¡Menudo tema para los tertulianos y los tuiteros! La prensa de Estados Unidos publica que el presidente Donald Trump está planeando la compra al reino de Dinamarca de Groenlandia. ¿Estamos ante un asunto que, a falta de avistamientos de OVNIS y fotos de la serpiente del lago Ness, compite con el deshielo de los glaciares en llenar páginas y minutos?, ¿quizás una manera de desviar la atención sobre el sospechosísimo suicidio de Jeffrey Epstein en su celda cuando estaba dispuesto a dar los nombres de los clientes de su red de servicios sexuales?
Esta noticia recuerda que Estados Unidos ha crecido territorialmente gracias a sus dólares más que a sus soldados. Los grandes imperios se construyeron mediante guerras. Aunque en algunos casos, como España y Portugal en el Tratado de Tordesillas y las potencias europeas en el Congreso de Berlín, aceptasen dividirse un territorio de manera pacífica, luego tenían que conquistarlo.
Estados Unidos ha sido una excepción. Salvo la guerra de independencia de 1776-1783, la guerra contra la república de México de 1846-1848 (en la que ganó Texas, Arizona, Nuevo México, Nevada, California y otros territorios) y la guerra contra España de 1898 (desde la cual tiene soberanía sobre Puerto Rico y Guam), el resto de su expansión ha sido fruto de negociaciones y compras.
La Luisiana
La primera de esta serie de compras fue la del inmenso y despoblado territorio de la Luisiana, que se extendía desde Nueva Orleans al Canadá. Era una colonia que Francia cedió a España en 1762 en compensación por otras pérdidas territoriales sufridas en la guerra de los Siete Años. Durante unos 40 años, el Imperio español trató de colonizarla y de detener la penetración de ciudadanos de EEUU.
Después de la derrota de España ante la Francia revolucionaria, Napoleón Bonaparte, primer cónsul de la república, obligó a Carlos IV a cederle la Luisiana, porque deseaba reconstruir el imperio colonial francés. Manuel Godoy trató de condicionar la entrega a que España recibiese la plaza de Gibraltar del Reino Unido en una hipotética paz europea; pero lo único que obtuvo Madrid de París fue la promesa de que, si decidía la venta la Luisiana, ésta se realizaría solo a España.
Al poco de recibirla, en 1803, Napoleón se olvidó de sus planes expansionistas en América e, incumpliendo su palabra, vendió la Luisiana al presidente Thomas Jefferson por quince millones de dólares, una cantidad ridícula que a éste incluso costó reunirla. El dictador francés calculaba que, aparte de recibir un dinero necesario para mantener sus guerras, conseguiría enfrentar a EEUU y Gran Bretaña, y es cierto que entre ambas naciones estalló una guerra (1812-1815), pero ésta no impidió la derrota final del general coronado emperador en Waterloo. España, por su parte, de pronto se encontró con otro rival en el golfo de México y en las fronteras de Texas y Nuevo México.
Los Estados Unidos ganaron más de 2,1 millones de kilómetros cuadrados a un precio de unos siete dólares por kilómetro cuadrado. En su momento, la compra fue muy discutida y se consideró un abuso constitucional por parte del presidente. Entre otras consecuencias, agravó las tensiones entre el norte y el sur del país, que ya se volvieron insoportables después del tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848. Uno de los motivos por los que los texanos se habían separado fue su deseo de mantener la esclavitud, prohibida en México.
La Florida
En 1819, el Tratado Adams-Onís fijó la frontera entre Estados Unidos y el virreinato de la Nueva España, donde también había habido sublevaciones independentistas. Fernando VII cedió la Florida, muy poco poblada y que siempre había absorbido grandes recursos económicos, a cambio del reconocimiento de la soberanía española en la provincia de Texas y del pago de las deudas a los colonos estadounidenses.
La Mesilla
Después de la guerra contra México, la nueva frontera, sobre todo en su parte occidental, quedó indeterminada. En 1854, el presidente Antonio López de Santa Anna, el peor gobernante que ha sufrido México, aceptó vender un territorio de más de 70.000 kilómetros cuadrados, llamado La Mesilla, al sur de lo que luego fueron los estados de Arizona y Nuevo México, a cambio de 10 millones de dólares. Los Estados Unidos se situaban a tiro de piedra de la desembocadura del río Colorado en el mar de Cortés.
Los gobernantes mexicanos eran incapaces de defender su país, sumido en guerras civiles, pronunciamientos y quiebras desde el derrocamiento del Imperio de Iturbide. Durante las negociaciones, Santa Anna recibió ofertas para vender todavía más territorios entre el golfo de México y el Pacífico: la península de la Baja California, Sonora, Guerrero, Nuevo León… Al menos éstas las rechazó.
Alaska
Los rusos estaban presentes en Alaska desde finales del siglo XVIII y en sus exploraciones al sur habían chocado con los españoles. La colonia, aislada e improductiva, sólo tenía frontera con el Canadá británico. Moscú temía que en una nueva guerra con los británicos (en 1853-1856 se había librado la guerra de Crimea, en la que tropas de Inglaterra y Francia desembarcaron en Rusia) se apoderasen de ella sin apenas esfuerzo.
Por tanto, el zar Alejandro II, que encima tenía dificultades financieras, aprobó vender Alaska a EEUU. La operación se realizó en 1867 a cambio de 7.200.000 dólares. Al igual que en la compra de La Luisiana, hubo protestas, porque se consideraba que el nuevo territorio estaba muy lejano y no producía nada salvo pieles.
En poco más de sesenta años, España, Francia y Rusia se retiraron del norte de América y lo dejaron a un nuevo gigante, que convertiría Texas, California y Alaska en fuentes de riqueza. Otro ejemplo de que el tiempo de Europa concluía.
En esta serie de negociaciones, Estados Unidos obtuvo más de cuatro millones de kilómetros cuadrados y sin una gota de sangre. Y hay quienes dicen que los norteamericanos son tontos o ingenuos…