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España (ir) reconciliable

El gran tema intelectual tratado por Laín Entralgo y Sánchez Albornoz, la superación de las dos Españas, sigue abierto en canal. Hoy como ayer nuestro gran problema nacional es la cuestión de España.

Pedro Laín Entralgo en la portada de su libro 'Reconciliar España' | EDITORIAL TRIACASTELA

La llegada de los socialistas al poder a través de una política frentista, o sea de ruptura del pacto constitucional entre los "grandes" partidos políticos, convierte en actual la gran cuestión que discutieron en la postguerra autores como Laín y Sánchez Albornoz: la superación de las dos Españas. Desdichado mito acuñado por Larra en su celebre epitafio: "aquí yace media España; murió de la otra media". La guerra civil latente o explícita entre dos bandos enfrentados, que pensábamos había sido resuelta en 1978, ha regresado por la incapacidad de nuestras elites políticas, económicas e intelectuales. Y, por supuesto, por un "pueblo" que hoy se nos antoja tan populacho y ovejuno como en nuestro peor pasado. Los políticos han vuelto a fracasar. Han despreciado a la Nación. La democracia como forma de vida que nos permite convivir con el enemigo está en cuestión. La Nación está dividida. Vivimos otra vez en el fracaso de España. El gran tema intelectual tratado por Laín Entralgo y Sánchez Albornoz, la superación de las dos Españas, sigue abierto en canal. Hoy como ayer nuestro gran problema nacional es la cuestión de España.

España como problema, título del libro de Laín, engloba y señala bien nuestro principal asunto político e intelectual. También para el propio Laín fue su obra más importante entre toda su ingente producción intelectual. Fue su obra predilecta a la que volvería una y otra vez, e incluso al final de su vida [1] tuvo que referirse a ella para revisar algunas de sus tesis. Laín revisó y replanteó, rectificó y corrigió, siempre su posiciones intelectuales y políticas. Sin embargo, jamás cambió las últimas páginas de su libro, aunque su argumentación estuviera patrocinada por José Antonio y Franco; más aún, dejó constancia en una nota a pie de página que su idea de España era una combinación entre José Antonio, que tomaba de Ortega la idea de nación como un "sugestivo proyecto de vida en común", y la "política de misión" de Eugenio d´Ors tal y como era interpretada por el libro que Aranguren (primero y, seguramente, el mejor libro de este autor, entre otras razones, porque fue supervisado por el propio d´Ors) había dedicado al grandioso Xenius catalán [2].

Pero, sobre todo, Laín nunca rectificó que España tenía que superar el enfrentamiento entre las dos Españas que se venía dando desde el siglo XVIII. Ésta sí que era la tesis fundamental del libro y, por supuesto, la principal lección que deberíamos extraer de la reciente Guerra Civil. Había pocas diferencias entre la "voluntad de integración" de Laín y la posición intelectual de Sánchez Albornoz en su España, un enigma histórico, quien también consideró deber fundamental la integración de esas

"dos Españas gemelas, pero por extraña aberración mortalmente enemigas. Cada una buscó armas contra la otra allí donde pensó hallarlas: una en la etapa gloriosa del ayer nacional, y otra en la Europa ultrapirenaica, cuyo poder y cuya riqueza le seducían con su brillo. Y por ello hemos vivido durante dos siglos pendientes de lo que ocurría más allá del Pirineo; ora para copiarlo, ora para estigmatizarlo, rara vez para repensarlo y adoptarlo como habíamos sabido hacer antaño" [3].

Tradicionalistas y europeizantes -concluía el sabio historiador- tenía análogos deberes de integración ante Europa.

Sí, era casi idéntica la voluntad integración de los ganadores y los perdedores de la Guerra Civil. Fue la guía de estos dos autores durante toda su vida. Para Laín era necesario

"resolver definitivamente, en cuanto atañe al pensamiento, la irresuelta polémica entre el progresismo antitradicional y el tradicionalismo inactual o antiactual (…). Enseñar, integrar y aprender han sido , durante varios años de ardiente zozobra, las tareas cotidianas de unos pocos españoles sedientos de perfección y de España. Por lo que a mí toca, ahí quedan (…) los cuadernos de la revista Escorial, mis libros en torno a la "generación del 98" y al pensamiento de Menéndez Pelayo, los miles y miles de palabras (…) con que he pretendido opportune et importune nuestra voluntad de integración" [4].

Por parte de don Claudio la cuestión de las dos Españas no tenía mejor solución que la reconciliación, es decir,

"dejar de mirarse con odio como fuerzas enemigas, unilateralmente responsables de los males de la patria común, sin posible concordia y, a lo que creen, obligadas en interés propio y en interés de la España única, a la supresión de la facción hostil y culpable. Histórica y vitalmente ninguna está libre de responsabilidad; y vital e históricamente son complementarias. No es imposible su pacífica y jurídica convivencia (…). ¡Ay de las dos Españas y de la España única si prolongásemos el tiempo de la tragedia que hace más de un siglo las aparta, y más aún si una de ellas fuese definitivamente aniquilada! (…). Cuando no es posible el libre juego de las ideas contrapuestas, al extinguirse la libertad de pensamiento, la comunidad nacional llega a ser a la postre irremediablemente infecunda"[5].

