Luis Zúñiga es otro de los presos políticos cubanos cuyas historias han sido contadas en la película Plantados que se acaba de estrenar en España. Como todas las de los plantados, la suya es una historia terrible, en su caso marcada no sólo por las torturas y la violencia, sino también por las fugas: se escapó de la cárcel e incluso se fugó de la segunda cárcel aún más difícil que es la propia isla de Cuba.
Y no sólo logró escapar él: en otra ocasión consiguió introducir una cámara fotográfica en la cárcel y tomó imágenes de las celdas tapiadas en las que se mantenía aislados a los presos plantados, fotografías que años después él mismo enseñó en Naciones Unidas para indignación -y sobre todo conmoción- del embajador de la dictadura comunista cubana.
Un mes escondido en la Cuba de Castro
Hablamos con Luis Zúñiga durante un encuentro que es parte de la promoción de Plantados y nos cuenta, siempre con una sonrisa, cómo pasó 19 años en las prisiones de Fidel Castro a pesar de sus fugas, que son dignas de una película de aventuras.
Por ejemplo en una ocasión tras escapar de la cárcel logró aguantar todo un mes en la isla sin llegar a ser atrapado por el régimen. Durante esa huida se comprometió a volver a por algunos de los que le ayudaron: "Les prometo que en menos de un año vengo a recatarlos". Cumplió su promesa y doce meses después estaba frente a la costa cubana con una barca, esperando que se reuniese el grupo de gente al que iba a sacar de la isla y con un compañero ya desembarcado en tierra.
"Estábamos esperando que llegase la gente, muy cerca de tierra y de repente se rompió el motor, quedamos a la deriva y encima tuvimos la mala suerte de que pasó la guardia costera y nos pillaron a todos", cuenta, de nuevo, con una sonrisa, lo que supuso para él volver otra vez a la cárcel, a las torturas, a la violencia.
"Me partieron el cráneo y me quedé sin pelo"
Tal y como habían hecho un poco antes Ernesto Díaz Rodríguez y Roberto Perdomo, Luis habla con una sonrisa en los labios o incluso bromeando de cosas terribles: "Yo empecé a perder el pelo cuando me partieron el cráneo, mis hermanos tienen todos pelo y yo mira", me dice señalando a una calva brillante.
Pero a que él pueda reírse la historia tiene muy poca gracia: "Simplemente le dije a un carcelero algo sobre la comida y empezó a golpearme con una barra de hierro". En otra ocasión una protesta "sólo porque nos negamos a que nos afeitasen los comunes" terminó con los guardias repartiendo bayonetazos entre los presos.
A través de un campo de minas
De todas las historias increíbles que puede contar en primera persona quizá la más extraordinaria es su fuga hasta la base americana de Guantánamo a través de un campo de minas.
"Te voy a contar cómo atravesé el campo de minas de Guantánamo para huir de Cuba", me dice, con tono y gesto apasionados, tras lo que empieza a hacer un esquema de cómo era el campo minado alrededor de la base americana en territorio cubano con un par de hojas arrugadas y un bolígrafo y un bolígrafo.
"Sabíamos que en cada garita había una ametralladora y dos guaridas y que están cada 200 metros aproximadamente, entonces buscamos un punto entre dos garitas para cruzar". Luis contaba con un arma secreta: un exteniente de la guardia fronteriza -que también había sido encarcelado- le contó cómo estaban puestas las minas en el campo minado, "que estaba aquí", dice señalando a una zona de la mesa delimitada por las servilletas que él ha colocado.
Los explosivos no son el único obstáculo: "En esta zona tienen guardas con perros patrullando constantemente, para burlarlos nos habíamos untado todo el cuerpo de petróleo".
Tras superar dos cercas Luis Zúñiga y sus compañeros estaban ya ante el campo minado, era el momento de poner en marcha el plan que había diseñado con su confidente. Nos dibuja el esquema de las minas y nos cuenta la forma de superarlo: "Trazas una línea entre dos minas, que están a un metro, desde la mitad de estas dos la siguiente está un metro más adelante, desde ese punto entre las dos primeras minas tiras un ángulo de 45 grados y es un pasillo".
Nuestro interlocutor siguió con cuidado esas recomendaciones y, tomando por referencia una estrella, trazó ese camino: "La zona tenía un ancho de unos diez metros, yo iba zapando por si acaso y sólo llegando al final me encontré con otra mina y tuve que hacer otra vez lo mismo".
Así consiguieron llegar a la tercera cerca, la superaron también y entraron en un área que se suponía que era zona de nadie, "era monte, no había más nada", sin embargo, encontró de nuevo terreno arado, así que siguió avanzando zapando y "cuando caminé unos cinco metros algo me detiene, se le juro, que no vea a mi madre viva al regresar a Miami si lo que le estoy diciendo es mentira", dice con un toque trágico que me parece muy cubano.
"Yo avanzaba con mis rodillas y mis codos y, como no podíamos hablar, al yo pararme los de atrás empiezan a empujarme". Luis se quitó el guante y levantó la mano y a unos centímetros de su cara –"lo tenía aquí", dice haciendo un gesto en el que casi se toca la nariz- encuentra un alambre, "como el de una cuerda de guitarra pero metálica".
Con mucho cuidado le hizo saber a sus compañeros que ahí había un cable, "pensé que era una mina, pero zapé y no encontré nada", pasaron todos por debajo y siguió zapando, pero no había más minas. Finalmente consiguieron llegar sin más contratiempos a la verja de la base americana y a los pocos minutos "llegó un camión y cuando nos vieron se quedaron sorprendidos y nos apuntaron con los fusiles", pero por fin lograron hacerse entender por los soldados americanos y les preguntaron por ese cable, que resulto ser "una mina antitanque de este tamaño" dice haciendo un gesto abriendo los brazos, "nos dijeron que si llegamos a mover ese cable el pedacito más grande que había quedado sería así de chiquito", explica con un gesto para el que ahora sólo necesita un par de dedos.
¿Hay esperanza para Cuba?
En este momento se une a nuestra conversación Maritza Lugo, la plantada que también pasó cuatro años en las cárceles de la dictadura comunista y hablamos sobre el significado de las movilizaciones que están empezando a darse en Cuba.
Ambos coinciden en ser optimistas y creen que lo que está ocurriendo es importante: "Yo creo que sí, esa es nuestra esperanza, tal vez no sea lo definitivo, lo que todos esperamos, pero creo que es el principio del final – nos dice Maritza- la gente está perdiendo el miedo".
Ponen un ejemplo de ese cambio de mentalidad: "Mandaron a Ramiro Valdés, una persona que ha sido ministro del Interior y dirigente de la revolución de toda la vida, a un barrio en el que estaban protestando para calmar a la gente y se burlaron de él y lo llamaron asesino".
Luis Zúñiga acota a medias su optimismo: "No creo que sea ya, pero cualquier día puede pasar porque los que protestan son muy jóvenes" dice, citando el caso de Yunior Garcia, que sólo uno días después de esta entrevista llegó exiliado a España. "He hablado con alguno de ellos -nos dice- y me han dicho que han visto la vida que han tenido sus abuelos y sus padres y no la quieren ni para ellos ni para sus hijos".
Ambos vuelven a coincidir en que Cuba es la cabeza del monstruo comunista que se está expandiendo por Iberoamérica y en que "si se acaba la cabeza se acabó" y, además, ven que el régimen "pende de un hilo" porque "está desacreditado y desprestigiado, nadie ya lo respeta".
"Estoy viendo el amanecer de Cuba", apuesta finalmente Luis. Es difícil estar tan seguro como él de eso, pero nunca es más fácil desearlo que después de haber escuchado su historia y la de sus compañeros.