"Barcelona, el centro fabril más importante de España, tiene en su haber histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad en el mundo", Friedrich Engels
Gracias a una de las operaciones de relaciones públicas más exitosas de la historia nacional, los españoles del último tercio del siglo XX estaban convencidos de que los catalanes eran más trabajadores que los andaluces, más limpios que los murcianos, más cultos que los extremeños, más sanos que los aragoneses, más tolerantes que los castellanos, más altos que los gallegos, más viajados que los madrileños, más elegantes que los santanderinos, más antiguos que los asturianos y más pacíficos que los vascos. Esa propaganda pervive todavía en las nuevas generaciones de la extrema izquierda, que odia todo lo español.
Parte de esta operación consistió en ocultar los numerosos episodios de violencia que sacudieron Barcelona desde finales del siglo XIX hasta el establecimiento del franquismo.
Desde el derrocamiento de Isabel II (1868), la violencia política y social en España, con la excepción de la última carlistada (1872-1876), se radica en Madrid, por ser la sede del Gobierno, y, sobre todo, en Andalucía y el Mediterráneo. Por ello, se elaboraron teorías que hoy provocan risa, como las que vinculaban la tendencia del mediterráneo a la rebelión con una supuesta herencia racial fenicia o árabe, en vez de con el analfabetismo, el atraso agrícola y la falta de derechos laborales.
Las bombas del Liceo y del Corpus
Debido a su rápida industrialización, con la atracción de docenas de miles de emigrantes de Cataluña y del resto de España, y la avaricia de los industriales catalanes, la pacífica Barcelona del siglo XVIII, se convirtió pronto en el centro de la violencia política en España y hasta en Europa. Por ello, recibió el apodo de la Rosa de Foc.
En la ciudad catalana, los anarquistas cometieron numerosos atentados, no sólo individualizados contra las autoridades y los industriales, sino de masas: la bomba del Liceo en 1893 y la bomba de la procesión del Corpus en 1896. A la 'propaganda por el hecho', el Gobierno español respondió con la lógica represión. Los procesos de Montjuic, en que se dictaron y ejecutaron penas de muertes contra varios anarquistas entonces contaron con la aprobación de la sociedad catalana.
La conflictividad social fue aumentando, con abundantes huelgas generales, como la de 1902, con al menos una docena de muertos. La patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional, fundada en 1889, reclamaba al Gobierno nacional no sólo todo tipo de medidas proteccionistas para la industria local, sino, además, la mano dura. El nacimiento del catalanismo envenenó aún más el ambiente, pues unió a las disputas laborales y económicas el desprecio a los emigrantes y el clasismo.
La Semana Trágica
En 1909, la torpe movilización de reservistas para enviarlos a Melilla por parte del Gobierno Largo de Maura, provocó protestas amplificadas por la CNT entre el 26 de julio y el 2 de agosto. Como un anticipo de lo que ocurriría en la II República, las turbas asaltaron no los palacios de los poderosos ni las sedes del poder político, sino los indefensos conventos, iglesias y hasta escuelas religiosas. El resultado fue de más de un centenar de edificios incendiados y casi 80 muertos.
Siguieron nuevas huelgas, como una del sector del metal en 1910 que se prolongó durante casi 200 días. A la vez, los incidentes pasaban de algaradas o peleas a palos durante las huelgas a emboscadas con pistolas en momentos de calma.
La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial causó una gran demanda de productos industriales, mineros y agrícolas por parte de los Aliados. Produjo enormes fortunas y, a la vez, desabastecimiento e inflación. En 1917, los grandes desestabilizadores de la Restauración, los catalanistas y las izquierdas, desencadenaron una protesta política y una huelga general revolucionaria, que el Gobierno superó. Los catalanistas de Cambó, al ver en peligro sus fábricas y propiedades, se pusieron junto a los políticos de Madrid y los militares.