Aunque sobra extenderse sobre la identificación entre la opinión de un exiliado, Sánchez Albornoz, y un hombre del régimen de Franco, Laín, acerca del problema de España y su solución, es menester reconocer la valentía que tuvo el segundo para decir en esa época, los años cuarenta del franquismo, que España seguía teniendo una terrible falla para su propia existencia colectiva. La Guerra Civil, en efecto, no había resuelto lo que nos llevó a ella: dos Españas enfrentadas. España seguía siendo un problema. El diagnóstico de Laín sin embargo adolecía de graves defectos. El fundamental tenía que ver con su valoración, o mejor dicho, la desvalorización de las conquistas que la Restauración había traído a España. En este punto, decisivo para romper con el pesimismo y el derrotismo de cierta filosofía de la historia de España, Sánchez Albornoz disiente de Laín y, en cierto sentido, se aparta de la Generación del 14, la de Ortega, que tan crítica había sido con Marcelino Menéndez Pelayo. El maestro republicano cuestiona con muchísimo tacto intelectual la dramática explicación que ofrece Laín sobre esa supuesta, jamás real e histórica,

"incapacidad para el libre vuelo del pensar, para la pura creación científica, para las realizaciones de la técnica"[6].

A pesar de reconocerle a Laín que no es "mala pista" seguir las explicaciones de Menéndez Pelayo, Ganivet y Unamuno para justificar la "falta de constancia para la lenta labor que la creación científica y técnica requiere" [7], Sánchez Albornoz no está dispuesto a admitir la crítica que vierte el historiador de la medicina sobre la defensa de la "ciencia española" hecha por Menéndez Pelayo:

"De autoengaño inteligente y amoroso califica Laín Entralgo el intento de Menéndez Pelayo (…), porque, en verdad, en sus días España carecía de ciencia y técnica. El argumento no basta a convencerme. Podía no existir ciencia y técnica a fines del siglo XIX y haber los españoles poseído ciencia y técnica en otras etapas de su historia (…). No puede dudarse sin embargo de que cantaron los gallos a la aurora de una ciencia hispana durante el siglo XVI" [8].

Por ahí, por esa puesta en cuestión de la capacidad crítica de los españoles, Laín estaría cayendo en el mismo derrotismo, pesimismo, o peor, complejo de inferioridad que Sánchez Albornoz ve en Américo Castro, cuando negó no sólo la ciencia española del siglo XVI, sino que ha

"negado la mismo capacidad para objetivarse en pensamientos y en cosas y haya escrito palabras que ni los más feroces enemigos de España han osado escribir" [9].

Cánovas del Castillo

En verdad, el entusiasmo que Laín puso en en su voluntad integradora no se vio recompensado en la España de su época ni por los exiliados ni por el detestable eslogan franquista de la "España y anti-España". Pero el fracaso de Laín, en mi opinión, no debería explicarse tanto por el contexto, al fin y al cabo la salida religiosa y patriótica que él proponía poco difería de la de Calvo Serer, como por su interpretación de los grandes autores de las Generaciónes del 98, el 14 y el 27. La Generación del 36, la de la Guerra Civil, que capitaneaba Laín no fue capaz de ver el defecto clave de los autores intelectuales de esas generaciones. Todos ellos habían repudiado, sí, la Restauración. Todos tenían la voluntad de romper con el espíritu de "reconciliación" que Canovas del Castillo trajo a España, y que consiguió un larguísimo período de paz. Todas esas generaciones, sí, tenían en común un espíritu extraordinariamente crítico con el régimen de la Restauración y, consecuentemente, con el intelectual más grande de ese período don Marcelino Menéndez Pelayo.

Laín Entralgo no fue capaz de salir de los esquemas categoriales de la denominada "literatura del Desastre". Voluntad integradora y pesimismo crítico no eran compatibles, seguramente, porque a Laín, en 1948, le preocupaba más la lucha por la hegemonía cultural y política, dentro del régimen franquista, que descubrir las verdaderas causas de nuestro mal nacional. No fue capaz de ver, por decirlo con un nombre propio, el de Juan Valera, la mayor aportación de Menéndez Pelayo a la historia intelectual y política de España. Apenas consiguió hacerse eco de la gran verdad que descubrió Juan Valera, el intelectual liberal más importante de España en el siglo XIX, en la obra de don Marcelino: "Antes de él los españoles no nos conocíamos". Sí, Laín había dedicado un libro a Menéndez Pelayo, sin duda alguna, muy importante para conocer nuestro pasado intelectual, pero olvida lo esencial del sabio polígrafo de Santander: su identificación con el régimen de la Restauración. Olvida que Menéndez Pelayo, como el propio Cánovas, Valera y Pérez Galdós, no sólo luchan contra el patrioterismo empalagoso y declamatorio del XIX, sino que trata de conciliar esas "dos Españas". El propio Cánovas, en una obra juvenil [10], trata de dar al traste con esa división. Olvida, pues, el espíritu doceañista y liberal de las Cortes de Cádiz que traspasa toda la Restauración. Y, además, también olvida la evolución de Cánovas que lo llevan a criticar no sólo el mal gobierno de los monarcas sino la irresponsabilidad de los gobernados:

"la historia debe ser útil ya, no sólamente para los reyes, como Bossuet pensaba, sino tanto o más para los pueblos (…). No nos cansemos de repetirlo; Dios da a cada nación a la larga lo que se merece en el mundo".

