En la Transición, entre las ideas (más bien prejuicios) que circulaban destacaba la de que las elecciones en España siempre las ganaba la izquierda, como demostraba la experiencia republicana. El franquismo disponía de una envidiable élite de abogados del Estado y de ingenieros, pero que carecían de conocimientos históricos. La verdad es que en la República, cuando las elecciones fueron limpias, es decir, sin bandas de pistoleros de izquierdas robando urnas, ganaban las derechas.
Entre 1931 y 1936 se celebraron seis elecciones: municipales el 12 de abril de 1931, a Cortes Constituyentes en junio de 1931, al Parlamento regional catalán en 1932, municipales parciales y a Cortes ordinarias en diciembre de 1933 y a Cortes ordinarias en 1936.
Victoria monárquica en abril de 1931
Al buscar los datos, el primer obstáculo es que los Gobiernos republicanos no destacaron por su transparencia, pues no publicaron varios de los resultados. La asignación de concejalías de las elecciones municipales celebradas el 12 de abril se tuvo que reconstruir.
El periodista Henry Buckley (Vida y muerte de la república española), corresponsal en España desde 1929 del Daily Telegraph, reconoció que las cifras conocidas eran de unos 60.000 concejales monárquicos y unos 14.000 republicanos y socialistas. En una visita al Ministerio de Gobernación, le mostraron en un sótano “centenares de paquetes” con datos telegrafiados desde todos los ayuntamientos, pero le reconocieron que nadie tenía la intención de abrir los telegramas y contar.
El historiador Javier Tusell dio los siguientes resultados. Concejales monárquicos: 40.324. Republicanos y socialistas: 36.282. De ERC: 3.219. De la Lliga: 1.014. Del PNV: 267. Del PCE: 67. E independientes: 1.207. Es decir, una ligera ventaja de los monárquicos y la Lliga. En votos populares, la Conjunción republicano-socialista superaba a los monárquicos en las grandes ciudades. Ahora bien, se elegían concejales, no diputados.
Por si acaso, el Gobierno Provisional en vez de organizar un referéndum sobre República o Monarquía, preparó las elecciones a Cortes Constituyentes. Éstas se celebraron el 28 de junio, con dos de los principales periódicos de España, El Debate (católico y partidario de acatar el nuevo régimen) y el ABC (monárquico Alfonsino) suspendidos. Las derechas estaban tan desanimadas que apenas presentaron candidatos. Donde lo hicieron, en Vascongadas y Navarra, la unión de carlistas, peneuvistas y católicos sin partido, obtuvo 16 escaños de 24.
El apogeo de la izquierda
Estas elecciones fueron una gran victoria para los partidos republicanos y de izquierdas. Los más votados fueron el PSOE y el Radical, de Alejandro Lerroux.
Las Constituyentes elaboraron una Constitución sectaria, “de izquierdas”, declaró el socialista Luis Jiménez de Asua.
Uno de los compromisos del Pacto de San Sebastián consistía en la concesión de un estatuto de autonomía para Cataluña. Después de la aprobación parlamentaria de la Constitución (tampoco se sometió a referéndum) en diciembre de 1931, las Cortes debatieron el estatuto de autonomía, redactado por una comisión catalana, y lo aprobaron en abril de 1932.
En virtud de esta ley, el 20 de noviembre los catalanes eligieron su primer Parlamento democrático. La victoria de ERC fue descomunal: 47% de los votos y 67 de los 85 escaños. El partido de derechas regional, la Lliga de Francesc Cambó, no alcanzó el 30% de los sufragios y recibió sólo 17 diputados.
Pero en poco más de un año, se cerró el paréntesis del predominio de las izquierdas.
