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Pedro de Tena

El otro pecado mortal de Clara Campoamor: su descripción del Madrid del Frente Popular en 1936

Fue liberal auténtica, crítica Con los miembros de su partido que no votaron a favor del sufragio libre y con buena parte del socialismo.

Clara Campoamor. | Wikimedia

El pasado 1 de octubre se cumplieron años, tan sólo 88 aunque parezca mentira de que durante tantos siglos el papel público de la mujer haya sido ignorado, de aquella gesta liberal española que protagonizó Clara Campoamor. En realidad, se llamaba Carmen Eulalia pero la llamaron Clara en recuerdo de su hermana fallecida a los pocos años de vida.

Dedicó buena parte de sus energías vitales a defender el voto femenino en el debate constitucional de la II República. Fue una gesta, nombre que damos a aquello que es considerado una hazaña portentosa por su dificultad e incluso por su aparente imposibilidad.

Fue liberal auténtica, crítica incluso con los miembros de su propio partido que no votaron a favor del sufragio libre de las mujeres, y con buena parte del socialismo que se resistió a votar a favor del voto femenino. La postura de la diputada radical-socialista, Victoria Kent, pasó a la historia por su oposición al voto de las mujeres si bien no pudo impedirlo, ni condicionarlo como pretendió, para detener la causa de Clara Campoamor [I].

Pero, para ella misma, este fue su gran pecado mortal. Victoria Kent, que opinara en El Heraldo del 10 de octubre:

En estos momentos, y si se tratara de conceder el voto a las mujeres obreras, no vacilaría. Pero como no es sólo eso y yo desconfío de que las mujeres de las clases media y alta sientan la República, mi voto es resueltamente adverso a la concesión.

Lograr que votaran las mujeres era un pecado contra la República para gran parte de la izquierda y de muchos republicanos. Y se lo hicieron pagar.

Las mujeres españolas, carne de confesionario

Por si fuera poco, Indalecio Prieto era un decidido adversario de que el voto femenino fuese consagrado en la Constitución republicana. "En los pasillos fue donde se desvistieron los pensamientos. iCuántas palabras fuertes! ¡Y cuántas opiniones! Opinaban todos. 'iSe ha dado una puñalada trapera a la República!', gritaba el Sr. Prieto", cuenta la propia liberal republicana. La razón de Prieto, y de otros muchos, contra el voto femenino era que las mujeres españolas eran meapilas y carne de confesionario y que su voto daría paso al triunfo de las derechas.

Si me detengo tanto en el PSOE - que podría detenerme en todos los adversarios que consideraron pecaminoso el voto femenino -, es por la extraña relación que los socialistas españoles siguen manteniendo con la figura de Clara Campoamor. Por una parte, tratan de simular que era, cuando menos, una simpatizante del socialismo o que incluso su lucha por el voto de la mujer fue impulsada por el PSOE. Algo enteramente falso.

Pero hay estrategias más sibilinas para identificar al socialismo patrio con la heroína liberal. Todavía este año 2019, en la Feria del Libro de Sevilla, se programó una charla-coloquio que llevaba por título "Descubriendo a Clara Campoamor y Luisa Carnés" (esta sí era socialista), coloquio en el que participan las socialistas Amparo Rubiales y la nueva esperanza roja del socialismo andaluz, María Jesús Montero, ministra de Hacienda en funciones del gobierno de Pedro Sánchez.

Apropiación de la figura de Campoamor por el PSOE

Es más, es que el PSOE ha tratado de impulsar asociaciones, foros y tribunas con el nombre de Clara Campoamor pero dirigidos por militantes socialistas. Blanca Estrella Ruiz, socialista, preside la Asociación Clara Campoamor (que al menos tiene la honradez de reconocer que la republicana no era de izquierdas ni de derechas sino humanista y republicana). Por poner otro ejemplo, la propia Amparo Rubiales, ex presidenta del PSOE andaluz, fue Comisaria del Foro Clara Campoamor en Sevilla. Hoy en día pocos saben cuál fue en realidad el perfil político de la Campoamor.

Pocas veces se ha oído a dirigentes del PSOE entonar un mea culpa y pedir perdón a las mujeres españolas por su actitud en el debate constitucional. Todavía en nuestros días, hasta el propio presidente en funciones, Pedro Sánchez, sigue en la tarea de confundir a los ciudadanos sobre la personalidad y la ideología política de Clara Campoamor.

