El último balazo a las víctimas es buscar disculpas o justificaciones para su muerte. Lo hemos visto con los asesinados por los etarras: “algo habrá hecho”, “era un chivato”, “vendía droga”, “despidió a un trabajador”… Ahora esa actitud se extiende a otras épocas por obra de la ‘memoria histórica’.
Como ésta pretende en muchos casos convertir a asesinos, violadores y ladrones en luchadores por la democracia y la república, sus cultivadores deben recurrir a la ‘posverdad’. Así se blanquean los pasados, se anulan los juicios, se niegan los testimonios de los testigos de las matanzas, se inventan niños robados y hasta se convierten las víctimas en victimarios.
La memoria se impone a la historia y los sentimientos a los hechos, de modo que una anciana puede afirmar que Adolf Hitler le besó y ganar sus quince minutos de fama, aunque sea una mentira. Demostrar que ese episodio es una fabulación, ¿se considerará, una vez aprobada la ley de memoria democrática, ‘delito de odio’?
El cura asesinado que se levanta de la tumba
La periodista María Antonia Iglesias, ya fallecida, editó en 2006 un libro titulado Maestros de la República. Los otros santos, los otros mártires, que desde su aparición ha formado parte del arsenal de los ‘memorialistas’.
En la lista de estos once santos laicos que nos expone la autora a nuestra veneración aparece Gerardo Muñoz Muñoz, maestro en Móstoles durante los años republicanos. Iglesias se basa en la obra de Koldo Palacín Ara, autor de Crónica de la Historia de Móstoles, 1908-1941 (1982) y de Móstoles, memorias de un pueblo: entre polvo, paja y moscas (1991). En estos recoge documentos del Archivo municipal y testimonios orales de la historia de los habitantes del pueblo madrileño.
De esta manera, a partir de las declaraciones de dos parientes, una hija y una nieta, se describe la historia de Gerardo Muñoz, un hombre tan bueno que daba clases nocturnas a los adultos para alfabetizarlos. Su bondad y su progresismo atrajeron a las brujas y los monstruos, como en los cuentos de los hermanos Grimm. Ernesto Peces Roldán, párroco de Móstoles, le denunció a los represores franquistas porque quería su puesto de maestro para su hermano Eliseo. Le condenaron a muerte y le fusilaron el 24 de junio de 1939.
Un hijo de Eliseo y sobrino de Ernesto, el magistrado Jesús Ernesto Peces, se rebeló contra la mentira y contó la verdad. Según el sumario del juicio, depositado en el Archivo del Tribunal Militar Territorial Primero de Madrid, cuando estalló la Guerra Civil, Muñoz formó parte en Móstoles de los escuadrones de la muerte de las izquierdas, como miembro Comité Revolucionario local. Se le acusó de redactar los escritos para la detención de los ‘reaccionarios’ y los ‘facciosos’.
Lo innegable es que el 23 de julio de 1936 el cura fue ‘chupado’, como dirían más tarde los militares argentinos, por una banda de milicianos rojos y desapareció. Como fue asesinado en 1936, es imposible que denunciara a Muñoz tres años más tarde ni se alegrara de su ejecución. Por si fuera poco, el supuesto ‘negocio’, la ocupación de la plaza vacante de maestro nacional en Móstoles por parte de Eliseo, nunca se produjo, pues éste permaneció toda su vida como profesor Institución Cruzados de la Enseñanza, fundada por el obispo de Madrid Leopoldo Eijo Garay, en Belmonte de Tajo, a ochenta kilómetros de Móstoles.
La protesta de Jesús Ernesto Peces fue rechazada con el desprecio que la clase moralmente superior para quienes interrumpen sus relatos. El País se negó a publicar una carta al director en la que contestaba a Fernando Delgado, que había calificado a su tío como “miserable con sotana”.
Como la hija y la nieta de Gerardo Muñoz se equivocan en un punto tan importante como la ‘resurrección’ del sacerdote asesinado por su pariente, es legítimo dudar del resto del relato que le hacen a Palacín, como las torturas infligidas.
