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Miguel Platón

Testigo directo. Cuarenta años del 23-F: entre la realidad y la fantasía

Me encontraba en la tribuna de prensa del Congreso cuando entraron Tejero y sus guardias, hablé con Zarzuela hora y media después. Reuní en mi propia casa a más de una docena de mandos militares que habían participado en la neutralización del golpe.

Me encontraba en la tribuna de prensa del Congreso cuando entraron Tejero y sus guardias, hablé con Zarzuela hora y media después. Reuní en mi propia casa a más de una docena de mandos militares que habían participado en la neutralización del golpe.
RTVE

El fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue el momento más crítico de los primeros años de la democracia, cuando en cierta forma se vivía el ciclo final de la Transición. Esta última admite dos cronologías, corta o larga. La primera duró cuatro años: desde el otoño de 1973, cuando la primera crisis del petróleo y el asesinato del presidente Luis Carrero Blanco alteraron la evolución política y económica prevista, al otoño de 1977, cuando se acordaron los Pactos de la Moncloa, Josep Tarradellas regresó a España como presidente de la Generalidad de Cataluña y Manuel Fraga, ex ministro de Franco, presentó a Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, en el elitista club político Siglo XXI. Pero también es posible una cronología larga, de trece años, la que va desde la designación de Don Juan Carlos de Borbón como sucesor a título de Rey, en julio de 1969, a la abrumadora victoria electoral del Partido Socialista en octubre de 1982.

En cualquier caso, a comienzos de 1981 la democracia española estaba aún tierna, debido a dos problemas cruciales: una crisis económica que por vez primera en cuarenta años aumentaba mes tras mes el número de desempleados, y una amenaza terrorista que en 1980 había causado más de un centenar de asesinatos, por parte de los separatistas vascos de la ETA y la banda GRAPO, comunistas de ultraizquierda.

El impacto del secuestro del Gobierno y el Congreso de los Diputados, llevado a cabo por trescientos guardias civiles al mando del teniente coronel Antonio Tejero Molina, dejó una huella profunda en la política y la sociedad española. De inmediato numerosos profesionales, sobre todo periodistas, empezaron a ofrecer relatos y explicaciones de lo que había sucedido, con diferentes grados de precisión, llegando en algunos casos a versiones muy deformadas. Aunque en menor grado, todavía en los últimos años se han publicado algunos textos en los que la imaginación de los autores sustituye la realidad por la fantasía, al servicio de un buscado sensacionalismo.

Esa deformación de los hechos suele estar asociada a la ausencia de fuentes directas y también de experiencia personal. Las historias más sorprendentes están firmadas por quienes no fueron testigos de los acontecimientos, mientras que los que sí fuimos testigos de aquellos hechos somos más comedidos y sobre todo más precisos. Este último es mi caso: me encontraba en la tribuna de prensa del Congreso cuando entraron Tejero y sus guardias, hablé con Zarzuela hora y media después, pasé la noche y la mañana del 24 frente al Congreso, asistí todos los días al juicio de Campamento y reuní en mi propia casa, decenas de veces, a más de una docena de mandos militares que habían participado en la neutralización del golpe, entre ellos los generales José María Sáenz de Tejada (jefe del Estado Mayor de la 1ª Región Militar), José Luis Aramburu Topete (director general de la Guardia Civil), Luis Saez Larumbe (jefe de la División de Operaciones del Estado Mayor del Ejército) y José Juste Fernández (jefe de la División Acorazada Brunete). Con otros mantuve correspondencia y hasta visité en la prisión militar de Alcalá de Henares al comandante Pardo Zancada.

Algunas precisiones.

Ese bagaje me permite afirmar que desde hace mucho tiempo no hay ninguna información sensacional que permita descubrir secretos sobre el 23-F, aunque sí merece la pena efectuar una serie de precisiones que enmarquen en su justa medida lo que sucedió en aquella crisis.