En su tuit del 1 de octubre de este mismo año, Sánchez decía:

El 1 de octubre de 1931 se aprobaba el voto femenino en España gracias a la lucha de miles de mujeres y al liderazgo de Clara Campoamor. Nuestro reconocimiento y nuestra gratitud a todas ellas. Feminismo para ser más libres. Feminismo para ser mejores. Sigamos avanzando.

Por cierto, el voto femenino en España se aprobó en diciembre de 1931. Lo dicho por Sánchez, leído sin más por un espíritu incauto, da a entender que Campoamor fue militante socialista.

No era así. Militante socialista, luego comunista, esta sí, fue Margarita Nelken que se opuso asimismo inicialmente al voto femenino, como todo el sector de Indalecio Prieto si bien el PSOE terminó apoyando el derecho al sufragio libre de todas las mujeres. Clara Campoamor fue una republicana liberal durante toda su vida y su primer pecado fue dejar sin careta a quienes defendían, con Victoria Kent de parapeto, querer salvar la República impidiendo el voto vaticanista de las mujeres.

Ese primer pecado mortal tuvo consecuencias inmediatas cuando en las elecciones de 1933 ganaron las derechas coordinadas ante una izquierda dividida. Se acusó injustamente a la diputada Campoamor del desastre. Luego el PSOE, la UGT y la CNT, que no pudieron soportar el resultado de las urnas, prepararon, ayudados por el separatismo catalán, el golpe de Estado contra la República de octubre de 1934.

Segundo pecado mortal

Su segundo pecado mortal, sin embargo, no fue haber obtenido, además, el derecho al divorcio, que también consiguió. Su segundo pecado capital fue hablar con libertad y claridad de lo que pasó en el Madrid del Frente Popular desde las elecciones de febrero de 1936. Por ello, en vez de recordar o apropiarse su figura como en la consecución del voto femenino, la izquierda española calla y silencia la cruda exposición de los hechos de los que la Campoamor fue testigo directo. Lo escribió en otro libro: La revolución española vista por una republicana.

Este otro pecado mortal fue ocultado durante años (la publicación de la primera traducción del original libro en francés se hizo en 2002 ya que el original se ha perdido) por no quererse perjudicar la imagen de la II República. Pero por sus descripciones de lo realmente ocurrido obtuvo la condenación del silencio. Como dice su traductor original, Luis Español Bouché, su segundo pecado fue contar las "salvajadas" que ocurrieron en los primeros meses del triunfo del Frente Popular en 1936.

Ciertamente es el libro de una persona independiente de criterio, que no se casaba ni a derecha ni a izquierda ni a centro y que, incluso con los suyos propios, los republicanos, tuvo una actitud crítica e incluso demoledora. Siendo miembro de la masonería y anticlerical, no silenció cómo la sociedad secreta fue ocupada por el PSOE al comienzo del gobierno del Frente Popular y denunció los crímenes contra los católicos:

Con pueriles pretextos se organizaron matanzas de personas pertenecientes a la derecha. Así, el 5 de mayo se hizo correr el rumor de que señoras católicas y sacerdotes hacían morir niños distribuyéndoles caramelos envenenados. Un ataque de locura colectiva se apoderó de los barrios populares y se incendiaron iglesias, se mataron sacerdotes y hasta vendedoras de caramelos en las calles.

Para entender el silencio de izquierdas y derechas sobre el segundo pecado mortal de Clara Campoamor bastará con una breve reproducción de algunos de los textos escritos en los primeros capítulos de ese libro que constituye una denuncia de quienes, 83 años más tarde, intentan suplantar la verdadera "memoria histórica", parte de la cual es la de la ilustre republicana cuya vida peligró a izquierda y derecha por lo que tuvo que salir de España.

Aunque el libro fuese escrito apresuradamente, lo que cuenta es verdaderamente impresionante y desmonta tanto el mito del Madrid libre, heroico e incluso tierno del Frente Popular como el mito de las dos Españas como origen de la Guerra Civil reduciéndolo a la irresponsabilidad de dos conjuntos de minorías políticas y a la deserción moral de los liberales y republicanos auténticos.

