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Pedro Corral

Atrapados entre dos fuegos: Cuando las ametralladoras republicanas vomitaban plomo contra sus propias tropas

Ya disponemos de confirmación oficial de la ejecución de las órdenes de represión: "Empleen ametralladoras que contengan cualquier intento de retirada"

Ya disponemos de confirmación oficial de la ejecución de las órdenes de represión: "Empleen ametralladoras que contengan cualquier intento de retirada"
Batalla de Brunete | Cordon Press

El hallazgo por el autor de un informe en el que un comisario republicano denuncia la utilización en la batalla de Brunete, en julio de 1937, de ametralladoras detrás de las líneas para abrir fuego contra las propias tropas y evitar su retirada, vuelve a poner de actualidad la dura disciplina impuesta en el seno del Ejército Popular de la República durante la Guerra Civil, frente a las visiones idealizadas del llamado "ejército del pueblo".

La ofensiva republicana lanzada en julio de 1937 al oeste de Madrid, para copar a las fuerzas franquistas que asediaban la capital desde noviembre anterior, es la primera gran maniobra que ejecuta el nuevo Ejército Popular. Sus unidades, formadas en muchos casos a partir de los originarios batallones de milicias, habían ido incorporando, desde que el gobierno de Largo Caballero puso en marcha la recluta forzosa en septiembre de 1936, una importante masa de quintos cuya consistencia moral era bien diferente a la de los milicianos de la primera hora.

Con todo, la puesta en pie del Ejército Popular, después de la disolución del ejército en la zona gubernamental, puede considerarse un auténtico milagro de organización. Fue también un factor decisivo en la prolongación de la contienda, sobre todo por su capacidad defensiva, ya que en la ofensiva, más allá de unas brillantísimas acciones, como el cruce del Ebro, el Ejercito Popular demostró claramente sus debilidades.

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Enrique Líster Forján en 1937

La propia batalla de Brunete lo demostraría a mediados de 1937. A la audaz penetración de la 11.ª División de Enrique Líster entre las líneas franquistas, que le llevaría a tomar Brunete el mismo día de inicio del ataque, el 6 de julio, le acompañaría la desesperante lentitud con que avanzaron las unidades a sus flancos, empeñadas durante días en acabar con pequeños focos de resistencia, como es el caso del Vértice Los Llanos, Quijorna o Villanueva de la Cañada.

La ofensiva se agotaría a los seis días, incapaz de superar los vértices que dominan el curso del río Guadarrama, como Cerro Mosquito o Romanillos, para continuar la maniobra de envolvimiento de las fuerzas "nacionales" apostadas frente a Madrid.

En el campo de batalla los contendientes de ambos bandos escribieron páginas de heroísmo sin cuento, bajo un calor abrasador, entre impenetrables nubes de polvo levantadas por las explosiones de las bombas de la artillería y la aviación, que hacían el aire irrespirable. A pesar del fuego y la metralla, los ataques y contrataques, los regueros de muertos y heridos, el legendario Milton Wolff, el último comandante del Batallón "Lincoln" de brigadistas norteamericanos, que participó en la batalla como servidor de una ametralladora Maxim, me recordaba sobre todo la terrible sed que padecieron en aquellas tierras resecas del oeste de Madrid.

El día 12 de julio las fuerzas republicanas pasaron a la defensiva. Según un informe de ese día del teniente coronel Segismundo Casado, citado por Ramón Salas Larrazábal en su imprescindible Historia del Ejército Popular de la República (La Esfera de los Libros), sus fuerzas "carecen de capacidad combativa por agotamiento". En esas condiciones se va a desarrollar el contragolpe franquista, que a pesar de todo va a encontrar una fuerte resistencia por parte de las fuerzas republicanas, que cuentan con algunas unidades de refresco.

Las duras condiciones de la lucha provocarán en las filas republicanas diversos episodios de desbandadas, cuando no de abierta insubordinación. El hecho más notable es la revuelta protagonizada por dos batallones de la XIII Brigada Internacional que se negaron a cumplir las órdenes para ocupar una posición y abandonaron la línea de frente. Unos trescientos hombres se dirigieron armados a Madrid creando una gran alarma en la retaguardia, pues incluso el jefe del Gobierno, Juan Negrín, llegó a pensar en un golpe de Estado. Los insubordinados fueron finalmente desarmados a la altura de Torrelodones por una compañía de guardias de asalto enviada por el general Miaja.

Las órdenes para evitar estos actos de indisciplina son tajantes. Así, el mayor Zulueta, jefe de la 34.ª División, amenaza por escrito con el "castigo inmediato e inflexible de todo oficial que tuviera un momento de defección". Más graves son las órdenes que recoge Salas Larrazábal en su obra antes citada: la 3.ª Brigada Mixta recibe la orden de que "en caso de iniciarse un repliegue que no sea por orden superior, empleen ametralladoras que contengan cualquier intento de retirada". Una orden idéntica, según el mismo autor, se cursa en la 68.ª Brigada Mixta.

