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Dos características que hacen al reloj de la Puerta del Sol diferente al resto

Jesús López-Terradas, su relojero desde hace 23 años, nos enseña la puesta a punto de este mecanismo de 1866.

Jesús López-Terradas, su relojero desde hace 23 años, nos enseña la puesta a punto de este mecanismo de 1866.
En las tripas del reloj de la Puerta del Sol

Entrar en la torre donde se haya el reloj de la Puerta del Sol provoca una curiosa sensación. Mirar el coreografiado movimiento de pesas, piñones, palancas, dientes, ruedas y demás piezas de ese mecanismo de 1866 provoca la falsa ilusión de que el tiempo discurre más despacio, como sin prisa. Es un sentimiento compartido. "A mí me relaja, es como la contemplación de un cuadro", dice Jesús López-Terradas, el relojero al que le debemos –al menos los últimos 23 años– el tomarnos las uvas sin incidentes.

Antes de que mirásemos el campanario de la actual sede de la Comunidad de Madrid, el reloj de referencia para la última noche del año era el de la iglesia del Buen Suceso, hoy desaparecida. El reloj de la Puerta del Sol es un diseño del leonés José Rodríguez Losada, inaugurado el 19 de noviembre de 1866, coincidiendo con el cumpleaños de la reina Isabel II.

Más de siglo y medio después, el mecanismo es exactamente el mismo. "Tiene 153 años y está construido de tal manera que, si se cuida bien, perfectamente puede aguantar igual otros 150 más". A nivel técnico, es un reloj de torre con cuatro esferas de cristal, numeración romana, minuteros compensados, máquina de sonería de horas y cuartos y control de los segundos.

El de la Puerta del Sol tiene dos características que lo diferencian de la mayoría de relojes de torre y que, por ejemplo, facilita su mantenimiento. "Normalmente, tienen dos pletinas y entre ellas están las ruedas. Si se rompen, hay que desmontarlo todo. Pero en este reloj, tengo que quitar un par de tornillos y no tengo que desmontar nada más. Está puesto sobre dos vigas paralelas que te permite ver con mucha comodidad todas las ruedas, piñones, palancas, pasadores... Si sabes lo que estás viendo, puedes ver si funciona correctamente o no", explica a Libertad Digital el relojero.

La segunda característica que lo diferencia del resto de relojes de torre tiene que ver con su precisión. Cuenta con una esfera de control de los minutos, pero también –explica López-Terradas– "una esfera de control de los segundos que muy pocos relojes de torre tienen. Podemos presumir de que va con precisión de segundos".

El día de las uvas

Como cantaba Mecano, tomarse las uvas en Nochevieja es una de esas tradiciones que consiguen que la mayoría de los españoles hagamos justamente lo mismo en el mismo momento, y suele ser mirando al reloj de la Puerta del Sol. Las campanadas se televisaron por primera vez en 1962, presentadas por Matías Prats. Para que todo marche como es debido, se requiere un mantenimiento semanal, del que se encarga López-Terradas y su equipo. "Cada semana nos encargamos de revisarlo a fondo y de subir las pesas de la sonería. Si no lo hiciéramos, las pesas llegarían al suelo y el reloj se pararía".

Jesús López-Terradas lleva 23 años sin comerse las uvas. "Como mucho, cenamos un bocadillo de calamares", ríe. "La Nochevieja es larga, la podemos celebrar después. Ese día venimos Santi, Pedro y yo –todo el equipo de relojería Losada S.L.– y vigilamos que todo salga bien. ¿Tú te imaginas que por la tontería más gorda no se dan las campanadas? ¿Se podría ser menos profesional? Además, nosotros estamos aquí con todo gusto porque nos encanta nuestro trabajo. Cuando comienzan las campanadas, hay un gran silencio en la plaza e inmediatamente después una explosión de alegría. Oír eso es muy gratificante".

¿Y si falla el reloj?

Cada Fin de Año, el equipo de López-Terradas retira el retén que sujeta la bola del campanario cuando quedan 28 segundos para que den las doce. Tarda siete segundos en caer. Los 21 segundos que restan son los cuartos. La primera campanada suena en el "último instante del año o el primero del nuevo año, ya la segunda campanada corresponde al nuevo año". Entre campanada y campanada pasan tres segundos, lo suficiente para tomarse una uva.

¿Y si falla el reloj? ¿Hay un plan B? "Sí. Echarse a llorar y salir corriendo", bromea. "Es prácticamente imposible que falle. Si un piñón o una palanca está mal, se desmonta y en media hora lo tengo perfecto. Si eso pasase dos minutos antes de las uvas, poco se podría hacer, pero con el cuidado con el que lo tratamos y con el mantenimiento que tiene, es muy difícil que falle".

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Jesús muestra el mecanismo. | David Alonso Rincón.

Tradición relojera española

Jesús López-Terradas habla con pasión del reloj de la Puerta del Sol. Es relojero por tradición familiar, su bisabuelo ya se dedicaba a este oficio en el siglo XIX. Siguieron esa senda su abuelo, su padre y sus tíos. "Mis primeros recuerdos de infancia son en el taller de mi abuelo, toqueteando todo cuando él no estaba".

En España hay buenos relojes, confirma. "En la época de Carlos III existía la Real Escuela de Relojería, en la madrileña calle Barquillo, y allí se construyeron, no muchos, pero sí muy buenos relojes. Luego, en los siglos XVII, XVIII y XIX, Inglaterra y Francia se convirtieron en las dos grandes potencias relojeras". En España hubo grandes coleccionistas, como la Casa de Austria. "Cuando Carlos I se retira al Monasterio de Yuste se lleva a Juanelo Turriano, su relojero. Allí monta un taller, era su gran afición", recuerda.

Felipe II reunió en la Torre Dorada del Alcázar un importante conjunto de estos objetos y los Borbones continuaron la tradición. Contemplarlos es asomarse a otro tiempo: "Técnicamente están reflejados cada uno de los avances y estéticamente los hay preciosos, se puede ver la moda de cada periodo".

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