  1. La fecha del golpe fue una combinación de chapuza y azar. El debate de investidura como nuevo presidente del Gobierno del centrista Leopoldo Calvo Sotelo fue convocado en dos sesiones: el jueves 19 (discurso programático del candidato) y el viernes 20 (debate y votación). Si en esta última lograba mayoría absoluta, resultaba innecesaria una segunda votación, en la que sólo precisaría mayoría simple. Calvo Sotelo tuvo a su alcance, hasta el mismo viernes, la mayoría absoluta. Podría obtenerla si pagaba el precio exigido por el grupo parlamentario de Convergencia i Unió, que puso sobre la mesa su portavoz Miquel Roca Junyent: la transferencia a la Generalidad de Cataluña -que presidía Jordi Pujol- del edificio que había ocupado en Barcelona la antigua Jefatura Provincial del Movimiento. Era un inmueble de gran valor y el candidato rechazó pagar el precio, tanto por razones de dignidad política como para no causar un perjuicio al Estado por razones de beneficio personal. La consecuencia fue que CiU no le apoyó y al finalizar la votación el viernes sin mayoría suficiente el presidente de Congreso, Landelino Lavilla, convocó de nuevo al Pleno para la tarde del lunes 23.
  1. La lógica del calendario conducía a que Tejero pusiera en marcha el golpe el viernes 20, pero según sus propias declaraciones ese día no podría hacerlo, aunque sí el lunes 23, lo que estaba relacionado con la identidad de los mandos que ese día prestarían servicio en las unidades que pretendía sublevar: Primera Comandancia Móvil, Agrupación de Tráfico, Academia de Tráfico y Parque de Automovilismo. Pero no podía estar seguro de que ese día hubiera pleno, porque la investidura del candidato el viernes 20 fue posible hasta el último momento. Además de CiU, también el Partido Nacionalista Vasco había dejado abierto su eventual apoyo.
  1. También fue un azar la hora: seis y veinte minutos de la tarde. En ese momento la votación estaba muy adelantada y transcurría sin sorpresas. Después de quince o veinte minutos, habría finalizado y el Pleno estaría disuelto. De haber llegado media hora más tarde, Tejero y los suyos habrían encontrado un edificio prácticamente vacío. Para estar seguros de intervenir a tiempo, tendrían que haber llegado antes de las seis.
  1. La irrupción de 300 guardias civiles sorprendió a los policías nacionales que guardaban el Congreso, ninguno de los cuales participó en el golpe. El número de los que intervinieron fue de 302: el teniente coronel Tejero, ocho capitanes, ocho tenientes y 285 sargentos, cabos y guardias. Iban armados con fusiles de asalto CETME-C y subfusiles Z-70, armas reglamentarias de la Guardia Civil y el Ejército, además de pistolas.
  1. En el interior del Congreso había varias decenas de policías de paisano: miembros de la Seguridad de la cámara y escoltas del Gobierno y otras autoridades. Algunos se plantearon la posibilidad de hacer frente a los asaltantes con sus pistolas, pero se impuso la prudencia de evitar una refriega que habría causado numerosas bajas, además de la incapacidad psicológica y humana de enfrentarse a los guardias civiles, que tenían a su favor el elemento sorpresa y que ya en el pasillo central, antes de entrar en el hemiciclo, dispararon un tiro al techo.
  1. La entrada de Tejero y sus guardias quedó inmortalizada gracias al valor y la pericia de dos fotógrafos de la agencia EFE: Manuel Pérez Barriopedro y Manuel Hernández de León. La instantánea del primero en la que se ve a Tejero pistola en mano fue la mejor foto de prensa de todo el siglo XX, por delante del abrazo de Franco y Eisenhower al despedirse en diciembre de 1959, obtenida por otro fotógrafo de EFE: Jaime Pato. Barriopedro y Hernández de León guardaron los carretes en su ropa interior, hasta que pudieron abandonar el Congreso.
