Don Pedro, agonizante, necesitó del tiro de gracia.
Eran las 10.30 de la mañana del 28 de noviembre de 1936. Según la orden firmada por Santiago Carrillo Solares habían sido "trasladados" a Valencia. En una fosa común de Paracuellos de Jarama, a pocos kilómetros de Madrid, enterraron los cuerpos de los ajusticiados. Ochenta y cinco años después, sus huesos permanecen reunidos en la fosa común.
Don Pedro Muñoz-Seca había nacido en 1879 en el Puerto de Santa María, Cádiz. Engañó a sus biógrafos. Algunos de ellos datan su fecha de nacimiento en 1881. Don Pedro no pretendió quitarse años, sino responder a su humor andaluz. El año 1881 era el capicúa del siglo XIX, y los años capicúas, dicen, que dan suerte. La tuvo en la vida, rebosada de trabajo, éxitos, algún fracaso y una larga familia. Estudió Derecho y Filosofía y Letras en Sevilla y se doctoró en ambas carreras. Pero su vocación era el Teatro, y el Teatro era Madrid. Consiguió un puesto de pasante en el bufete de don Antonio Maura. Había conocido a la mujer que fue el amor de su vida, Asunción Ariza Diez de Bulnes, de una conocida familia de Puente Genil. Anunció a sus padres su intención de casarse, y los padres acudieron a Puente Genil, Córdoba, a conocer a su futura nuera. El padre escribió a su hijo: "Asunción me ha parecido extraordinaria, inteligente, profundamente religiosa… Todo muy bien. En mi opinión, con un solo defecto. A tu lado, es bastante bajita". Don Pedro le respondió:
No anda usted equivocado.
Es tan bajita Asunción,
Que cuando, se halla a mi lado
Me llega hasta el corazón.
Y a mí me gusta la mar
Ese defecto que alega,
Pues no me podrá negar
Que es una mujer que llega
Adonde debe llegar.
Nueve hijos. Joaquín, Asunción ‒mi madre‒, Mercedes, Rosario, Pedro, José María, Milagros, Alfonso y Rocío. Dos hermanas monjas y dos hermanos médicos. Don Francisco, que ejerció toda su vida en el Puerto, y don José, famoso pediatra en Madrid. Desde que abandonó El Puerto para buscar la gloria y la fortuna en Madrid, escribió a su madre una tarjeta postal cada día. Se instaló en un piso de la calle de Salustiano Olózaga, frente a la Biblioteca Nacional. A los diez días murió la portera del inmueble, y cuatro días más tarde, el portero. Un matrimonio de ancianos ‒la jubilación como tal, no era efectiva en aquellos tiempos‒, que formaron un matrimonio ejemplar. Y fueron enterrados juntos en La Almudena. El hijo, que heredó la portería de sus padres, solicitó a don Pedro que escribiera un epitafio versificado para la tumba de sus padres, y don Pedro salió del engorroso encargo con soltura.
Fue tan grande su bondad,
Tal su laboriosidad
Y la virtud de los dos,
Que están con seguridad
En el Cielo, junto a Dios.
Se desentendió del asunto. Por las mañanas, trabajo de abogado y por las tardes, después de la Tertulia de "Molinero", a escribir teatro. Volvió el hijo de los porteros a pedirle un nuevo epitafio.
―¿No le ha gustado?
―A mí me ha gustado y emocionado mucho, don Pedro, pero parece que no tanto al señor Obispo, que dice, y quizá tenga razón, que no es usted nadie para asegurar que mis padres están en el Cielo, junto a Dios.
A don Pedro la divirtió la coyuntura. Y escribió otro epitafio:
Fueron muy juntos los dos,
El uno del otro en pos
Donde va siempre el que muere.
Pero… no están junto a Dios
Porque el Obispo no quiere.
Segundo rechazo obispal. Tercera opción, escrita sin posibilidad de éxito.
Flotando sus almas van
Por el éter, débilmente
Sin saber qué es lo que harán,
Porque, desgraciadamente
Ni Dios sabe dónde están.
