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Pedro Fernández Barbadillo

Almanzor y los Omeya, esclavistas en las plazas de España

¿Es que sólo los blancos y los cristianos tienen que andar por el mundo con rodilleras, mientras los chinos destruyen iglesias y compran África y los indios mantienen el sistema de castas?

La última locura (perfectamente organizada) en Estados Unidos y varios países occidentales consiste en la retirada o demolición de estatuas de personajes vinculados a la esclavitud, una institución que existe desde los albores de la humanidad y que sólo se ha conseguido erradicar en parte del mundo gracias a la civilización cristiana y occidental.

Muchos de los monumentos y las estatuas a presidentes propietarios de esclavos (de los doce primeros, desde George Washington a Zachary Taylor, diez los tuvieron) y líderes de la Confederación fueron erigidos por políticos demócratas. Sus descendientes se ponen ahora a la cabeza de las manifestaciones. Como ha escrito un columnista de ABC, "el hombre bueno actual es tan bueno que poca gente está a la altura".

La ciudad Bristol, a cuyo puerto se arrojó la estatua del diputado y comerciante de esclavos Edward Colston (1636-1721), fue en el siglo XVII víctima de los ataques de piratas berberiscos, que capturaron a muchos ingleses y los convirtieron en esclavos. Unos piratas provenientes de Salé (Marruecos) y mandados por un holandés renegado, Jan Janszoon, que había sido capturado en 1618 en Lanzarote por argelinos, establecieron entre 1628 y 1634 una base permanente en la isla de Lundy, en el canal de Bristol.

Y mientras los ‘guerreros del bien’, airados y enmascarados, apedrean y pintarrajean estatuas de Cristóbal Colón y Winston Churchill, en Libia funcionan mercados de esclavos y en Nigeria los terroristas musulmanes asesinan a cristianos negros.

Asombro en Damasco por las godas rubias

Pues en España también tenemos estatuas dedicadas a esclavistas. En concreto, a los Omeya y a Almanzor, éste uno de los mayores déspotas de la historia española.

Monumento a Abderramán I en Murcia

La esclavitud existió en Persia, en Egipto, en China, en Grecia, en los reinos germanos… Pero se convirtió en una industria por obra de la ‘yihad’ del siglo VII, tal como explica el profesor francés Olivier Pétré-Grenouilleau, en su libro Les traites négrières: essai d’histoire globale (no traducido al español). El Corán prohibía esclavizar a los musulmanes, por lo que los negreros extendieron sus tentáculos por el centro y sur de África, y también por Europa. Ahí comenzó el gran tráfico de esclavos.

Los primeros guerreros árabes que invadieron y conquistaron la España goda sojuzgaron a sus habitantes y enviaron miles de ellos a Damasco. Allí, en la corte de los califas Omeya, asombraron y fascinaron las godas rubias de piel blanca.

La población cristiana de España sometida a los invasores quedó indefensa. Sus amos les sangraban con impuestos opresivos. Y los que resistían en el norte sufrían aceifas en las que los musulmanes capturaban esclavos para los harenes y los campos. La tiranía que ejercían los musulmanes sobre los infieles era tan absoluta que deportaron pueblos enteros de una comarca a otra para que les trabajasen las tierras y luego les pagasen impuestos.

La situación legal de los cristianos, los mozárabes, era incluso inferior a la de los esclavos, pues éstos no padecían las discriminaciones legales ni las humillaciones que la legislación islámica reservaba a los dimmíes.

El catedrático Rafael Sánchez Saus describe así la Al-Ándalus de los primeros siglos:

"Estamos ante una ocupación militar de guerreros y tribus de muy bajo nivel que viven a costa en todos los órdenes de la sociedad preexistente".

Añade que

"Berbería y España fueron consideradas en los tiempos inmediatos posteriores a sus respectivas conquistas y durante mucho tiempo aún, una verdadera reserva de esclavas concubinas".

Captura de esclavos para repartir

Almanzor, ‘hayib’ del califa Hishám II, debía su popularidad entre los musulmanes cordobeses a que les suministraba todos los años cientos de esclavos capturados en la España cristiana en sus aceifas, que sumaron cincuenta y seis entre 977 y 1002. En sus campañas, tomó y arrasó Zamora, Coimbra, Santiago, León, Tarragona, Pamplona y Barcelona. Trasladó las campanas de la catedral de Santiago a Córdoba a hombros de españoles esclavizados y allí las usó como lámparas la mezquita. A uno de sus vencidos, el rey Sancho Garcés II, le obligó a entregarle a su hija Abda, por supuesto para su servicio sexual.

La demanda de esclavos rubios y blancos para el servicio y el antojo de musulmanes en Al-Ándalus y otros lugares alimentó unas redes de captura y tráfico de niños y jóvenes de ambos sexos. Verdún fue en la Alta Edad Media uno de los principales nudos de esas redes.

El historiador norteamericano Carl Degler explica que la insistencia de los estados del Sur en defender la esclavitud y hasta expandirla a los nuevos estados se debió a su condición de "papel decisivo en la vida sudista". Las plantaciones de algodón generaban excedentes económicos de los que se beneficiaban todos los habitantes de la región, incluidos los campesinos con poca tierra y sin esclavos. Por ello, afirma, "resulta difícil imaginar que la esclavitud concluyese sin una guerra".

Un papel idéntico tuvo la esclavitud en Al-Ándalus. Empapaba toda la sociedad y era imprescindible para su funcionamiento. Abderramán III tuvo un harén de 6.000 mujeres compradas. Los tres primeros califas de Al-Ándalus, el citado Abderramán, Alhakén II y Hishám II, eran hijos de esclavas cristianas.

Honores a esclavistas

De manera incomprensible, los descendientes de los españoles oprimidos y esclavizados por los andalusíes han honrado a sus verdugos levantándoles estatuas y dando sus nombres a calles y hasta institutos. Quizás por ignorancia, o quizás por desprecio a la España católica.

Almanzor

Almuñécar se levantó una gran estatua a Abderramán I, el Omeya que escapó a la matanza de su linaje y alcanzó España. En Murcia hay una estatua a Abderramán II con la excusa de que fue el fundador de la ciudad. De Almanzor hay estatuas en Algeciras y Catalañazor, y del califa Alhakén en Córdoba. Hace unos meses se retiró un busto de Abderramán III de una plaza de Cadrete a petición de Vox.

Si quisiéramos purificar nuestro espacio público de esclavistas, deberíamos eliminar a los Omeya y Almanzor. Aunque me malicio que no ocurrirá nada, pues se trata de miembros de un grupo protegido por la corrección política.

¿Es que sólo los blancos y los cristianos tienen que andar por el mundo con rodilleras, mientras los chinos destruyen iglesias y compran África y los indios mantienen el sistema de castas?

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