El 4 de septiembre de 1936, mientras en Oviedo contaban los muertos causados por un bombardeo de la aviación republicana, apodada la ‘Gloriosa’, el capitán Alberto Bayo llegaba a Barcelona después de fracasar su desembarco en Mallorca y las tropas rebeldes tomaban Talavera de la Reina e Irún (esta última quemada por los milicianos en retirada), en Madrid se formó un Gobierno presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, que ya tenía la guerra civil por la que había abogado en tantos mítines y entrevistas.
Este Gobierno, que fue recibido por la prensa de la zona republicana, incluidos el ABC y La Vanguardia, como ‘de la Victoria’, procedió a una diarrea legislativa: aprobación del traslado de las reservas de oro y plata del Banco de España a Cartagena, constitución del Ejército Popular, introducción del comisariado político, de la estrella de cinco puntas en las insignias y del saludo militar con el puño cerrado, concesión del estatuto de autonomía vasco al PNV, medidas de represión de los ‘enemigos de clase’, nacionalización de tierras, depuración del funcionariado…
Azaña, el primero en correr
Semejante cantidad de papel oficial no detuvo la marcha de los nacionales ni los asesinatos cometidos por los ‘incontrolados’. Cada día, los soldados nacionales estaban más cerca de Madrid. La población de la capital crecía con los miles de desplazados de los pueblos que caían en poder de las vanguardias del general José Varela, que avanzaban desde Talavera y Toledo. Sin embargo, se produjo una baja en el censo de Madrid: Manuel Azaña, presidente de la República, fue evacuado a Barcelona el 19 de octubre.
El 29 de octubre, un contraataque republicano en Seseña, con la participación de una docena de carros T-26 soviéticos, fue rechazado por los nacionales, que emplearon por primera vez un arma anti-tanque luego famosa con un nombre curioso: el ‘cóctel Molotov’. El día 30, el Gobierno de Largo ordenó la movilización de todos los varones entre los 20 y los 45 años, siquiera para cavar trincheras.
El 2 de noviembre, las tropas de Varela tomaron Pinto, Fuenlabrada y Móstoles. Al día siguiente llegaron a Madrid los primeros cazas soviéticos, Polikarpov I-15, pagados con el oro del Banco de España. El 4 de noviembre, Largo formó un segundo Gobierno, en el que, para incorporar a los anarquistas, los ministros (incluido el representante del PNV, Manuel Irujo) pasaron de 14 a 18. Los socialistas y demás revolucionarios copiaban los vicios de la Restauración. Ese día, los nacionales entraron en Leganés, Getafe y Alcorcón.
Miaja decide resistir
El pesimismo era absoluto y el ‘Gobierno de la Victoria’, en una de las decisiones más cobardes de la guerra, decidió huir de Madrid la noche del 6 al 7 de noviembre. Dejó una Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general José Miaja. Éste y el general Sebastián Pozas, jefe del Ejército de Operaciones del Centro, recibieron de manos del general José Asensio Torrado, subsecretario del Ministerio de la Guerra (del que era jefe operativo, ya que el ministro era Largo) dos sobres con instrucciones para abrirlos a la mañana siguiente.
Ambos generales desobedecieron una orden tan idiota (y cobarde) y descubrieron que el Gobierno socialista-comunista-anarquista-peneuvista-republicano daba la ciudad por perdida. A Miaja se le mandaba resistir al menos una semana y a Pozas se le permitía replegarse y establecer la línea de defensa donde considerara oportuno. Los generales prefirieron resistir y cambiaron los pronósticos de unos y otros, pues en todo el mundo se daba por inminente la caída de Madrid.
Gracias a la llegada de las primeras Brigadas Internacionales y al descubrimiento de los planes de ataque de Varela en el cuerpo de un oficial muerto, la moral se levantó y el despliegue defensivo se reforzó en la punta de lanza, que fue la Casa de Campo. Así, el Ejército Popular obtuvo su única victoria duradera, aunque fue una victoria defensiva.
El Frente Popular, pues, conservó Madrid, pero estuvo a punto de perder al Gobierno entero, y no por un bombardeo nacional o un audaz golpe de comandos.
El control anarquista de Tarancón
En una noche de hace 85 años, la larga caravana de automóviles en la que huían Largo Caballero y sus ministros, más el general Asensio, y una pléyade de funcionarios de ringorrango y asesores, con sus maletas, se dirigía a Valencia por la única carretera nacional que seguía abierta.
En Tarancón (Cuenca), una partida de milicianos anarquistas que había establecido un control detuvo a la caravana y procedió a identificar a los pasajeros. La indignación de los anarquistas aumentaba a medida que iban descubriendo que bajo los caros abrigos, sombreros y uniformes se encontraban los ‘ministros del pueblo’, que escapaban de Madrid como las ratas del barco que se hunde. Más de uno conoció en esa noche el terror que pasaban tantos madrileños de derechas o católicos desde finales de julio.
En el registro, los anarquistas pescaron un pez gordo, descomunal: el alcalde de Madrid, Pedro Rico López, un tipo asquerosamente obeso, a cuyo lado Indalecio Prieto parecía sólo gordito. Había sido ungido alcalde de Madrid el 13 de abril de 1931. Entonces le gustaban los aplausos, como cuenta Miguel Maura en sus memorias. En los mítines y las arengas pronunciadas en las semanas anteriores, Rico había prometido morir antes de abandonar la ciudad. Los anarquistas le obligaron a volver a punta de pistola, y también a dos ministros de la CNT: Juan Peiró, de Justicia, y Juan López, de Comercio.
Ya en su ciudad, el asustado Rico se refugió en la embajada de México, por si los nacionales entraban en Madrid. Más tarde, escapó a Valencia en el maletero de un coche y de ahí, en barco, a América. Lo más lejos posible. En cambio el anarquista Melchor Rodríguez, último alcalde del Madrid rojo, aguardó a los nacionales en su despacho en marzo de 1939.
A Rico, un individuo repugnante se mire como se mire, el Ayuntamiento de Madrid le ha dado una calle.
Inflación de gobiernos en la zona republicana
Otra de las consecuencias de la huida del Gobierno del Frente Popular fue la aparición de un nuevo ‘gobiernito’ en la zona revolucionaria. Mientras los rebeldes constituían un Estado y unificaban su mando militar y político, el Frente Popular caía en el cantonalismo que tanto desesperó a Manuel Azaña.
Al Gobierno nacional y a la Generalidad presidida por Lluís Companys, existentes antes de la guerra, se habían unido el Consejo Interprovincial de Asturias y León (septiembre de 1936), el Consejo Regional de Defensa de Aragón (octubre), el Gobierno autónomo vasco (octubre) y la Junta de Defensa de Madrid (noviembre). A esos seis ‘gobiernitos’ que dedicarían parte de su esfuerzo a pelear por competencias, suministros y dinero, se unió al año siguiente el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos (febrero de 1937).
En abril de 1937, la zona republicana, en permanente retroceso (ya había perdido Málaga y parte de Vizcaya), tenía siete gobiernos; en el mismo mes, los nacionales unificaron sus partidos en uno solo, FET de las JONS, que se puso bajo la dirección de Francisco Franco, ya generalísimo y jefe del Estado. En mayo, la Generalidad y el PCE atacaron en Barcelona a las milicias de la CNT y el POUM. El Gobierno ‘constitucional’ nunca dio las cifras de los muertos en los ‘Fets de Mai’, pero éstos se calculan hasta en un millar.
Pero la guerra civil, aseguran los ‘akamédicos’, la perdió la República por los submarinos italianos y las tanquetas alemanas.