El fin de la Gran Guerra agravó los problemas económicos. En 1919, una serie de despidos en la empresa de electricidad La Canadiense condujo a una nueva huelga general en la ciudad catalana. La CNT consiguió paralizar la producción industrial. El Gobierno de Romanones impuso la mediación para que la patronal y los sindicatos alcanzaran un acuerdo y, además aprobó la jornada laboral de ocho horas en todos los sectores, con lo que España fue el primer país del mundo que la aplicó. Pero los miembros de Fomento se sintieron traicionados.
Los patronos y los sindicalistas recurrieron a la violencia. Entre 1918 y 1923, Barcelona padeció el pistolerismo. Bandas de pistoleros y asesinos profesionales mataban a sindicalistas, empresarios, trabajadores y hasta clérigos. Casi un millar de personas fue víctima de agresiones, de las que murieron 261, según los últimos cálculos de Albert Balcells. Los partidos dinásticos, en descomposición y sobrepasados por los acontecimientos, permitieron que los gobernadores civiles aplicaran la 'ley de fugas'. Y mientras tanto, los catalanistas exigían en Madrid más derechos y más dinero.
La Dictadura enchufa a la UGT
Cuando el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, realizó su pronunciamiento en septiembre de 1923, Barcelona y Cataluña, en palabras de Josep Pla (Historia de la Segunda República), "estaban martirizadas por los crímenes del anarco-sindicalismo y por la ausencia de toda autoridad en el período de la post-guerra", aunque no menciona la responsabilidad de los patronos. Víctor Pradera, más ecuánime, juzgó así la situación de Barcelona: "cuatro pillos de blusa y otros tanto de levita, explotando vilmente a los obreros, tienen en jaque a un Gobierno".
Los burgueses catalanes fueron determinantes en imponer una dictadura al resto de España y despidieron con ovaciones a Primo de Rivera en la estación de tren de Barcelona. Si bien el Directorio Militar concluyó con el pistolerismo, recurrió a una maniobra que tendría consecuencias unos años después: para disminuir el arraigo de la CNT, dio a la UGT, según Pla, "el monopolio de la actividad sindical y la intervención, con carácter de exclusividad en la puesta en marcha de la legislación del trabajo". Parte de este plan fue el nombramiento de Francisco Largo Caballero como consejero de Estado y de numerosos socialistas en "todos los organismos sociales de nueva creación".
La caída de la Monarquía se celebró en Barcelona (de nuevo Pla), con gritos "de auténtica fuerza civil": "Mori Cambó! Visca Macià!". Los ocho años republicanos concluyeron con la entrada en Barcelna de las tropas del general Yagüe, recibidas con entusiasmo por los catalanes, porque ponían fin a las matanzas y los atentados, en ocasiones dirigidos desde el poder.
EPOCA y Terra Lliure
En la Transición, renació el terrorismo catalanista, encarnado en el Exèrcit Popular Català (EPOCA) y Terra Lliure: bombas adosadas al pecho de los enemigos de clase, tiros en las piernas, listas negras… Pero desapareció pronto, en gran parte debido a la colaboración de la CDC de Jordi Pujol, a fin de presentarse en Madrid como los ‘nacionalistas buenos’ y tener sus negocios en paz, y, también, gracias a delaciones de algún personaje ahora muy conocido.
Desde que el catalanismo burgués decidiera acelerar la marcha a su república de impunidad, la violencia ha regresado a Cataluña, con unos agitando el árbol y otros recogiendo las nueces o, como ha escrito José García Domínguez, "celebrando que sus hijos nos quieren matar".
Pero la gran responsabilidad, como en la Restauración y la República, corresponde a los Gobiernos que conceden impunidad a los terroristas y a sus jefes. Los magnicidas de Eduardo Dato, que como ministro impulsó leyes sociales, fueron indultados por el Gobierno Provisional republicano. Matar a un presidente del Gobierno ‘costó’ a dos de sus autores unos ocho años de cárcel.