Laín no capto, en fin, el espíritu liberal de la Restauración de Cánovas. No pudo entender hasta el final de sus días lo escrito por Juan Valera sobre Cánovas a raíz de su asesinato:

"Y no sacaba de continuo a relucir nuestros laureles del Garellano, Pavía, San Quintín, Otumba y Lepanto, para ensoberbecer vanamente al vulgo y para hacerle creer que nuestra decadencia y postración de ahora dependen sólo de unos cuantos malos gobernantes que hemos tenido. Cánova creía que las raíces del mal eran más hondas y que las naciones tienen de ordinario, ni más ni menos, que el gobierno que merecen"[11].

Repudió, pues, la gran obra de Cánovas y con ello no alcanzó a ver la máxima aportación de Menéndez Pelayo. Y eso no sólo lo digo yo sino también el historiador Carlos Seco Serrano, quien reconoce que, a pesar de considerarse a sí mismo un "modesto discípulo" de Laín, le hizo cambiar de opinión al final de su vida:

"Repudio que hoy hemos de reconocer que implicaba una radical injusticia, polarizada concretamente en la figura y la obra de Cánovas. Porque es el caso que cuando Laín elogia la evolución de las ideas de don Marcelino Menéndez Pelayo, desde la posición integrista expresada en el 'brindis del Retiro' y desplegada en la Historia de los heterodoxos…, a la abierta y ajustada actitud presente en la Historia de las ideas estéticas, olvida que, en esa evolución, el gran sabio y maestro se identificaba con la templanza que inspiró el auténtico liberalismo encarnado por la Restauración: la Restauración que había empezado por rechazar las exigencias e imposiciones de la llamada Unión católica y las pretensiones reaccionarias de los antiguos moderados (…). Don Marcelino y don Antonio coincidieron en un mismo talante abierto: fueron excelentes amigos, y sería Cánovas quien llevase a Menéndez Pelayo a la Real Academia de la Historia. En el seno de la ilustre Corporación, y en el plano de una misma vocación integradora, don Marcelino acabaría reflejando, como contrapartida de su inicial orientación integrista, los mismos ideales de paz generosa y civilista que habían informado la Restauración: esto es, el eclecticismo basado en una cristiana actitud de transacción y de consenso civilizado con los discrepantes. ¿Pero no era ésta, precisamente, la vocación asuntiva e integradora anhelada por Ridruejo y por Laín?"[12]

Perdóneme, querido lector, esta larga cita de Seco Serrano sobre la evolución de Laín, pero nos permitirá analizar en una próxima entrega, lo que muchos no sospechan, a saber, la "idea" de España como "nación de naciones" podría haber sido aceptada no sólo por el historiador Seco Serrano sino también por el propio Laín. ¡Ver para creer! Pero esto lo dejo para otra semana.


[1] Cfr. LAÍN ENTRALGO, P. y SECO SERRANO, C. (Eds.): España en 1898. Las claves del desastre. E. Círculo de Lectores, Barcelona, 1998.

[2] LAÍN ENTRALGO, P.: España como problema, t. II. Círculo de Lectores, Barcelona, 2005, pág. 392. LAÍN ENTRALGO, P.: España como problema. Seminario de Problemas Hispanoamericanos, Madrid, 1948, pág. 145.

[3] SÁNCHEZ ALBORNOZ, C.: España, un enigma histórico, t. IV. Edhasa, Barcelona, 1991, pág. 1385.

[4] LAÍN ENTRALGO, P.: España como problema. Seminario de Problemas Hispanoamericanos, Madrid, 1948, págs. 146 y 149.

[5] SÁNCHEZ ALBORNOZ, C.: España, un enigma histórico, op. cit., pág. 1386.

[6] Ibídem, pág. 1205.

[7] Ibídem, pág. 1206.

[8] Idem.

[9] Idem.

[10] CÁNOVAS DEL CASTILLO, A.: Historia de la decadencia de España, desde el advenimiento de Felipe III al trono hasta la muerte de Carlos III, en Obras Completas, I. Fundación Unicaja. 1996.

[11] VALERA, J.: Estudios críticos sobre Historia y Política (1896-1903). O.C., t. 40. Madrid, 1914, pág. 256.

[12] Seco Serrano, C.: "Introducción a España como problema", pág. 9, en LAÍN ENTRALGO, P: España como problema, op. cit.

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