El hispanista británico se asegura el caviar interpretando la historia de España con un acento de inspector de Scotland Yard en serie de televisión, pero al menos ha leído y en ocasiones (se asegura, aunque no se haya comprobado) ha entrado en algún archivo. Junto a él suele aparecer el ‘hispanófobo’, que es como el bufón enano que acompañaba a las infantas y los grandes en el Siglo de Oro.
El ‘hispanófobo’, tan español como el botijo, se gana las lentejas, porque todavía hay clases, poniendo a caldo a lo español. No le da el coco para más. Sus lecturas, pocas en el caso de que no sean nulas, le podrían haber beneficiado de alguna manera si las consignas tuiteras y políticas no hubiesen ocupado totalmente su cráneo.
En otras épocas, se le identificaba por reaccionar ante cualquier contratiempo, como una multa de tráfico o un charco que le manchaba, con expresiones: “¡Qué país” y “¡Cuándo seremos europeos!”. Cuando se dedica a la historia de España suele emitir sentencias contundentes, heredadas de una tradición que proviene de las logias y las cátedras krausistas, como que “No podemos ser libres porque no hemos guillotinado a los reyes como en Francia”, “Los curas que expulsaron a los franceses nos condenaron al atraso” (una versión más sudada del ‘hispanófobo’ sustituye a la soldadesca bonapartista por los musulmanes andalusíes) y “La Armada española no ha vencido en una sola batalla desde Lepanto”.
Con el hispanista nativo de Hibernia, Caledonia o Anglia las sobremesas son más entretenidas que con el cenizo del ‘hispanófobo’, siquiera porque el primero suele ser un ávido degustador de todo tipo de alcoholes. Algunos participantes en universidades de verano recuerdan duelos, y no sólo verbales, entre hispanistas pasados de copas. Por el contrario, el ‘hispanófobo’ adapta el vegetarianismo y la abstemia de la Institución libre de Enseñanza al siglo XXI y se ha hecho vegano o algo parecido. Y con las lechugas hay, sí, menos colesterol, pero también menos diversión.
Lo que se lee en la ‘prensa de calidad’
Hace unos días, en el principal órgano de ‘hispanofobia’, El País (20-III-2021), apareció una perla macerada con incultura y limitaciones expresivas. En una pieza periodística sobre la representación de un monólogo antibelicista atribuido erróneamente a Fernando Fernán Gómez en el Prado delante del cuadro de Las Lanzas, la redactora describe el momento retratado por Velázquez:
“diez años después de la victoria en Breda, tras la que los tercios de Flandes se rindieron ante las tropas españolas en 1652”
Después de que el académico Juan Luis Cebrián nos sorprendiese con el oxímoron “insidiosa Reconquista” y dos redactores, Natalia Junquera y Jesús Duva, se inventasen la mentira de los ‘niños robados’ por el franquismo, nos enteramos por el periódico del Ibex que los tercios de Flandes eran tropas que combatían contra la Corona española.
O dejo el ‘gintonic’ de media mañana o dejo de leer la prensa de papel. Y me parece que el dilema tiene fácil solución después de que los editores, en un acto de inteligencia similar al de Fernando Simón asegurando que íbamos a tener uno o dos contagios por el coronavirus, hayan decidido cerrar sus contenidos en Internet salvo pago.
Quizás es que en este artículo nos encontramos ante una manifestación de otra de las consignas favoritas de los ‘hispanófobos’: “El ejército español sólo ha ganado las guerras civiles”. ¿Tal vez se refería El País a los motines de las tropas cuando sus soldadas no llegaban, hecho también frecuente en otros ejércitos? Supongo que explicar que muchos de los militares enrolados en los Tercios que durante la guerra de los Ochenta Años combatieron por que Flandes siguiera bajo soberanía del rey de España eran naturales del país haría estallar las cabezas progresistas.
En 1573 de los más de 50.000 soldados de que disponía el duque de Alba los españoles no llegaban a 8.000, mientras que los flamencos rondaban los 30.000. En el ejército de Alejandro Farnesio, de unos 60.000 militares, los españoles eran poco más del 10%, unos 6.300; los italianos sumaban 5.000; y el resto, originarios de las provincias flamencas. Y es que muchos flamencos preferían depender de Madrid antes que de los protestantes y oligarcas Guillermo Orange y Mauricio Nassau.
España inexistente, como Ruritania o Gondor
En uno de sus mamotretos, Henry Kamen nos reprochó a los españoles que nos apropiemos del general genovés Ambrosio de Spínola, el vencedor de Breda. Que fuera súbdito de la república de Génova, aliada fidelísima de España, que se ofreciese a la Monarquía Hispánica, que recibiese títulos y recompensas de Felipe III y Felipe IV, como el ducado de Sesto y el Toisón de Oro, que sus militares los pagase Madrid, no significa que él fuese español, ni mucho menos. Igual que Fernando de Magallanes, al que alguna ministra se empeña en conservar como portugués. Porque, como sabemos todos, España no existe hasta 1812 o 1978… O seguramente España ni existe; es como Gondor o Ruritania; una creación literaria, aunque cobra impuestos.
La próxima vez que en un bar hagamos la broma de pedir un tercio, pero de Flandes, tendremos que añadir, “y leal al Imperio”. Porque si no estamos atentos nos pueden servir cerveza holandesa calvinista, y eso yo no lo aguanto. Los sediciosos duques de Sussex ya me han hecho poner mi espada del lado de la reina Isabel II, descendiente de una dinastía usurpadora del trono de los Estuardo. Pero beber cerveza de herejes y rebeldes a su señor natural, nunca. ¡Eso jamás! Antes un vaso de agua del grifo y del tiempo, voto a bríos.
Y antes de encargar el tercio, pido para la prensa correctores y Wikipedia. Por piedad.