La ciudad de Wuhan no sólo es el lugar donde se hallan un Instituto de Virología y un Laboratorio Nacional de Bioseguridad, el foco de la pandemia que nos mantiene encerrados en casa y donde los comunistas reprimieron a los primeros médicos que descubrieron y alertaron del corona virus 19. En ella comenzó hace casi sesenta y dos años una peste religiosa.
El 13 de abril de 1958, se produjo en la capital de la provincia de Hubei el acto de ruptura entre los católicos sumisos al régimen comunista y la Iglesia. Dos franciscanos chinos, Bernardin Tong Guang-qing y Marc Yuan Wen-hua, fueron ordenados, sin permiso pontificio, y se constituyeron en los dos primeros obispos de la llamada Asociación Patriótica Católica China, que reúne a los católicos chinos que ponen al Partido por encima de Roma.
Rebeldes al papa y obedientes al partido
Cuando un tirano se enfrenta con los católicos, suele optar por varios métodos para reprimirlos. El más sencillo y tradicional, ya practicado por varios césares, es la persecución, pero éste, por sangriento que sea, fracasa siempre, como prueban la conversión de los romanos o la Polonia poscomunista. Como escribió Tertuliano en el año 197, "la sangre de los mártires es semilla de cristianos".
Otro es la formación de organizaciones cismáticas, separadas del Papado y obedientes al déspota, como hizo Enrique VIII de Inglaterra, hasta que sus herederos la convirtieron de cismática en herética. En Francia, Luis XIV comenzó a establecer la ‘Iglesia galicana’, pero quienes trataron de instaurar un clero propio fueron los revolucionarios franceses, mediante la Ley de Constitución Civil del Clero (1790). El propio Napoleón Bonaparte tuvo que ceder para restaurar la paz social y negociar con el Papa.
Los revolucionarios mexicanos, para aumentar su poder, promovieron la Iglesia católica apostólica mexicana, que nació en 1925. Su doctrina incluía la abolición del celibato, la ordenación de sacerdotes y obispos sin permiso pontificio, la dependencia económica absoluta del Estado, la independencia respecto a las directrices de Roma y el apoyo a la Constitución de 1917. Como los jacobinos franceses, la dictadura del PRI (Partido Revolucionario Institucional) concedió numerosos templos y edificios confiscados a los cismáticos. Esta organización decayó después de que el régimen mexicano y el Vaticano firmasen los Arreglos que pusieron fin a la Cristiada, el alzamiento popular contra el Gobierno, y quizás fue la única consecuencia positiva de esas paces.
Las Tres Autonomías
Los misioneros católicos llegaron a China en el siglo XVI, con los portugueses. El jesuita español San Francisco Javier murió en 1552 antes de penetrar en China.
En el siglo XVII, los católicos sufrieron épocas de persecución con otras de tolerancia, hasta que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX los misioneros cristianos pudieron predicar en relativa tranquilidad bajo la protección de las potencias extranjeras y fundar seminarios y escuelas. En esos años, a pesar de los brotes de violencia y la oposición de los nacionalistas, el cristianismo arraigó en China con fuerza. Varias figuras políticas como Sun Yat-sen, fundador de la república, Chiang Kai-shek y su esposa, Soong May-ling, fueron cristianos protestantes.
Muestra de ese florecimiento del catolicismo fue la consagración por Pío XI de los seis primeros obispos chinos el 28 de octubre de 1926: Odorico Tc’eng y Luis Tchen (franciscanos), José Hou y Melchor Souen (paulinos), Felipe Tchao (clero secular) y Simón Tsou (jesuita).
En 1949, después de las largas guerras civiles y de la invasión japonesa, cuando los comunistas derrotan a los nacionalistas de Chiang Kai-shek, se calcula que había en China más de tres millones de católicos.
El juicio de Pío XII
Para aplastar a los cultos religiosos, los comunistas de Mao les obligaron a aceptar el Movimiento de las Tres Autonomías, que pretende crear religiones exclusivamente autóctonas y además sometidas al Partido Comunista.
