A Lenin lo que es de Lenin
Lenin es el descubridor del totalitarismo, estructurado y puesto en práctica por el comunismo mediante el terror de masas, el líder carismático, el monopolio del partido sobre los medios de producción y distribución de los bienes materiales y la censura de todos los medios de expresión.
Después de la pionera y polémica experiencia del Libro negro del comunismo (1997), obra colectiva que él dirigió y cuya traducción al español, en 1998 fue la primera que se hizo del mismo, Stéphane Courtois, historiador, director honorario de investigación del CNRS y autor de una treintena de libros, nos ofrece ahora una biografía de Lenin, cuyo título no llama a engaño: Lenin. El inventor del totalitarismo. Con ella, ha emprendido la ingrata tarea de consolidar, frente a la comunidad académica de historiadores, a la que pertenece, y frente a la más amplia, y esperemos que más agradecida de los lectores, sus dos tesis más provocadoras, sugeridas ya en la obra antes citada, y controvertidas, incluso por aquellos que, en principio, parecían o deberían ser partidarios de ambas.
La primera está contenida ya en el título: que Lenin fue el inventor del totalitarismo. Nadie duda que la tiranía, el despotismo, el absolutismo, llámeselo como se quiera, es viejo como el mundo (nihil novi sub sole). Como recuerda José Jiménez Lozano, “el primer totalitarismo del mundo es el del rey Nimrod que quiso alzarse contra el cielo construyendo una torre para que todos hablaran igual y tuvieran los mismos pensamientos”. Por así decirlo, el totalitarismo ya estaba ahí, como también estaba América en su sitio antes de que la “descubriera” Cristóbal Colón, o sea, antes de que la señalara con el dedo, le diera nombre y la localizara, poniéndola, nunca mejor dicho, en el mapa y haciéndola accesible a todos.
Eso es precisamente lo que ha hecho Courtois con este libro: poner el totalitarismo inventado por Lenin en el mapa político, como explica muy bien Federico Jiménez Losantos en el prólogo («Para explicar lo inexplicable: Lenin o el mal absoluto»), y a cuya difusión contribuirá sin duda él con su propia obra, pues con sus libros, Memoria del comunismo y La vuelta del comunismo, Jiménez Losantos es quien, desde todos los medios a su disposición, más ha hecho y hace para sensibilizar y sacar a los españoles, obnubilados y acomplejados por el antifranquismo, de la suicidaria indiferencia ante una amenaza que se está convirtiendo en un peligro inminente.
Conviene aclarar esto, porque, como decía Galdós, las palabras rigen el mundo, no las ideas, y la gente se pierde fácilmente en sutilezas semánticas olvidando lo mollar. Sin desdeñar las significativas enseñanzas del pasado al respecto –la Revolución francesa, la Comuna–, el totalitarismo leninista que nos describe Courtois es el que conocemos y padecemos todavía, y fue estructurado, instrumentalizado y utilizado como forma de gobierno, no por “el malvado” Stalin, y los no menos monstruosos Mussolini o Hitler, por mucho que estos últimos lo perfeccionaran, si no por el “gran intelectual” llamado Lenin. Es en este sentido en el que Lenin es el descubridor del totalitarismo, tal y como lo padecieron y aún lo padecen muchos, desde entonces, estructurado y puesto en práctica por el comunismo mediante el terror de masas, el líder carismático, el monopolio del partido sobre los medios de producción y distribución de los bienes materiales y la censura de todos los medios de expresión. Aquí está contenida la definición del régimen totalitario inventado por Lenin entre 1917 y 1922, como explica Courtois en esta biografía.
Entre el 1 de enero de 1935 y el 22 de junio de 1945 fueron fusiladas 7 millones de personas, o sea, un millón al año
La segunda tesis, y otro gran punto de controversia, de muy difícil asunción incluso para amplios sectores conservadores, es la comparación entre el comunismo (primera doctrina en estructurar e implantar el totalitarismo como método de poder), el fascismo de Mussolini y el nacional socialismo de Hitler que lo imitarían y desarrollarían después, aplicándolo a sus respectivas políticas e ideologías en toda su esplendente e idiosincrásica siniestrez, como Courtois demuestra cronológica y documentalmente en este libro a través del estudio pormenorizado de la vida de Lenin y apoyado por testimonios de muchos contemporáneos e de grandes historiadores como Richard Pipes, Orlando Figes, Sebag Montefiore, Robert Conquest, entre muchos otros.
Esto nos lleva a otro de los más inquietantes interrogantes que plantea su autor, me refiero al sorprendente hecho de que, así como Mussolini y Hitler cayeron para no levantarse más –por mucho que se empeñe la izquierda en intentar resucitarlos, a fuer de imitarlos– y pagaron en su día por sus crímenes, no ha ocurrido lo mismo con esos otros grandes asesinos de masas que son los comunistas, ni siquiera tras la caída del muro de Berlín, en 1989, ni la implosión de la Unión soviética, en 1991, crímenes que siguen impunes y, aunque ya en menor medida, son jaleados e imitados en la época actual en amplias regiones de este democrático mundo. Para poner en su sitio al comunismo, y ya que hablamos de sus crímenes, recordemos que, según un informe ministerial de la URSS de 1956, sólo entre el 1 de enero de 1935 y el 22 de junio de 1945 fueron fusiladas 7 millones de personas, o sea, un millón al año, mientras que en el reinado de Alejandro II fueron ahorcados en Rusia 70 presos políticos. Imagínense la industria de la muerte necesaria para fusilar a 7 millones de personas…
Courtois analiza la vida de Lenin, paso a paso, con un rigor documental que impide cualquier duda al respecto. Las interpretaciones psicológicas sobre la perturbada personalidad de Lenin, basadas en los traumas que le produjeron la temprana muerte de su padre, primero, y la ejecución de su hermano mayor, poco después, por el atentado frustrado al zar podrán o no, convencernos, pero permiten entender, en parte, el odio y el rencor hacia la familia imperial de ese pequeño aristócrata de provincias, así como su deseo de venganza, satisfecho con una crueldad que ha creado escuela.
Por eso, es de gran importancia el análisis que hace Courtois de las influencias literarias en la doctrina leninista (y en la intelligentsia y el movimiento revolucionario ruso en general), su fascinación por Padres e hijos de Turguéniev, el papel que juega la novela panfletaria de Chernychevski ¿Qué hacer? en la siniestra teoría leninista de «conducir con mano de hierro a la humanidad hacia la felicidad», así como su odio por el único escritor que les había calado en profundidad, que lo había visto y comprendido todo, me refiero a Dostoievski. La larga lista de crímenes, atrocidades y cadáveres dejados por el laborioso asalto al poder; la relación y el retrato de los secuaces y bandoleros que le apoyaron y sucedieron en esa pesadilla, empezando por los más conocidos, Trotsky, Stalin; la reproducción del testimonio literal de numerosos autores, víctimas y testigos de la infamia, la amplia bibliografía mencionada en el propio texto y en las más de mil notas a pie de página, las citas pormenorizadas de todos ellos, convierten a este magnífico libro en una fuente documental imprescindible y en una suerte de proceso a lo que Robert Conquest llamaba, «el feroz siglo XX».
Stéphane Courtois Lenin. El inventor del totalitarismo, prólogo de Federico Jiménez Losantos, traducción de Julia Escobar, La Esfera de los libros, Madrid, 2021, 532 páginas.
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