¿Y si Lincoln fundó el Ku-Klux-Klan?
Los progres están preparando una purga de la mitad del país. Y para legitimar la purga, tienen que ser degradados con la etiqueta de racista, que en EEUU es peor que en España la de franquista.
Los demócratas de EEUU han comenzado un plan para erradicar a los republicanos de la vida pública. No sólo la cuenta de Twitter de Donald Trump sigue suspendida, sino que la diputada Alexandra Ocasio-Cortez pidió a sus seguidores que guardasen las pruebas de ‘trumpismo’ de familiares, amigos, profesores, compañeros de trabajo. Una diputada republicana, Marjorie Taylor Greene, acaba de ser expulsada de dos comisiones de la Cámara de Representantes (con el voto a favor de once republicanos) y el director de la Parler ha sido despedido. Los progres están preparando una purga de la mitad del país.
Y para legitimar la purga, sus objetivos, desde el senador Ted Cruz a los policías que detienen a delincuentes, tienen que ser degradados con la etiqueta de racista, que en EEUU es peor que en España la de franquista. ¡Los demócratas acusando a los republicanos de racistas! ¡Los socialistas españoles acusando a la derecha de golpista!
Nancy Pelosi se arrodilló delante de las cámaras de televisión en solidaridad con el ciudadano negro muerto en Mineápolis durante una detención. Pero en 1948, con ocho años de edad, asistió a la inauguración por su padre como alcalde de Baltimore de un monumento en honor de los generales confederados Robert Lee y Thomas Jackson. Ahora Pelosi acusa a sus enemigos de “racistas”. Para que la campaña funcione, es imprescindible fabricar la ‘memoria histórica’ de un Partido Demócrata antirracista.
La esclavitud la derogaron los republicanos
El veterano periodista de izquierdas Ramón Lobo, tambor de las consignas recibidas de la otra orilla del Atlántico, escribió en un artículo en el que se alegraba de la derrota de Trump y describía la estupidez y la maldad de sus votantes que los republicanos la siguiente frase, ejemplo de la mentira que constituye la ‘memoria histórica’:
“No estuvieron a favor de los derechos civiles que tanto defendió Martin Luther King en los años 50 y 60. Fueron su lucha y sus palabras las que provocaron el asesinato de King en 1967.”
Como ya he contado en otros artículos en Libertad Digital y en mi libro Los césares del imperio americano, el ‘racismo institucional’, después de la abolición de la esclavitud por los republicanos, lo crearon los demócratas, los mismos que en el Sur fueron a la guerra para mantener la esclavitud.
El Ku-Klux-Klan lo fundó el general confederado Nathan Bedford Forrest. Sus enemigos eran los negros, los blancos que les apoyaban (incluso maestras que les enseñaban a leer), los católicos y los judíos. Las leyes de Jim Crow que despojaban de derechos a los negros, sobre todo del derecho de voto, las aprobaron a finales del siglo XIX las asambleas legislativas de los estados sureños, donde apenas había legisladores republicanos. Y hay que decir que el Tribunal Supremo las consideró constitucionales.
El demócrata Woodrow Wilson carga con la mancha de ser el presidente que introdujo la segregación en la Administración federal. El único juez del Supremo miembro del KKK, Hugo Black, fue propuesto en 1937 por Franklin Roosevelt, aunque el magistrado reconoció que había dejado de pertenecer a la organización en 1925.
Los candidatos presidenciales demócratas siempre podían contar con los once estados de la Confederación, el ‘Solid South’. En reciprocidad, los demócratas en el Congreso federal se oponían a las medidas propuestas por algunos republicanos para garantizar el voto a los negros o calificar los linchamientos (un tipismo del Sur, como los duelos) como delito federal.
Las nuevas rebeliones del Sur
Cuando dos presidentes demócratas, Franklin Roosevelt y, sobre todo, Harry Truman, aplicaron las primeras medidas efectivas contra el régimen de ‘supremacía blanca’, el Sur demócrata se rebeló. Para las elecciones presidenciales de 1948, los demócratas sureños, llamados ‘Dixiecrats’, montaron una candidatura con el gobernador de Carolina del Sur, Strom Thurmond (que años más tarde se pasó al Partido Republicano) y el gobernador de Misisipí.
