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Jon Juaristi, sobre el presunto asesinato encubierto de Unamuno: "Es una estupidez siniestra"

En Palabras para un fin del mundo, Manuel Menchón pone en duda la versión oficial y señala al falangista Bartolomé Aragón como posible asesino.

En Palabras para un fin del mundo, Manuel Menchón pone en duda la versión oficial y señala al falangista Bartolomé Aragón como posible asesino.
Unamuno saliendo del acto en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936 | Cordon Press

El nombre de Miguel de Unamuno ha vuelto a las páginas de los periódicos por lo mismo de siempre: el encontronazo con Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. En esta ocasión el encargado de resucitar el debate ha sido el realizador Manuel Menchón, que el pasado fin de semana estrenó en la Seminci de Valladolid su documental Palabras para un fin del mundo, con el que dice aportar datos inéditos que ayudan a esclarecer qué ocurrió realmente en aquel acto. Su versión de los hechos, además, le permite aventurarse y especular acerca de la muerte del intelectual, ocurrida dos meses y medio después, señalando que existen motivos para pensar que pudo tener relación directa con las amenazas proferidas por el fundador de la Legión.

Entre las fuentes principales en las que se basa su trabajo, él mismo destaca las transcripciones que llevó a cabo en el momento el catedrático Ignacio Serrano, presente aquel 12 de octubre, vendidas como inéditas pese a que fueron publicadas hace un año por los biógrafos de Unamuno, Jean-Claude y Colette Rabaté. En ellas destaca, entre otras cosas, una alusión del profesor vasco al filipino José Rizal —"para mí es tan español como nosotros (...), que se despidió del mundo en español"—, supuesta mecha que encendió la colérica réplica de Astray: "Los catalanistas morirán y ciertos profesores, los que pretendan enseñar teorías averiadas, morirán también. ¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte! ¡Viva Franco! ¡Viva España!". Menchón conecta esa amenaza con otra frase redactada por Unamuno en diciembre de aquel año — "escribo esta carta desde mi casa, donde estoy desde hace días encarcelado disfrazadamente. Me retienen en rehén, no sé de qué ni para qué. Pero si me han de asesinar, como a otros, será aquí, en mi casa"— y apunta al joven falangista que se encontraba en presencia del escritor en el momento de su fallecimiento, Bartolomé Aragón, desmontando parte de la "posible coartada" que supuestamente se le habría construido después, como que fuera discípulo o visitante habitual del intelectual.

Preguntado sobre el asunto, el profesor Jon Juaristi, que en su día ya se sumergió en toda esa documentación para escribir su particular biografía del autor de Niebla, se muestra receloso. "Según los esposos Rabaté", explica, nada de lo que dice aportar Menchón "es novedoso". Ellos ya "lo habían conocido y no le dieron un valor digamos que primordial". "¿Qué dice nuevo? Por lo que he visto, nada", afirma. "¿Que Millán Astray se mosqueó al oír el elogio unamuniano a Rizal? Bueno. ¿Y? A Rizal lo hicieron fusilar los frailes. Millán Astray, que había llegado a Filipinas semanas antes del fusilamiento, no pudo considerarlo nunca como su peor enemigo. Que no le caía simpática su figura, es evidente. Como el propio Benedict Anderson demostró, las conexiones masónicas de los insurgentes filipinos eran muy extensas, y habían llegado hasta a alguno de los profesores de Unamuno, como Miguel Morayta, que formó parte del tribunal que en 1884 aprobó la tesis doctoral de aquél. Morayta no sólo era masón. Posiblemente fuera quien hizo masón a Rizal cuando el filipino estudiaba medicina en Madrid. Millán Astray detestaba a los masones, pero como no era la primera vez que Unamuno hacía de Rizal una mención pública elogiosa, no creo que le escandalizara mucho", comenta.

En una entrevista reciente en el diario ABC, el matrimonio Rabaté reconoce que "Menchón ha ido más lejos de lo que hubiéramos deseado en la cuestión de la muerte, pero tiene libertad como director. No se puede probar nada, lo que hay son dudas". Para Juaristi, la teoría del asesinato encubierto "es una estupidez siniestra". Ni siquiera es novedosa, ya que desde el principio la prensa republicana se encargó de airear la versión de un supuesto envenenamiento. Que haya vuelto a la palestra, sin embargo, le parece algo "muy propio de la memoria conspiranoica de una izquierda sectaria e indocumentada, que no ha dudado en atribuir a Franco los ‘asesinatos’ de Mola, de Sanjurjo y hasta de su propio hermano Ramón. No merece el menor comentario". Acerca de la utilización de la figura del intelectual por parte de los sublevados y de las sospechas hacia Bartolomé Aragón, falangista admirador de Mussolini con el que, según palabras del catedrático Antonio Heredia en otra entrevista reciente en El Mundo, se sabe que Unamuno mantuvo varios contactos directos antes de morir —y también que la cita del 31 de diciembre fue concertada por intercesión de Rafael, hijo de don Miguel—, explica: "Los falangistas, empezando por José Antonio Primo de Rivera, amaban tiernamente a don Miguel. No por lo que tenía de liberal, sino por lo que rebosaba de nacionalismo español. Es cierto que se apoderaron de su féretro y de su entierro, pero por devoción, no por manipulación política. Para la Falange intelectual, que la hubo, Unamuno fue siempre uno de los suyos".

Por otro lado, el bando sublevado tampoco fue el único que se sirvió de la figura del pensador que más había celebrado la llegada de la II República, pero que también había cargado con mayor rotundidad contra su deriva. "Sobre el acto del paraninfo se saben muchas cosas, pero, sobre todo, que no transcurrió como lo contaron en su día Luis Gabriel Portillo y Hugh Thomas, este siguiendo la versión de aquel". Portillo ni siquiera estuvo presente, aunque su versión de los hechos fuese la que gozó de mayor difusión en la prensa republicana. Para conocer lo mejor posible ese episodio, Juaristi recomienda varios títulos: "Creo que tanto los Rabaté en sus últimos libros —sobre todo en El torbellino— como Severiano Delgado Cruz —en su reciente Arqueología de un mito— han intentado reconstruir los hechos del modo más riguroso posible", apunta. En su opinión, "los hispanistas extranjeros serios como los esposos Rabaté o Stephen G. Roberts, por ejemplo, son mucho más dignos de crédito que la mayoría de los unamunólogos patrios, más propicios al mito".

Preguntado acerca del estado de ánimo del intelectual durante aquellos meses de 1936, de sus aparentes contradicciones insalvables y de otras fuentes que ayudan a comprender su pensamiento, más allá de las cartas que escribió, reconoce que "las notas de El resentimiento trágico de la vida reflejan bastante de la situación anímica del Unamuno de la guerra civil. Pero no toda. Pensemos en lo que hemos sentido cada uno de nosotros del medio político español a lo largo de estos meses de pandemia. Supongo que habremos experimentado fluctuaciones en nuestra intensidad de indignación, por lo menos. También Unamuno debió de pasar por variaciones de ánimo y opinión que no consignó en sus notas". Porque reconstruir perfectamente un acontecimiento ocurrido hace más de ochenta años es tan complicado como conocer enteramente a una persona, por más líneas que dejase escritas.

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