La pregunta es si estas crueles órdenes se llegaron a ejecutar o solo fueron un instrumento de disuasión para prevenir las desbandadas. Hoy disponemos ya de una confirmación oficial de la ejecución de dichas órdenes gracias al documento conservado en el Archivo General Militar de Ávila (AGMAV, C. 1046, 10, 4) que hallé hace unos días en las copias microfilmadas que se pueden consultar en el mismo archivo en Madrid.

Se trata de un informe de un comisario de la citada 70.ª Brigada sobre lo acontecido el 26 de julio, durante la retirada general de las fuerzas republicanas en el sector de Brunete ante la acometida de las tropas franquistas. Por su indudable interés, considero necesario citarlo íntegramente:

Comisariado General de Guerra

Ministerio de la Guerra

70 Brigada Mixta

INFORME SOBRE HECHOS ACAECIDOS EN VILLANUEVA DE LA CAÑADA

El día 26 de julio próximo a las trece horas, se inicia una retira (sic) general en el frente, con lo que tienen necesidad las fuerzas de nuestra Brigada de replegarse a Villanueva de la Cañada.

Un comisario de la 32 Brigada con tres números tiene emplaza (sic) una ametralladora a la derecha de Brunete, que hace repetido fuego sobre nuestras fuerzas que se replegan (sic). El Comisario Ayudante después de haber cooperado a la reorganización de las dispersas fuerzas de la Brigada, marcha con dirección al lugar donde se encuentra emplazada la ametralladora que tira en nuestra dirección; es amenazado varias veces; con ráfagas de ametralladora y después de haber llegado un enlace de caballería , para de tirar y permite el acercamiento del Comisario Ayudante que se encuentra en ese momento acompañado del Comisario López del Escuadrón de Caballería de la Brigada y de un Teniente que organizan el servicio marcado por el mando de la Brigada, para que los Batallones puedan reconcentrarse en un determinado sitio. Los tres llegan hasta la ametralladora, encontrándose con este que dice ser Comisario de la 32 Brigada y que ante las censuras que le achacan por encontrarse disparando a la fuerza de nuestra Brigada, contesta que se encuentra cumpliendo órdenes. Sin perder la posición de tirar se les interroga sobre a (sic) la Brigada a la que pertenecen, respondiendo que lo es a la 70; lanzando el Comisario de la 32 Brigada graves insultos a la nuestra y siempre en ademán amenazador solicita le sean entregadas las pistolas, siendo denegado al primer requerimiento, pero al amenazar con tirar o hacer fuego de ametralladora ante la negación, se procede a la entrega de ellas. El Comandante Terol de la 32 Brigada [el nombre correcto era Nilamón Toral], que ya se encuentra hace un rato presenciando la escena, interviene groseramente apoyando a su Comisario, quien a su vez se hace cargo de las pistolas y a modo de observación manifiesta que ya ha tenido necesidad de matar a un Capitán de nuestra Brigada, que después se comprueba es el que fue Capitán en nuestra Brigada quinto Batallón apellidado Ramírez, encontrándose el cadáver con un balazo en el pecho y otro en la cabeza. Poco más tarde se recoge la información de este mismo Comandante marchando sobre caballo y con dos Tenientes, se presentó ante nuestro Comandante de Estado Mayor Cantos, quien después de amenazarle y molestarle verbalmente, instó para que marchara de frente, amenazando con disparar si este volvía la cabeza.

Guadalajara Agosto de 1937

EL COMISARIO DELEGADO

DE GUERRA DE LA BRIGADA

Es preciso identificar a algunos de los protagonistas de este episodio, relatado con toda seguridad, aunque el informe no tiene rúbrica, por quien ocupaba entonces el cargo de comisario delegado de Guerra en la 70.ª Brigada, José Ladrón de Guevara, que fue confirmado para ese puesto por Indalecio Prieto, ministro de Defensa Nacional, por una circular del 22 de mayo de 1937.

La 70.ª Brigada, contra cuyas fuerzas disparaba el comisario de la 32.ª, se había hecho célebre por la reconquista de Brihuega (Guadalajara) ante los italianos en marzo de 1937. Estaba a las órdenes del mayor de milicias comunista José Luzón Morales, si bien se encuadraba en la 14.ª División, comandada por el anarquista Cipriano Mera.

La 14.ª División había sido trasladada al frente de Brunete desde Guadalajara a mediados de julio, como unidad de refresco. El día 21 de julio quedó como reserva al este y noreste de Villanueva de la Cañada. El día 23 se dispuso que la 14.ª relevara a la 11.ª de Líster, pero el relevo no se produjo, lo que motivó que la división de Líster, muy castigada, abandonara Brunete el día 24.