Y ahí siguen, un siglo más tarde los pobres porteros. Sin epitafio sobre su sepulcro.
Don Pedro se convierte en el autor más seguido, aplaudido, y denostado del Teatro español. En diciembre de 1918 estrena La Venganza de Don Mendo, escrita en verso, con un dominio de la polimetría excepcional y una gracia arrolladora. Hoy, ciento dos años más tarde, es la pieza teatral más representada del Teatro español, a mucha distancia de la segunda, Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Miles de representaciones y diferentes versiones en España, Argentina, Colombia, Perú, Chile… toda la América de habla española.
Don Pedro era un español rotundo, un cristiano hondo ‒hoy, cuando escribo las presentes líneas en avanzado proceso de beatificación por la Santa Sede‒, monárquico y amigo del Rey Don Alfonso XIII y colaborador de ABC y Blanco y Negro, las publicaciones de su entrañable amigo don Torcuato Luca de Tena y posteriormente de su hijo Juan Ignacio. Resalto estas cuatro características porque fueron las cuatro acusaciones que el Tribunal Popular socialista y comunista más importancia le dieron. Le ofrecieron la libertad y la vida a cambio de manifestar públicamente su rechazo a Dios, la Unidad de España, la Monarquía y el ABC. "Prefiero la muerte." La ejecución de la sentencia se llevó a cabo dos días más tarde.
Escribió durante su vida noventa y una comedias. Una de ellas, Las Cuatro Paredes, estrenada cuatro años después de ser asesinado. Ochenta y tres en colaboración con don Pedro Pérez-Fernández, que muerto Muñoz-Seca no estrenó ninguna comedia. Y veinticinco más con diferentes colaboradores, entre ellos Azorín y el gran Enrique García Álvarez, más vago que la chaqueta de un guardia.
Confieso con harto afán
Y sentimiento profundo
Que soy lo más holgazán
Que Dios ha puesto en el mundo.
Inventó con Los Extremeños se Tocan la comedia musical sin música. Pero sobre todas sus comedias, su gran clásico, La Venganza de Don Mendo. Benavente (premio Nobel de Literatura en 1922), Azorín, Pemán, y hasta el temible Valle Inclán, se rinden a su obra. "Quítenle –escribió Valle Inclán–, al teatro de Muñoz-Seca su humor; desnúdenlo de caricatura; arrebátenle su talento satírico y facilidad para la parodia, y seguirán ante un monumental autor de teatro."
Don Pedro, en los años que van de 1931 a 1936 escribe, estrena y es aclamado y perseguido, un teatro crítico y mordaz contra la República. Azaña le aborrece. Enrique de Mesa, poeta pobre y crítico teatral, arremete contra él en sus críticas. Le preguntan "¿Ha leído la última crítica de Mesa?". Y responde: "No, todavía no me importa la opinión de los muebles".
Estrena en Barcelona el 18 de julio de 1936 La Tonta del Rizo. Las noticias de Madrid son devastadoras. Su familia está a salvo. El 20 de julio es detenido junto a su mujer en la Plaza de Cataluña. Cuatro comisarios políticos los llevan a Madrid, vía Valencia. Su mujer es liberada en la estación, y don Pedro ingresa en la Cárcel-Checa de San Antón. Ahí se convierte en el ángel bueno y amigo de todos sus compañeros de suplicio. Organiza Ejercicios Espirituales, tertulias y escribe pequeñas obritas. Escribe a su mujer 34 postales y 7 cartas. Le pide, ante todo, ropa de abrigo y medicinas para su úlcera de estómago. En una de ellas le ruega que le mande una bigotera. La característica física de don Pedro era la de sus enormes bigotes con las puntas alzadas, a lo D’Artagnan. "Tengo los bigotes tan caídos que se me han metido en la sopa del rancho." Recupera su altivez bigotera. Pela lentejas en la cocina. Hasta el más brutal de sus carceleros, "Dinamita", le muestra respeto.