¿Y quién es Koldo Palacín? Un escritor de izquierdas tan vinculado al PSOE en los años 80 y 90 que hasta la ofrecieron incorporarse a las listas municipales, lo que no sería nada malo si mantuviera la profesionalidad. Claudio Sánchez Albornoz fue presidente del consejo de ministros de la República en el exilio y Pedro Corral diputado del PP. Palacín reconoce que su primer libro
“es un libro escrito más con el corazón que con la cabeza, es algo típico de su época, sin gran repercusión, basado en la tradición y sin ninguna base científica, con muchas especulaciones, pero hay que entenderlo en su contexto”.
No parece que aprendiera a trabajar fuentes para su segundo libro.
Copiar sin comprobar
La mentira no tiene las patas tan cortas como pretende el dicho popular. Catorce años más tarde sigue paseando y hasta creciendo.
El escritor Antonio Maestre ha recogido la historia falsa tal como la han contado Palacín e Iglesias en las páginas 152 a 155 de su libro Infames, dedicado a señalar a los que él considera responsables del atraso de España. Un atraso tan peculiar que en 1975 España era la octava o novena potencia industrial del mundo; los ciudadanos de entonces, si bien no tenían libertades políticas, gozaban de más seguridad laboral y poder adquisitivo que hoy; y la nación había evitado caer bajo una tiranía comunista. Vistas sus preferencias políticas, como creer que “Otegi es mejor que Abascal”, me malicio que esto último es lo que más molesta al tertuliano de La Sexta.
Maestre es uno de esos cuarentones que se creen que contribuyeron a derrotar a las SS porque ponen en su bio de Twitter el triángulo rojo usado por los nazis para señalar a los prisioneros políticos en sus campos de concentración. Tiene el título de documentalista por la Complutense. Por tanto, uno supone que, antes de dar los nombres de los ‘enemigos del pueblo’ que forman su citado libro, se habrá tomado la molestia de pasarlos por Google, sobre todo los correspondientes a personas del siglo XX.
Si se introduce el nombre del sacerdote en un buscador, aparece esta brevísima reseña biográfica en la página de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Móstoles:
“D. Ernesto Peces Roldán, párroco de Móstoles desde agosto de 1932, fue asesinado en la Casa de Campo de Madrid el 23 de julio de 1936. Su proceso de canonización está abierto junto al de otros sacerdotes diocesanos de Madrid que perdieron la vida en aquella contienda por su condición de clérigos.”
Las fechas ya no casan. En la web de la Abadía del Valle de los Caídos nos enteramos de que está en proceso de beatificación y enterrado en los osarios allí situados. Cabe deducir que la obsesión de la izquierda por arrasar el Valle se debe a un comprensible deseo de ocultar las huellas de los crímenes de quienes consideran sus mayores.
Un investigador honrado habría hecho más averiguaciones. Y Maestre, que reside Fuenlabrada, podría haberse acercado a Móstoles, que está a menos de diez kilómetros de distancia. Si no quería moverse, en las hemerotecas habría encontrado el reportaje que Jorge Bustos publicó en Época (número 1281, 2010) y un artículo de Joaquín Leguina en ABC (16-VII-2016). Pero es más cómodo copiar una patraña; tanto más cuanto apuntala los prejuicios que el autor tiene.
Ernesto Peces Roldán, el sacerdote asesinado, escribe Maestre, “testificó en la depuración del maestro una vez muerto, para así evitar que los familiares pudieran cobrar pensiones por la muerte”. A Eliseo Peces le califica de “personaje que define la infamia en su máxima expresión”. ¿Y cómo llamar a quienes atribuyen semejantes conductas a gente inocente?
Deber moral contra la mentira
Los memorialistas tienen que odiar y mentir, mentir y odiar para justificar las mayores atrocidades cometidas por sus ‘héroes’. ¡Y sabe Dios si no lo hacen también con la intención de preparar a fanáticos cegados por la rabia y el miedo!
Stanley Payne ha dicho que oponerse a las leyes de memoria histórica es “un deber moral”. Y en casos como el del sacerdote Peces Roldán, degradado de mártir de la fe a soplón, de víctima a asesino, lo es todavía más. Porque los vividores de la ‘memoria’ nos acabarán cargando la muerte de Manolete a quienes no formemos parte de su banda.