Cuando policías y militares se arrodillan ante unos vándalos para expiar, delante de las cámaras de televisión, delitos y pecados que jamás han cometido, comprendemos que estamos ante el fin del mundo cristiano y racional, en el que, después de siglos de debates y leyes, triunfó la idea de que no existe la culpa colectiva ni la responsabilidad heredada y que uno no es co-autor del delito que comete otra persona a cientos de kilómetros con la que sólo tiene en común el color de su piel y la hacienda a la que paga impuestos.
Ese mundo empezó a desmoronarse en 1914, con la Gran Guerra, una conmoción cuyas consecuencias se prolongaron mucho más allá del momento en que los fusiles callaron, el undécimo día del undécimo mes de 1918. En Rusia, los bolcheviques, que se apoderaron del poder mediante un golpe de estado (con ayuda alemana) en 1917, reintrodujeron la culpa colectiva que ya aplicaron los revolucionarios franceses. Hoy podemos decir que la izquierda derrotada en 1989 triunfa, aunque sea recurriendo al orgullo de sentirse víctima en vez de con el optimismo del revolucionario.
El 4 de junio de 1920 se concluyó el último tratado entre los Aliados y los derrotados europeos. El 28 de junio de 1919, quinto aniversario del asesinato del archiduque Francisco Fernando, se firmó el Tratado de Versalles entre los Aliados y la República alemana, en el mismo lugar en que el príncipe Bismarck había proclamado el II Reich alemán.
Este tratado fue el modelo que se siguió con los miembros menores de los Imperios Centrales. A continuación, los Aliados firmaron en septiembre de 1919 el Tratado de Saint-Germain-en-Laye con la república austriaca; en noviembre de 1919, el Tratado de Neuilly-sur-Seine con el reino de Bulgaria; en junio de 1920, el Tratado de Trianón con el reino de Hungría; y en agosto de 1920, el Tratado de Sèvres con el Imperio Otomano.
Todos ellos se aplicaron con severidad, salvo el de Sèvres, ya que una reacción nacionalista dirigida por el general Mustafá Kemal Ataturk provocó una nueva guerra y, tras la victoria turca, un tratado menos onerosos, el de Lausana (1923).
Pérdida del 70% del territorio
El desmembramiento de la Monarquía Dual de los Habsburgo se produjo en octubre de 1918. Diversas partes del Imperio proclamaron su independencia, con la aprobación de los Aliados. Hasta el reino de Hungría declaró la ruptura del Compromiso de 1867, que había concedido a las élites húngaras una gran autonomía al margen de Viena.
Como escribe Sándor Márai, autor húngaro redescubierto en los últimos años, en Lo que no quise decir, un librito imprescindible para conocer el fin del mundo de ayer,
"la organización social, económica y cultural de la monarquía austro-húngara, a pesar de todas sus imperfecciones y de lacras tan opresivas como el sistema de los grandes latifundios en Hungría y Polonia, garantizó a cincuenta millones de personas una seguridad jurídica y la posibilidad de un equilibrio social y económico"
En Budapest se estableció una república popular y en marzo de 1919 una república soviética encabezada por Béla Kun, que fue disuelta por una intervención militar rumana. En los meses siguientes, los conservadores trataron de restaurar al emperador Carlos I, que era rey de Hungría, pero la oposición de los Aliados y las izquierdas locales hicieron que Hungría fuese un reino sin rey. Desde marzo de 1920, la jefatura del Estado la ocupó el último jefe de la flota imperial en condición de regente: el almirante Miklós Horthy.
A este régimen le correspondió firmar el Tratado de Trianón, por el que Hungría se reducía de 325.000 kilómetros cuadrados de extensión a menos de 95.000. ¡Una pérdida de más del 70% del territorio! Cedió Transilvania al reino de Rumanía; Eslovaquia y Rutenia a la república de Checoslovaquia; Croacia y otras comarcas al reino de Yugoslavia; el Burgerland a Austria. Su único puerto, Fiume (Rijeka), osciló entre Italia y Yugoslavia. En cuanto a la población, la mengua fue de casi dos tercios. En algunos distritos y ciudades, los húngaros eran mayoría, pero sometidos a gobiernos que los consideraban enemigos. La ciudad natal de Marái, Kassa, fue entregada a Checoslovaquia y hoy forma parte de Eslovaquia.
Los Aliados, sobre todo el presidente de EEUU Woodrow Wilson, trataron de pacificar Europa mediante la aplicación del derecho de autodeterminación, enunciado en los Catorce Puntos, pero sólo consiguieron agravar los problemas al fragmentar grandes unidad políticas avaladas por siglos de funcionamiento para crear otras menores y con más minorías nacionales en sus fronteras. Así se crearon, "con una mezcla de codicia y chapucería (…) sin tener en cuenta las leyes del pueblo y de la economía, con un chovinismo intolerante", paisitos que fueron incapaces de resistir al nazismo o al sovietismo.
Checoslovaquia tuvo minorías germanas y húngaras en su interior. Polonia las tuvo alemanas, ucranianas y bielorrusas. Rumanía, húngaras y ucranianas… En un último atropello, los Aliados impidieron a la minúscula república de Austria unirse a Alemania. La venganza de los enemigos de los Habsburgo, sobre todo franceses, fue absoluta.
El irredentismo que llevó a Hitler
Si en Alemania, el ‘Diktat’ de Versalles originó el revisionismo, del que se benefició el partido nacional-socialista de Adolf Hitler, en Hungría surgió otro movimiento similar, aunque menos conocido: el deseo de reunir a los húngaros en un solo Estado.
Márai afirma que fue uno de los dos asuntos que ocuparon la vida pública de Hungría durante veinte años.
"Entre las ascuas de la vida húngara se cocían dos asuntos: el problema de la tierra, es decir, la reforma pendiente del sistema de latifundios, y el destino de los territorios y los pueblos amputados del cuerpo milenario de Hungría por medio del Tratado de Trianón. Todo lo que sucedió entre 1918 y 1938 tuvo algo que ver con la consideración y el rechazo de algunas de estas dos cuestiones fundamentales."
El irredentismo húngaro, que no se limitaba al Gobierno de Horthy, sino que se extendía a casi toda la sociedad, convirtió al país en temprano aliado del III Reich, gracias a lo cual entre 1938 (reparto de Checoslovaquia) y 1941 (reparto de Yugoslavia) el país casi dobló su extensión. Todo lo ganado lo volvió a perder después de la Segunda Guerra Mundial.
El tributo de sangre en la guerra fue descomunal para un país tan pequeño. Casi un millón de muertos, entre los que figuran más de 100.000 bajas en la batalla de Stalingrado (la mayor catástrofe militar húngara) y medio millón de judíos, en cuya defensa destacó el diplomático español Ángel Sanz Briz.
Después, desde la invasión soviética y la batalla de Budapest, que concluyó en el invierno de 1945, Hungría fue uno de los satélites de la URSS. Un intento de liberarse de Moscú en 1956 acarreó una nueva invasión del Ejército Rojo. La dictadura comunista duró una treintena de años, hasta 1989, en que cayó mediante un acuerdo con la oposición y la apertura del ‘Telón de Acero’ con Austria. Al año siguiente se celebraron las primeras elecciones libres.
Trianón, palacio vecino de Versalles, es uno de los cementerios de esa Europa que ya sólo existe en los museos y en los libros.