Contempla con infinita tristeza las salidas de los camiones abarrotados de compañeros de martirio camino de la muerte. "No os engañéis –le dice a Julián Cortés Cavanillas y Cayetano Luca de Tena–. Todos los que han salido hoy, ya han sido asesinados por estos criminales."
El 27 de noviembre intuye, después de la farsa del juicio popular, que le quedan pocas horas. Se encierra en la madrugada del 28 de noviembre con el sacerdote agustino, también asesinado, don Tomás Ruiz del Rey. Se confiesa. Y con una grafía perfecta, sobre una pequeña mesa esquinada en su celda, escribe a su mujer su carta de despedida. Quiere darle ánimos, pero al final le hace ver lo irremediable. Esta carta la recibiría su mujer terminada la Guerra Civil de manos de un diplomático mexicano.
Don Pedro, que era un enamorado de San Sebastián, quiso comprar una villa en Ondarreta llamada Txoko-Maitea, que aún existe, y cambiarle la denominación. Era amigo de los Barcáiztegui, que habitaban en Toki-Ona (La Villa Grande) y de los Padilla que lo hacían en Toki Eder (La Villa hermosa"). Don Pedro soñaba con bautizar a su casa Toki el Timbre. En 1940, no se sabe cómo, llegó a la casa de mis abuelos en San Sebastián un sobre escrito a mano con la carta autógrafa del Rey en el exilio. El sobre se lee: "Sra. Dña. Asunción Ariza. Viuda de Muñoz-Seca. Toki el Timbre. Ondarreta. San Sebastián. España". Su divertido sueño se cumplió.
Su carta de despedida dice:
Queridísima Asunción:
Sigo muy bien; cuando recibas estos renglones estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios sobre todo. Llevo una muda de repuesto. Aquí dejo el abrigo de entretiempo para que mandes por él. Con el dinero que me mandaste he comprado Bismuto. Dejo aquí unas cuantas deudas, porque he gastado hasta nueve pesetas diarias y no me mandabas más de cinco duros de tarde en tarde. Voy muy tranquilo sabiendo que todos están bien y que tú seguirás siendo el ángel bueno de todos. El mío lo has sido siempre, y si Dios tiene dispuesto que no volvamos a vernos, mi último pensamiento será siempre para ti.
No te olvides de mi madre. Procura que Pepe, mi hermano, me sustituya en los deberes para con ella, y tú díle cuando la veas que su recuerdo ha estado siempre conmigo.
Nada tengo que encargarte para los niños. Sé que todos ellos, imitándome, cumplirán siempre con su deber, y serán para ti, como yo he sido para mis padres, un modelo. Es de lo único que puedo vanagloriarme.
Siento proporcionarte el disgusto de esta separación, pero si todos debemos sufrir por la salvación de España, y ésta es la parte que me ha correspondido, benditos sean estos sufrimientos.
Te escribo muy deprisa porque me ha cogido la noticia un poco de sorpresa. Adiós, vida mía. Muchos besos a los niños, cariños para todos, y para ti, que siempre fuiste mi felicidad, todo el cariño de tu Pedro.
28 de noviembre.
P.D. Como comprenderás, voy muy bien preparado y limpio de culpas.
Cuando fue llamado, Don Pedro Salió sonriente, tranquilo, con inmensa tristeza en sus ojos. Se abalanzaron sobre él y le quitaron un abrigo que llevaba plegado en el brazo. Le quitaron la cartera y el reloj. Ataron sus manos a la espalda con un hilo de bramante. Un miliciano, algo más humano, le quitó la cadena con la medalla de la Virgen de los Milagros, Patrona del Puerto de Santa María, y con un movimiento rápido se la metió en el bolsillo derecho de la chaqueta. Para humillar su figura, le cortaron los bigotes.
Tenía cincuenta y siete años. No hizo en su vida otra cosa que el bien. Dios, España, la Corona y ABC fueron sus delitos.
Cayó como un mártir y un valiente.
Perdonó a quienes se disponían a matarlo.
Artículo publicado en el libro 'Memoria Histórica, amenaza para La Paz en Europa', editado por el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos.