Tras estar dos años encerrado por la dictadura de Batista, Roberto Perdomo pasó otros 28 en las cárceles del castrismo. Sentado frente a él, en su rostro de anciano no hay un ápice de la crueldad de esa casi media vida entre rejas, más bien lo contrario: con su sonrisa apacible nos cuenta los terribles hechos que ha presenciado y vivido como si no fueran con él y fueran lo que son: uno de los peores casos de crueldad dictatorial —y de los mejores de dignidad personal y lucha por la libertad— que se vieron en el pasado siglo XX.
Roberto es uno de los hombres cuya historia se ha usado para reflejarla en Plantados, la película sobre las prisiones castristas de Cuba que se ha estrenado este viernes en España y que narra con una terrible minuciosidad el horror vivido por los presos políticos cubanos que se negaban a ser tratados como presos comunes y, por tanto, como delincuentes: dijeron no a los trabajos forzados y también a vestir el uniforme que la dictadura daba a ladrones y asesinos, por lo que pasaron años semidesnudos en la prisión.
Tenemos la suerte de compartir mesa y mantel con Roberto y alguno de sus compañeros durante la promoción de Plantados, que es el tema por el que rompemos el hielo de la conversación: "Nos reunimos con Vilaplana —se refiere a Lilo Vilaplana, director y coguionista— más de veinte veces y luego él comprobaba todos los testimonios", nos cuenta, explicando que al final la película combina los recuerdos de muchos presos y lo ocurrido en muchas cárceles, fundiéndolo en un grupo de reclusos de un único centro penitenciario para facilitar la narración y, sobre todo, "para que no fuese la historia de nadie, sino de todos los plantados".
Además, Roberto destaca la calidad de la producción y la fidelidad con la que se han reproducido tanto los hechos como los lugares en los que transcurrieron: "Íbamos al rodaje y es que todo parecía real, llegabas a pensar que estabas en una tapiada de Boniato". Las tapiadas, es necesario aclararlo, eran las celdas en las que se incomunicaba a los presos políticos y Boniato era una de las peores cárceles castristas.
60 años sin ver Cuba
Roberto Perdomo fue un héroe de la revolución cubana: había pasado por la cárcel de Batista y fue nombrado miembro de la guardia personal del presidente Urrutia, el primero nombrado tras el derrocamiento del dictador, pero sólo seis meses más tarde tuvo que huir —con la ayuda imprescindible de propio Perdomo— de la turba que el propio Castro mandó al palacio presidencia para acabar con él.
Poco más tarde y sólo un año después de la llegada de los revolucionarios al poder era detenido y ya nunca volvería a ver su patria: tras 28 años en la cárcel dejó la prisión para subir directamente a un avión y salir de la isla, eso sí, acompañado de su mujer y su suegra: "Yo sin mi suegra no me voy", nos cuenta que le dijo a los torturadores comunistas.
Pero Perdomo no sólo estuvo en la cárcel: como les ocurrió a otros presos políticos cubanos buena parte de su tiempo en prisión lo pasó en las infames celdas tapiadas, siete años estuvo en esos cubículos en los que la reja era sustituida por una plancha de hierro con un agujero para meter alimentos, en los que no entraba la luz del sol y de los que el preso no salía nunca, ni un minuto. Por supuesto, tampoco se recibían visitas ni correspondencia ni había ningún tipo de contacto con el exterior: "Siete años sin vernos —nos cuenta su mujer Loida, sentada a su lado— pero no era sólo sin vernos, es que ni siquiera sabíamos si estaba vivo".
El hombre que pudo matar a Castro
A primeros de los 60 Ernesto Díaz Rodríguez era ya un anticastrista convencido y lo era desde que vio el comportamiento de la guardia personal de Fidel Castro en su localidad, Cojimar, donde el dictador había establecido su residencia. Un día de pesca en su barca Ernesto tuvo uno de esos encuentros que uno mismo no puede creer: cerca de su barca, un pequeño bote, "sólo y sin camisa", se cruzó con el mismísimo Comandante, que remaba en un pequeño bote.
"Pensé en eliminarlo físicamente", nos cuenta, "pero era una persona indefensa, desarmado, sin camisa, si yo lo elimino automáticamente me convierto en un asesino". Es muy curioso como Ernesto repite una y otra vez el detalle de que Castro estaba sin camisa, algo que de alguna forma debió de hacer que lo viese más vulnerable, más humano. Quién sabe si la historia de Cuba sería muy diferente hoy —y probablemente mucho mejor— si esa mañana hubiese sido menos calurosa y el dictador hubiese llevado una puñetera camiseta.
Menos de un año después Ernesto tenía que salir de Cuba pero siguió volviendo a la isla en misiones secretas para la oposición clandestina, hasta que en el 68 es cazado por una dictadura que, por supuesto, no tuvo con él la clemencia que él si tuvo con el dictador: es condenado a 15 años de prisión y desde el primer momento empiezan los castigos: "No querían aceptar que fuese un plantado y me rompieron la clavícula y me metieron en una celda de castigo sin atención médica". Allí se pasó seis meses con un responsable de la prisión que llegó a decirle "por mis cojones que no te vamos a dar el estatus de plantado".
El abogado menos defensor de la historia
Aunque parezca increíble la persecución no se quedó dentro de los muros de la cárcel: "Me acusaron de querer derrocar al Gobierno desde dentro de la cárcel –nos cuenta— y me condenaron a 25 años, pero lo mejor es que mi propio abogado, con el que no me había reunido nunca, protestó y pidió que me condenaran a muerte".
A finales de los años 70 y por razones de propaganda Castro concede la amnistía a algunos presos políticos, pero para los que quedan en la cárcel "empieza una represión más dura" y muchos de ellos son llevados al penal de Boniato, famoso por su dureza.
Allí Ernesto Díaz inicia, con otros compañeros, una huelga de hambre que mantuvo durante cinco meses en unas condiciones literalmente infrahumanas. "Nos daban suero intravenoso, pero las agujas eran horribles, costaba clavársela y luego te atravesaban la vena".
Por supuesto, tampoco contaban con la ayuda o la simpatía de los carceleros: "En una ocasión se negaron a darnos agua porque no la habían recetado los médicos", nos dice, y quizá esto es lo más increíble, con una sonrisa.
¿Cómo era una tapiada?
Ernesto y Roberto nos hablan de cómo eran las celtas tapiadas, los huecos inmundos en los que los presos políticos del comunismo cubano podían pasarse años. Como ya hemos comentado la reja estaba "tapiada" —de ahí el nombre— por una plancha de hierro a la que se había hecho un agujero.
No había otra ventilación y en ningún momento se veía la luz del sol. Por supuesto, no eran precisamente grandes: "Para tumbarte tenías que poner las piernas hacia arriba, apoyadas en la pared", pero a pesar de ello podía haber hasta tres personas en una única celda.
Los presos encerrados allí no salían nunca: ni una hora al día a la semana o el mes. Y si alguien se está preguntando dónde hacían sus necesidades la respuesta no es precisamente agradable: "Había un agujero en el suelo por el que entraban las ratas". No, las condiciones higiénicas no eran envidiables: "Si me despertaba de madrugada tenía cuatro o cinco cucarachas comiéndome los labios", nos cuenta Ernesto.
Había penales en los que además de las terribles condiciones físicas había más cosas que no contribuían precisamente al bienestar de los presos, tal y como explica Roberto: "Yo estuve un tiempo en una galera de La Cabaña y por las noches oíamos los fusilamientos desde la celda".
Una bandera de la URRS roja de sangre
Ernesto Díaz Valverde también protagonizó otra de las historias más llamativas de las cárceles de la dictadura cubana. Fue en una ocasión 'memorable': la inauguración de la Prisión del Combinado del Este.
Una delegación de la URSS había sido invitada al evento en el que, obviamente, también participaban autoridades de la dictadura castrista y el asunto llegó a los oídos de los presos, que se decidieron a "hacer algo".
Ernesto tuvo la idea: un trozo de sábana y su propia sangre, y la sangre de sus compañeros de celda y la de los de la celda de al lado, un poco pintura amarilla "de la que tenía escondida en la celda para pintar", otro poco de combustible y lo que debía haber sido un acto de exaltación comunista se convirtió en la quema de una bandera de la URSS mientras "un centenar de presos cantaba el himno de Cuba".
¿Qué significa 'Plantados'?
Ernesto y Roberto no sólo están encantados con el resultado de Plantados, sino también con lo que significa para ellos –"estamos muy agradecidos de que Dios nos haya dado esta oportunidad de que se sepa la verdad de lo que pasó"– y con lo que puede significar para los demás: "Espero que esté sirviendo para inspirar a los jóvenes cubanos".
Por supuesto, les preguntamos qué les parece lo que está ocurriendo en Cuba y las protestas que, por primera vez en mucho tiempo, está habiendo contra la dictadura. Roberto no se muestra muy esperanzado aunque admite que "algo es algo".
Ernesto se muestra más optimista: "No podemos predecir cuándo ocurrirá, pero lo que es seguro es que la dictadura caerá. La cuestión no es si va o ocurrir o no, sino cuándo".
¿Qué queda después de tanto sufrimiento?
"Al principio cuentas los minutos y las horas, luego los días y las semanas, más tarde los años y al final no cuentas nada". Así describe Roberto Perdomo el cambio que fue experimentando en su larguísima estancia en prisión.
Ernesto Díaz tiene una forma de hablar de su paso por la cárcel todavía más sorprendente: "Yo nunca me sentí preso", nos asegura, a lo que añade: "Al día siguiente de salir estuve en la calle y me sentí como si nunca hubiese estado en prisión".
Encontró un consuelo en los libros, primero leyéndolos cuando todavía les permitían acceder a la biblioteca de la cárcel, más tarde escribiéndolos él mismo, para lo que tuvo que sortear dificultades que a cualquier otro le hubieran parecido insalvables: "Escribía con una letra tan pequeña que en una hoja normal metía hasta 30 páginas del libro" y luego lo escondía en grietas de la pared de la celda o donde buenamente podía.
Evitar a los carceleros que el manuscrito pudiese llegar al exterior tampoco fue fácil, precisamente –"dos compañeros lo sacaron de la cárcel escondido en su recto"– pero finalmente pudo ver la luz Rehenes de Castro, un volumen al que siguieron otras obras en campos tan distintos como la poesía o la literatura infantil.
Así que no, tras tanto sufrimiento no lamenta lo que ha sido su vida –"no me pesan los años que he pasado en prisión, allí he aprendido lo que vale la fortaleza de espíritu"– ni se arrepiente de haber dejado escapar con vida a aquel Fidel Castro indefenso y sin camiseta. Admite que "quizá habría valido la pena haberlo liquidado por el sufrimiento que llevó a mi pueblo", pero aun así se reafirma: "Yo he luchado para llevar el amor a mi pueblo, no para convertirme en un asesino".
Con todo, lo más importante para estos plantados es precisamente eso, que siguieron de pie frente al mal y frente al terror: "A pesar de todas las golpizas y todos los atropellos no nos doblegamos", afirma Roberto Perdomo mientras Ernesto le mira, asiente y parece pensar que el estuvo muy muy lejos de ser doblegado.