  1. La retransmisión de televisión fue posible gracias también a la audacia y la pericia del operador de cámara que estaba situado en la tribuna de prensa, Pedro Francisco Martín González. Cuando llegó a la tribuna el cabo Francisco Burgos, armado con subfusil y cuya primera acción fue disparar al techo una ráfaga de cinco tiros, ordenó a Pedro Francisco Martín que apagara la cámara, cuyo piloto rojo en la parte superior estaba encendido. Martín se limitó a borrar la pantalla en blanco y negro que le servía de monitor: giró a la izquierda el botón que regulaba la intensidad la imagen y ya no se veía nada. Durante los veinte minutos siguientes, los periodistas veíamos encendido el botón rojo y Martín había tenido el acierto de mantener el enfoque, en plano general, hacía el hemiciclo. La imagen estaba siendo transmitida a la Unidad Móvil de Televisión Española situada en la calle Zorrilla, junto al edificio del Congreso, que simultáneamente la enviaba al estudio central de TVE en Prado del Rey, aunque sus responsables no difundieron la grabación hasta pasadas varias horas. Sólo después de un rato, el cabo “Pachi” Burgos giró la cámara a la derecha, hacia el suelo. Su última imagen, por cierto, fue mi corbata.
  1. Resultó milagroso que los disparos efectuados hacia el techo por los asaltantes no causaran ninguna baja, ni por impacto directo ni por rebotes. En el hemiciclo había unas 500 personas, muchas de ellas en las tribunas. La ráfaga disparada en la tribuna de prensa, a metro y medio sobre nuestras cabezas, se incrustó en el techo de estuco. Otra bala se incrustó en una de las delgadas columnas de la tribuna. De haberse desviado unos centímetros habría alcanzado a algún periodista. Los más próximos era Bonifacio de la Cuadra (El País) y Susana Olmo (agencia Colpisa).
  1. Los asaltantes actuaron con gran torpeza cuando al cabo de una hora permitieron salir a la prensa. En esas circunstancias los periodistas, con acceso directo a los medios de comunicación, éramos mucho más peligrosos para sus intereses que los parlamentarios. También fueron torpes al no neutralizar la Unidad Móvil de TVE. Y no interrumpieron el sonido ambiente del hemiciclo que recogía un micrófono de la Cadena de Ser y era transmitido a la emisora de radio. Este sonido sería utilizado en las horas siguientes por la Policía.
  1. El mando de los guardias que establecieron un cerco al Congreso fue ejercido personalmente por el director general de la Guardia Civil, general José Luis Aramburu. Era veterano de dos guerras, la de España y la Segunda Guerra Mundial (División Azul, al mando de una compañía de Zapadores en la batalla de Krasny Bor), lo que le proporcionaba un amplio conocimiento en el uso de la violencia. Sabía que era necesario evitar un enfrentamiento a tiros y optó por agotar y desmoralizar a Tejero y sus hombres, por el paso del tiempo y la ausencia de apoyos.
  1. Parte de los diputados estuvieron al tanto de lo que ocurría fuera, gracias a una pequeña radio extraplana que tenía el diputado centrista vizcaíno Julen Guimón, que al cabo de un tiempo entregó al ex vicepresidente Fernando Abril Martorell. Un guardia le pidió a este último que no la pusiera muy alta, para no comprometerle.
  1. También llegó con noticias del exterior, tranquilizadoras, el diputado socialista José Vida Soria, que esa tarde había permanecido en la Universidad de Granada para atender unas obligaciones, pero que al conocer el asalto el Congreso tomó el primer avión para Madrid y desde Barajas cogió un taxi para encerrarse en la Cámara con sus compañeros. Encontró a estos últimos muy alarmados, hasta el punto que se permitió tomar el pelo al portavoz del Grupo, Gregorio Peces Barba, a cuyo lado había tomado asiento: “yo no puedo más, Gregorio, me voy a levantar y gritaré Viva la Constitución”. A Gregorio Peces casi le dio un infarto y le prohibió efectuar manifestación alguna, “en nombre del partido”. Antes que Vida Soria, cuando había transcurrido muy poco tiempo del asalto, también acudió al Congreso del presidente del Consejo de Estado, Antonio Jiménez Blanco, que hasta pocos meses antes había sido el portavoz del grupo parlamentario centrista y quiso correr la misma suerte que sus antiguos compañeros. Ningún diputado respaldó el asalto a la cámara, ni siquiera el único parlamentario de extrema derecha, el presidente de Fuerza Nueva Blas Piñar. Algún tiempo después éste comentó: “Yo, cuando vi que al frente estaba Tejero, me dije: esto no puede salir bien”.