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Franco en Brunete en 1937

Ese mismo día se ordena a las dos divisiones que contraataquen para recuperar las ruinas de Brunete, pero la operación fracasa. A lo largo del frente se suceden ese día los chaqueteos y las desbandadas de las fuerzas republicanas. El día 25, las divisiones de Mera y Líster vuelven a contraatacar, pero nuevamente sin éxito. A ello se suma un duro bombardeo de la aviación franquista que produce la desbandada general, en la que tiene lugar el episodio de la muerte de la fotógrafa Gerda Taro, la compañera de Robert Capa, aplastada por un carro soviético.

Por su parte, la 32.ª Brigada Mixta, a la que pertenecían los que tiraban con ametralladora contra las fuerzas de la 70.ª, había sido creada a partir de la Columna "Mangada" y pertenecía entonces a la 35.ª División. La 32.ª Brigada había demostrado su capacidad combativa en los tres días anteriores, resistiendo los duros contrataques "nacionales" al sur de Brunete. Su jefe era el mayor Nilamón Toral Azcona, comunista, considerado uno de los más brillantes jefes de milicias del Ejército Popular, aunque sin la proyección propagandística que tuvieron otros mandos menos capaces. Es Toral quien interviene en la escena relatada por el comisario Ladrón de Guevara, aunque le llama erróneamente "Terol".

El episodio a que se refiere el informe del comisario Ladrón de Guevara se produce entre Villanueva de la Cañada y Brunete, distantes a seis kilómetros. Según Salas Larrazabal, la retirada de las fuerzas de la 70.ª Brigada al sur de Villanueva de la Cañada provocó que el día 26 de julio se perdiera el enlace entre los cuerpos de ejército V y XVIII.

Como habrá advertido el lector, el comisario de la 70.ª no reprocha en su informe que el comisario de la 32.ª estuviera ametrallando a sus fuerzas. Lo que denuncia es que se estuviera tirando contra ellas cuando su retirada obedecía a una instrucción de sus mandos y no a una desbandada sin orden ni concierto. Esto significa que el comisario denunciante asumía la actuación de su compañero de la 32.ª, seguramente porque él habría recibido instrucciones similares, de ahí que en su informe insista una y otra vez en que sus fuerzas se estaban replegando de acuerdo con las disposiciones del mando.

Impactante y conmovedora es la suerte del capitán Ramírez, del quinto batallón de la 70.ª Brigada, que según se desprende del informe fue muerto al intentar defender a sus soldados del fuego de la ametralladora de su propio ejército. Un héroe desconocido en un trance insólito.

Llegados a este punto es necesario intentar aclarar el origen de las órdenes para situar ametralladoras detrás de las líneas propias con el fin de disparar a las propias fuerzas cuando abandonaran sus posiciones. Anthony Beevor, en su libro La Guerra Civil española, señala que en Brunete la orden fue dada por el mayor Juan Modesto, jefe del V Cuerpo de Ejército. No sería la primera vez que se aplicara esta medida. El propio Azaña afirmaba en sus Diarios de guerra que, para frenar las retiradas de las tropas del Ejército Popular en el frente del norte, "ha habido casos de ponerlas ametralladoras detrás de nuestras líneas". El propio jefe del Ejército del Norte, el general Mariano Gámir Ulibarri, reconocía haberse trasladado personalmente a algún puesto de mando con instrucciones de "romper el fuego contra algunos soldados que se retiraban de la línea de fuego sin orden para ello".

Sin embargo, esta severidad, lejos de ser reprobada, parecía ser aceptada por las autoridades republicanas. La razón es muy sencilla: fueron ellas las que abonaron el terreno para su implantación. Contra la visión idealizada del "ejército del pueblo", surgida sin duda de la valerosa respuesta popular al golpe militar que desencadenó la guerra, el gobierno frentepopulista asumió rápidamente la prosaica realidad generada por la recluta forzosa: las unidades del Ejército Popular empezaron a ser engrosadas por una masa de combatientes indiferentes, sin rasgos ideológicos, cuando no abiertamente desafectos.

Por esta razón, cuando aún no se había cumplido un año de guerra, el gobierno de Negrín aprobó un decreto presentado por el ministro de Defensa Nacional, Indalecio Prieto, para extremar las medidas contra prófugos y desertores, así como castigar más duramente los episodios producidos por la falta de moral combativa. El decreto fue aprobado el 18 de junio de 1937, un día antes de la toma de Bilbao por los franquistas, y contenía disposiciones tan severas como esta:

El que encontrándose en acción de guerra o dispuesto para entrar en ella fuere el primero en volver la espalda al enemigo, incurrirá en la pena de muerte y podrá en el mismo acto ser muerto, para su castigo y ejemplo de los demás.

Un mes después, durante la batalla de Brunete, esta disposición tuvo su traducción práctica: las ametralladoras situadas detrás de las líneas propias, dispuestas para abrir fuego contra los combatientes que volvieran la espalda al enemigo, empezaron a vomitar plomo, el mismo material con que el que se imprimió el decreto de Prieto en la Gaceta de la República.

Pedro Corral es Periodista y escritor. Autor de Desertores y Si me quieres escribir.

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