Antología

Antología sugerente para recomendar la lectura directa del segundo pecado mortal de Clara Campoamor:

Los partidos republicanos que llegaron al poder tras el triunfo electoral, aunque fueran minoritarios en la alianza de la izquierda agotaron sus fuerzas y su crédito moral en dos ingratas tareas: la primera consistió en hacer concesiones a los extremistas que, desde el 16 de febrero, celebraban su triunfo mediante incendios, huelgas y actos ilegales, como si estuviesen luchando contra un gobierno enemigo. El otro objetivo de los vencedores consistió en adueñarse a toda prisa de los puestos superiores del Estado, saltándose todas las reglas establecidas y derribando sin el menor escrúpulo de honestidad política los principios de continuidad que un régimen naciente debe conservar si aspira a durar. Así, los partidos republicanos de la izquierda, con el fuerte apoyo de socialistas y comunistas, y siguiendo en esto los consejos de ese espíritu letal para la República, que ha sido don Indalecio Prieto, perdieron su crédito moral derribando al primer presidente de la República, el Sr. Alcalá-Zamora, sin preocuparse por la falta de base legal de tan osada maniobra.

Para apartar al primer magistrado de la República al que los Sres. Prieto —socialista que tuvo que huir por haber participado en la revolución de octubre de 1934— y Azaña —encarcelado durante varios meses bajo la misma inculpación— consideraban como su enemigo personal y al que acusaban de fomentar una sublevación militar, se violó la Constitución republicana y, durante una sesión relámpago, la mayoría parlamentaria hizo desaparecer las últimas huellas de respeto y consideración que la opinión pública había mantenido hacia la ley y las instituciones republicanas. Esa mayoría de izquierda, nacida de elecciones que siguieron a la disolución de un parlamento de derechas, llevada a cabo por el presidente, votó sin ningún escrúpulo la propuesta del Sr. Prieto quien declaró «¡que el Parlamento anterior había sido mal disuelto y que el Presidente de la República había en consecuencia incurrido en la sanción de cese prevista para ese caso en la Constitución!».

Sin hablar de la grave situación creada en Madrid por las huelgas ya mencionadas, el gobierno se mostraba cada día menos capaz de mantener el orden público. En el campo se multiplicaron los ataques de elementos revolucionarios contra la derecha, los agrarios y los radicales, y en general, contra toda la patronal. Se ocuparon tierras, se propinaron palizas a los enemigos, se atacó a todos los adversarios, tildándolos de «fascistas». Iglesias y edificios públicos eran incendiados, en las carreteras del Sur eran detenidos los coches, como en los tiempos del bandolerismo, y se exigía de los ocupantes una contribución en beneficio del Socorro Rojo Internacional. Con pueriles pretextos se organizaron matanzas de personas pertenecientes a la derecha…

Estos hechos fueron denunciados en el Parlamento, y he aquí la lista de actos violentos, tal y como se imprimió en el Diario de Sesiones sin que el Gobierno los negara:

Hechos acaecidos en plena paz y bajo el ojo indiferente de la policía, entre el 16 de febrero y el 7 de mayo de 1936, es decir, a los tres meses de gobierno del Frente Popular:

—Saqueo de establecimientos públicos o privados, domicilios particulares o iglesias: 17823.

—Incendios de monumentos públicos, establecimientos públicos o privados e iglesias: 178.

—Atentados diversos contra personas de los cuales 74 seguidos de muerte: 712.

He aquí la situación en la que se encontraba España tres meses después del triunfo del Frente Popular. ¿Por qué el gobierno republicano nacido de la alianza electoral se abstuvo de tomar medidas contra aquellos actos ilegales de los extremistas? No suponía más que un problema de orden público acabar con todos los excesos contrarios a su propia ideología y métodos. Si el gobierno se mantuvo pasivo es porque no podía tomar medidas sin dislocar el Frente Popular. En cuanto a los partidos de derecha, un exceso de prudencia los llevó a silenciar a sus propios diputados. Sin embargo, el Sr. Calvo Sotelo denunció esos hechos ante las Cortes en un famoso discurso. Aquel acto le costaría la vida.


