El ministro que frapeó
La semana pasada Castells, acaso sintiéndose concernido, condenó los “ataques sarnosos” lanzados contra el padre del vicepresidente.
Cuando Pedro Sánchez dio a conocer la composición del Consejo de Ministros que iba a abrir la XIV Legislatura, la prensa se hizo eco del currículo del más veterano de ellos, Manuel Castells. Entre otros méritos se destacó que el de Hellín es, según el Social Sciences Citation Index 2000-2014, el quinto académico de las ciencias sociales más citado del mundo, y el primero en relación a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Una trayectoria académica que trataremos de complementar aquí con algunos datos biográficos que han pasado inadvertidos durante estos meses.
Nacido en 1942, el joven Manuel comenzó a politizarse a primeros de los años 60, en los que surgió el Frente Obrero de Cataluña (FOC) a partir de la Asociación Democrática Popular de Cataluña, organización liderada por José Ignacio Urenda, que contó con gentes reunidas en torno a la revista El Ciervo. Con una importante presencia de católicos vinculados al Frente de Liberación Popular (FLP), la estructura inicial del FOC se apoyó en la Nueva Izquierda Universitaria y sirvió para aglutinar a un grupo heterogéneo de personalidades, entre las cuales podemos destacar a Miquel Roca, Pasqual Maragall, Alfonso Carlos Comín, Juan Gomis –ambos beneficiados con becas del Congreso por la Libertad de la Cultura–, Narcís Serra, Manuel Vázquez Montalbán y el propio Manuel Castells. Las pretensiones de aquellos colectivos, la conciliación entre marxismo y cristianismo, se vieron pronto interrumpidas cuando, en el contexto de las huelgas mineras, algunos miembros de un FLP que contemplaba la vía violenta fueron detenidos.
Fue entonces cuando Castells pasó a Francia, lugar en el que obtuvo –así lo cuenta Eduardo García Rico en su Queríamos la revolución. Crónicas del Frente de Liberación Popular (Flor del Viento, Barcelona 1998)– una de las becas Astef que José Luis Leal se ocupaba de gestionar. Su caso no fue único. Las becas también llegaron, por ejemplo, a Leguina y Maragall.
Por el felipe García Rico sabemos también que Castells acudió en 1963 a una reunión en un café de la plaza de Chatelet en la que participaron Jorge Semprún y el sacerdote y posterior duque Jesús Aguirre. El objetivo de aquella tenida era rescatar a Juan Tomás de Salas, que se hallaba refugiado en la embajada de Colombia en Madrid. El plan, trazado en la confianza que durante el régimen franquista otorgaba una sotana, era proveer al refugiado de un pasaporte fijo. Un telegrama enviado por este desde Bogotá dio al traste con la ya innecesaria operación, tras la cual el propio De Salas, Marqués de Montecastro y Llanahermosa, fue amparado por una beca conseguida por Leal.
Respaldados por los auspicios franceses, algunos de los becados orbitaron alrededor de Cuadernos de Ruedo Ibérico, revista dirigida por el anarquista José Martínez Guerricabeitia, en cuyo consejo de dirección figuraban Claudín y Semprún, expulsados del PCE. En su primer número, correspondiente a junio-julio de 1965, Castells, bajo el pseudónimo Jordi Blanc, publicó un artículo titulado "Asturias: minas, huelgas y comisiones obreras".
Las actividades de Castells no se detuvieron ahí. Lorenzo Peña, en su ¡Abajo la oligarquía! ¡Muera el imperialismo yanqui! Anhelos y decepciones de un antifascista revolucionario (Muñoz Moya Editores, 2011), estableció la conexión de Manuel Castells con el FRAP en esta extensa nota ya incluida en su Amarga juventud:
No hablo en este libro de las dos reuniones parisinas en las que se creó y se pretendió impulsar el comité coordinador pro Frente Revolucionario Antifascista y Patriota: la primera en enero de 1971 y la segunda en la primavera del mismo año. Lo entonces puesto en pie apenas era nada, porque simplemente adicionaba al PCE-ml un individuo que, viviendo en un aislamiento político absoluto, no representaba nada más que el pasado: D. Julio Álvarez del Vayo (cuya memoria merece todo respeto); sólo lo conocían algunos lectores de libros de historia; nadie más. Su colaborador nominal, Alberto Fernández (de quien ya he hablado más arriba), no compartía sus posiciones políticas (aunque del Vayo parecía desconocerlo). No otorgué ninguna significación a mi participación en esas dos reuniones. Para mí eran reuniones de rutina, de tantas como había tenido, y en las que se estampaban unas ideas en un manifiesto, al igual que se había hecho otras veces, sin que nadie supiera si ese comité –carente de verdadera entidad– iba a durar ni si jugaría algún papel en el futuro. Por mi presencia en esas dos reuniones se me ha calificado de cofundador del FRAP. Creo que la calificación es excesiva. Ese comité coordinador apadrinó la publicación de un boletín que se llamó Acción y a cuyo frente se colocó a Manuel Castells, sociólogo, residente en París, exdirigente del FLP y con el cual me reuní un par de veces, no surgiendo entre nosotros la menor simpatía (al menos por mi parte). Creo que Castells abandonó esa empresa poco tiempo después. En Acción debió de salir algún artículo mío, pero mi entusiasmo por aquel atisbo o presunto embrión de pseudofrente era escaso o nulo.
Convertido en profesor de sociología de la Escuela de Altos estudios de Ciencias Sociales de París, Castells fue objeto de interés de Mundo Obrero o de Nuestra Bandera, en cuyo consejo editorial figuró. Muy interesado en los movimientos vecinales, participó, asimismo, en obras colectivas como Madrid para la democracia: la propuesta de los comunistas. Ya durante el periodo democrático, el albacetense se asentó en Barcelona y consiguió que Jordi Pujol le entregase la Universitat Oberta de Catalunya, en la que comenzó a trabajar su esposa rusa, Emma Kiselyova, directora de la cátedra Unesco de esa universidad. Pujol no fue el único político con el que Castells congenió. También lo hizo con Zapatero por sus posiciones respecto a la guerra de Irak y el secesionismo catalanista. Su apoteosis política llegó, no obstante, a principios del presente año, cuando le fue entregada su cartera ministerial.
Hecha esta fugaz reconstrucción, es obligado regresar al reciente rifirrafe escenificado por Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados, a cuenta del padre de este y su calificación, por parte de la diputada del PP, como "terrorista". A todo el mundo sorprendió la susceptibilidad de Iglesias, acostumbrado a emplear ese término, bien que de manera confusa, para con diversos adversarios. Por su parte, Castells, acaso sintiéndose concernido, condenó los "ataques sarnosos" lanzados contra el padre del vicepresidente, a quien el hispanófobo Gerardo Pisarello envió su dosis de solidaridad y empatía por su condición de "veterano luchador antifranquista". Una terna, la solemnemente ofendida, cultivadora de un rentable mito, el del antifranquismo, incapaz de encubrir la realidad de un periodo histórico fuertemente determinado por fuerzas internas pero, sobre todo, por potencias extranjeras que sostuvieron entramados dirigidos desde París, Berlín o Ginebra, que alimentaron ilusiones revolucionarias hoy evocadas por nostálgicos y oportunistas.
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