Victorias de las derechas
Las mujeres pudieron ejercer su derecho al sufragio activo en las elecciones municipales de abril de 1933. Éstas afectaron a unos 2.500 municipios de todas las regiones españolas, salvo Cataluña, que ya tenía su ley electoral, y a millón y medio de vecinos. Se trataba de los municipios en los que, en virtud de la ley electoral de Antonio Maura, se proclamaba automáticamente a los ganadores si sólo se presentaba una lista. Estos municipios solían ser instrumentos dóciles del partido que controlaba el Ministerio de Gobernación, pero entonces votaron contra las comisiones gestoras que les había colocado el Gobierno Provisional.
Fue tal el revolcón para el PSOE y los republicanos de izquierdas que el Gobierno de Azaña, no se dignó publicar los datos, hasta el año siguiente. En las Cortes, Azaña arremetió contra esos aldeanos que se habían atrevido a estropearle la digestión:
“Se han celebrado elecciones en 2.400 municipios españoles, los más pequeños, los más débiles políticamente, parecidos a los que llamaban en otros países los ‘burgos podridos’, en el sentido electoral”.
Y luego los ‘historiadores de choque’ izquierdistas pretenden que nos creamos que el desprestigio de Azaña se debió a una campaña de la derecha reaccionaria, cuando el primer enemigo del alcalaíno era la soberbia que brotaba de su bocaza.
Los concejales obtenidos por la coalición del Gobierno de izquierdas (con tres ministros socialistas) fueron la tercera parte.
En noviembre y diciembre se realizaron las dos vueltas de las elecciones a las primeras Cortes ordinarias, con una ley electoral aprobada por la izquierda. En la campaña murieron en actos de violencia perpetrados casi todos por las izquierdas, 34 personas. De las urnas salió una de las Cámaras más de derechas del siglo XX. El partido más votado pasó a ser la CEDA, que no existía en 1931, y en Cataluña, la Lliga superó ERC.
Los socialistas y la banda de Azaña reaccionaron con tanta rabia que le propusieron por cinco veces al presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, que repitiese las elecciones o que no permitiese el acceso al Gobierno de la CEDA (Stanley Payne, en Alcalá-Zamora. El fracaso de la república conservadora). En cuanto sus intentos de subversión política pacíficos fracasaron, la izquierda se pasó a la rebelión armada, que desencadenó en octubre de 1934.
El Frente Popular se crea su mayoría
En enero de 1936, Manuel Portela Valladares, instrumento obediente de Alcalá-Zamora, convocó elecciones a Cortes. Desde el Gobierno, como reconoció en sus memorias el presidente de la República, se trató de manipular el recuento para crear un grupo de centro afín a éste y para ayudar un poco al Frente Popular (Alcalá-Zamora reconoce que votó la lista de las izquierdas).
Los resultados exactos no se han sabido nunca, porque el Gobierno del Frente Popular no los publicó y, en realidad, porque desde el cierre de los colegios electorales, en una serie de provincias comenzaron las agitaciones preparadas por los socialistas para validar el pucherazo. La deserción de las autoridades centristas en numerosos lugares, como el propio Portela, dejaron a las izquierdas las manos libres para alterar el recuento y dirigir desde el Gobierno la segunda vuelta (Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, en 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular).
La comisión de actas de las Cortes, controlada por las izquierdas y el PNV, dio al Frente Popular aún más escaños; a la CEDA le arrebató once diputados. La misma comisión ordenó la repetición en mayo de las votaciones en Cuenca y Granada, donde habían vencido las derechas.
La violencia ejercida por los matones socialistas fue tal que en Granada se retiró la lista de derechas, con lo que los 13 diputados fueron todos del Frente Popular. En Cuenca, se voltearon los resultados y se pasó de 4 diputados para las derechas y 2 para las izquierdas al revés. Después de los pucherazos y las palizas, el Frente Popular pasó de 5 diputados en esas dos provincias a 17; y las derechas, de 14 a 2.
Sin los pucherazos y la violencia de las izquierdas, la República habría sido un régimen moderado y quizás habría pervivido.