Los guardias de asalto, ganados en gran parte por la propaganda de los partidos obreros en los cuarteles (el teniente de la Guardia Civil, Condés [II], que los acompañaba y a quien ingenuamente se había entregado Calvo Sotelo era también un miembro militante del Partido Socialista, como se supo más tarde), habían actuado por iniciativa propia. El gobierno no tenía más que una salida si quería lavarse de la imputación de crimen de Estado que se le hacía además de restablecer la disciplina entre los guardias de asalto: tenía que aplicar rápidamente las sanciones que el crimen exigía. Ni siquiera lo intentó. Temiendo un motín de los guardias de asalto, el gobierno permaneció indeciso e inactivo. Pasaron los días. Madrid se escandalizaba de ver a Moreno, el teniente de los guardias de asalto que asesinaron a Calvo Sotelo, así como a Condés, paseándose libremente por las calles

El alzamiento ha sido calificado desde el principio como «fascista». Conviene sin embargo no dejarse embaucar por falsas ideas que simplifican en exceso tan compleja cuestión. Además, el gobierno republicano, a través del órgano de su intérprete cualificado, el Sr. Indalecio Prieto, creyó ser su deber —sin duda por buenos motivos— el borrar esa idea simplista del espíritu del público tanto fuera como dentro de España…

¿Fascismo contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla. Ni el fascismo puro ni la democracia pura alientan a los dos adversarios… No resulta por tanto descabellado prever que la lucha iniciada no supone más que una inmensa pérdida de energía ya que tras la victoria de uno de los dos grupos se recaerá en la agitación y el partido más fuerte acabará por vencer los demás, imponiendo una dictadura aplastante. Pero lo que por ahora nos interesa es subrayar que palabras como democracia o fascismo que se pretende inscribir en las banderas de los gubernamentales o de los insurrectos son del todo exageradas y no permiten explicar los objetivos de la guerra civil ni justificarla.

Dejé Madrid a principios de septiembre. La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del gobierno y la absoluta falta de seguridad personal, incluso para los liberales —o quizás sobre todo para ellos— me impusieron esa prudente medida...

Habíamos conocido en directo el fanatismo de la izquierda. Íbamos a encararnos ahora alfanatismo de derecha. Pero, para lo sucedido en el barco alemán, dejo la palabra al hidalgo español que relata el asunto en un número de diciembre de 1936 del diario carlista de Pamplona El Pensamiento Navarro. He aquí lo que refiere:

... Nos enteramos de que Clara Campoamor estaba a bordo del barco... Aquella misma noche, cuatro otros falangistas y yo mismo nos decidimos a echarla por la borda. pero habiendo consultado al capitán del barco éste nos hizo renunciar a nuestro proyecto que podía tener molestas consecuencias para él. Buscamos entonces lo que podríamos hacer para no dejar sin sangriento castigo a la introductora del divorcio en España, y nos resolvimos a mandar un radiograma a Génova para alertar el comité español fascista y la policía italiana... Al llegar a Génova la policía subió a bordo para buscar a Clara Campoamor y conducirla a la cárcel.

Este relato, asombroso por su falta de dignidad, es exacto con la salvedad de unos pequeños errores. Falta un ligero detalle: que el noble proyecto de asesinarme fue comunicado a la señora mayor y a la niña que me acompañaban, de tal suerte que sufrieron un indecible desasosiego durante los días de su triste viaje de exilio. Mencionemos también el error de mi prolongado encarcelamiento, ¡me perdonarán tan buenas personas!


Se dirá que nada de lo que expuesto es nuevo, pero en momentos como los que vivimos, y aprovechando la efeméride, merece la pena recordar cómo las tragedias consiguen llegar a serlo.


[I] Justo es decir, porque nunca se menciona, que fue el general Primo de Rvera el que encargó la redacción de una Constitución en la que ya estaba contemplado el voto femenino. El Anteproyecto de Constitución de la Monarquía española de 1929, publicada oficialmente pero "no nata" políticamente, decía en su artículo 58: "Serán electores de sufragio directo todos los españoles de ambos sexos, que hayan cumplido la edad legal, con las solas excepciones que la ley taxativamente establezca. Serán electores en los colegios especiales los españoles de ambos sexos, que se hallen inscritos en el respectivo censo profesional o de clase, por reunir las condiciones que para cada caso fijará la ley."

[II] Fernando Condés, capitán de la Guardia Civil, era quien estaba al mando de un grupo de guardias de asalto el día 13 de julio de 1936 que detuvieron en su domicilio a José Calvo Sotelo. Momentos después el líder conservador fue asesinado por dos tiros en la nuca que se atribuyen al guardaespaldas de Indalecio Prieto, Luis Cuenca.

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