  1. La actuación de la Junta de Secretarios de Estado y Subsecretarios fue poco relevante y la de uno de sus miembros más destacados, el Secretario de Estado de Seguridad Francisco Laína, muy poco afortunada. De madrugada organizó un asalto de los GEO (Grupo de Operaciones Espaciales de la Policía Nacional), que se habrían descolgado en el hemiciclo tras romper el techo. Una docena de vehículos policiales blindados (Unimog UR-416) se situaron en el paseo del Prado, junto al actual Museo Thyssen. La iniciativa fue abortada por el general Aramburu, a quien le pareció una insensatez cuando el Rey ya había rechazado el golpe, el teniente general Milans del Bosch había retirado el despliegue militar en Valencia y los asaltantes estaban aislados. Quienes fueron ejecutivos esa larga noche fueron en primer lugar, el Rey, y después la Junta de Jefes de Estado Mayor.
  1. La amistad entre el secretario de la Casa del Rey, general Sabino Fernández Campo, y el jefe de la División Acorazada, general Juste, resultó crucial. A mediados de los años sesenta ambos habían formado parte del gabinete del ministro del Ejército Pablo Martín Alonso y se conocían bien. Cuando estaba siendo presionado por otros jefes militares, Juste decidió comprobar en persona si era cierto que el golpe estaba patrocinado por el general Armada con el respaldo del rey, quien habría recibido al militar en el palacio de la Zarzuela. Juste quiso comprobarlo y llamo a su amigo Fernández Campo “Sabino, ¿está por ahí Armada?”. Cuando el secretario de la Casa le respondió que ni estaba ni le esperaban, Juste comentó: “Eso cambia las cosas” y ordenó paralizar cualquier actuación de la Brunete.
  1. No es cierto que el rey llamase a su hijo el príncipe Felipe para que asistiera en directo a la resolución de la crisis. Felipe, que acababa de cumplir 13 años, estaba en su cuarto, “haciendo como que estudiaba”. En determinado momento escuchó movimientos y voces infrecuentes y se acercó para ver qué pasaba. Encontró a su padre y sus principales colaboradores muy preocupados, hablando mucho por teléfono, y decidió quedarse con ellos, por solidaridad y seguramente también por curiosidad. Durante las siguientes horas nadie le hizo ningún caso especial.
  1. En determinado momento de la madrugada, el rey y sus colaboradores fueron avisados de que “venían los tanques”. No los habían visto directamente, pero se escuchaba el ruido de sus motores. Algunos salieron a la puerta del palacio y al cabo de unos minutos dedujeron, acertadamente, que el ruido procedía de los camiones pesados que subían cuesta de las Perdices, en la vecina autopista de La Coruña.
  1. Alfonso Armada mintió durante el juicio militar para eludir su responsabilidad. Fue muy negativo para él el testimonio del coronel Diego Ibáñez Inglés, jefe del Estado Mayor de la III Región Militar. Por el contrario, transmitió impresión de veracidad el teniente general Jaime Milans de Bosch. Tras el testimonio de Armada y por única vez durante el juicio, Milans se dirigió a los periodistas y nos preguntó: “¿Quiénes piensan ustedes que está diciendo la verdad?”. Todos coincidimos en que era él.
  1. El momento culminante del juicio se produjo cuando el fiscal, general José Manuel Claver, ante las contradicciones evidentes que se estaban escuchando, le preguntó a Tejero: “pero ¿qué ocurrió el 23-F?”. Y el teniente coronel respondió: “eso quisiera saber yo, mi general, qué pasó el 23-F”. Antonio Tejero, por cierto, se declaró durante el juicio republicano. Fue condenado a la pena máxima -30 años de reclusión-, al igual que los generales Milans del Bosch y Armada. La sentencia, recurrida por el Gobierno de Calvo Sotelo y agravada por el Tribunal Supremo, no sorprendió a nadie.

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