Dwight Eisenhower fue el primer republicano en hacer campaña en el Sur; y en las elecciones de 1952 y 1956 se llevó Texas, Florida y Virginia por amplios márgenes. El general empezó a aplicar las sentencias del Tribunal Supremo federal que eliminaba la segregación en centros escolares y no vaciló en movilizar al FBI y a la Guardia Nacional, hechos que Lobo olvida.
En el condado de Dallas, donde se produjo el magnicidio de Kennedy, en las elecciones de 1960 el demócrata obtuvo el 62% del voto. En la votación del colegio electoral de 1960, los racistas del Sur mandaron un aviso al presidente de Nueva Inglaterra: el senador demócrata de Virginia Harry Byrd, partidario de la discriminación racial, recibió quince votos.
En junio del año de su asesinato, Kennedy remitió al Congreso un proyecto de Ley de Derechos Civiles. Sorprendentemente, su vicepresidente, Lyndon B. Johnson, que se había opuesto como legislador federal a normas similares en los años de Truman, consiguió que se aprobase en 1964, meses antes de las elecciones. La ley permitía a la Administración federal intervenir en los estados, los ayuntamientos, las escuelas, las empresas y los centros de votación para eliminar la discriminación racial.
A la enorme victoria de Johnson contribuyó el candidato republicano, Barry Goldwater, que se había pronunciado a favor de la reducción de la Seguridad Social y de que las leyes de Jim Crow tenían que ser derogadas por los parlamentos estatales, no por las instituciones federales.
Los racistas del Sur hicieron un último esfuerzo para mantener su mundo. El político demócrata George Wallace tomó posesión del cargo de gobernador de Alabama en 1963 con un discurso en el que clamó: “Segregación hoy, segregación mañana, segregación siempre”. En las elecciones de 1968 se presentó como candidato del Partido Americano Independiente y empezó a captar a docenas de miles de votantes tradicionalmente demócratas con sus promesas de ‘ley y orden’ y sus ataques a las élites de Harvard y Hollywood. Al final, él mismo hundió su campaña al escoger como compañero al general Curtis LeMay, partidario de emplear armas nucleares contra Vietnam del Norte y la URSS.
Wallace siempre fue miembro del partido de Bill y Hillary Clinton, Nancy Pelosi, Joe Biden y Barack Obama. Años más tarde, reconoció su equivocación al oponerse a la igualdad racial.
Un reclutador del KKK recibe a Hillary Clinton
El Partido Demócrata estaba tan vinculado al racismo institucional que el senador más longevo del país, Robert Byrd, de Virginia Occidental, perteneció al KKK, en el que alcanzó la categoría de ‘Cíclope Exaltado’. Por supuesto, se opuso a las leyes anti-segregacionistas. A pesar de que su militancia en el Klan era pública (la reconoció y se arrepintió de ella), no sufrió ningún boicoteo por parte de los negros demócratas. Hillary Clinton le calificó como su mentor en el Senado; y Obama, que también le conoció en la Cámara, pronunció su elogio fúnebre. Para Byrd no ha habido ‘cancelación’, ni degradación, ni exhumación. Todo es cuestión de encontrarse en el bando correcto, porque para los progresistas la maldad o bondad no se definen por el ‘qué’, sino por el ‘quién’.
Ahora el racismo de los demócratas no se manifiesta con linchamientos, sino con la compra de votos, pero se mantiene la misma actitud de superioridad. El negro que no les vota, que no es de su propiedad, no es negro. En una entrevista, Biden le espetó al locutor negro: “si tienes un problema para decidir si estás conmigo o con Trump, entonces no eres negro”. Para el Imperio Progre, la identidad personal depende de conductas cambiantes como el voto, no de hechos objetivos como la raza o el sexo. La biología, como la historia, debe someterse a la política.
La ‘memoria histórica’, si no la paramos, hará que en España la Seguridad Social sea un invento del PSOE y que en EEUU la liberación de los negros de la esclavitud la realizaran los demócratas. En San Francisco se ha retirado el nombre de Abraham Lincoln a una escuela pública porque la banda de ofendidos considera que el republicano no demostró que le importasen las vidas de los negros. Quizás su asesino, John Wilkes Booth, acabe siendo honrado como vengador de los negros.
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