En 1951, Mao expulsó al nuncio y a los misioneros extranjeros. El Vaticano, como la mayoría de los países de entonces, salvo la URSS y sus satélites, reconoció a los nacionalistas refugiados en Taiwán como la única China.
Los comunistas instauraron en 1957 la Asociación Patriótica China para dominar a los católicos chinos y al año siguiente fueron ordenados los dos obispos.
Así juzgó Pío XII los movimientos de Pekín en una carta apostólica dirigida a los fieles chinos:
con una táctica hábilmente concebida, se ha fundado entre vosotros una asociación, que ha tomado el nombre de patriótica, y los católicos se ven forzados con toda violencia a pertenecer a ella.
Esta asociación tendría el fin de unir el clero y los fieles en nombre del amor a la patria y a la religión para propagar el espíritu patriótico, para defender la paz entre los pueblos, y al mismo tiempo para apoyar, reforzar y propagar el socialismo establecido en vuestra Nación y para ayudar a las autoridades civiles a defender cuando se ofrezca ocasión, resueltamente, la que ellos llaman libertad política y religiosa. Es sin embargo evidente que, bajo estas expresiones de paz y de patriotismo, que pueden engañar a los ingenuos, tal asociación tiende a llevar a la práctica ciertos principios y planes perniciosos.
Con la apariencia de patriotismo que realmente se muestra falaz, tal asociación mira principalmente a que los Católicos den progresivamente su adhesión a las falsedades del materialismo ateo, con las cuales se niega a Dios y se rechazan todos los principios sobrenaturales."
En ese año de 1958, la tiranía comunista cometió otras aberraciones, como el comienzo del Gran Salto Adelante, con el objetivo de industrializar el país y que concluyó con millones de muertos de hambre, y la declaración por Mao de la guerra a los gorriones para que no esquilmaran las cosechas.
Un acuerdo secreto
Los católicos padecieron la opresión y los genocidios de la tiranía de Mao y sólo a partir de los años 80 del siglo pasado empezaron a disfrutar de cierta tolerancia. Sin embargo, el Partido Comunista sigue castigando a los católicos leales a Roma. Son abundantes los casos de sacerdotes y obispos encarcelados por no adherirse a la Asociación Patriótica, así como la demolición de templos.
En 2000, Juan Pablo II canonizó a 120 mártires asesinados en China, de los que 87 eran nacionales chinos y los demás misioneros extranjeros, seis de ellos españoles. Tanto el Gobierno comunista como los cismáticos, en un ejemplo de unión de acción, calificaron a los nuevos santos, los primeros chinos que entraron en el santoral católico, de "traidores a la patria" y espías.
Desde la caída del socialismo en Europa, el Vaticano ha tratado de regularizar las relaciones con el régimen comunista, para obtener al menos la libertad de culto de los católicos. Pero después de la firma en septiembre de 2018 de un acuerdo secreto (sic) entre las dos partes, según el cual Pekín y Roma nombrarán nuevos obispos de manera conjunta, cabe deducir que los comunistas han ganado.
El cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong-Kong, ha afirmado que los comunistas quieren "la rendición total" y "la situación es desesperada" para los diez millones de católicos, los sacerdotes y los treinta obispos clandestinos. Como en el Vaticano de las puertas abiertas y la misericordia oficiales no gustan aquellos que se atreven a criticar los actos del actual Papa, el decano del Sacro Colegio, el cardenal Giovanni Battista Re, arremetió contra el cardenal Zen y aseguró que no sólo Francisco, sino también Benedicto XVI y Juan Pablo II, apoyaron el tipo de acuerdo. El purpurado chino desmintió esas declaraciones y acusó al secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, de manipular y engañar al Papa.
Mientras tanto, por las pocas noticias que llegan de China, sabemos que los comunistas mantienen la persecución a los católicos.
Como en el caso del coronavirus, la otra peste aparecida en Wuhan, la del sometimiento de la Iglesia católica al comunismo chino, también está haciendo estragos en Italia, en concreto en Roma.