La idea de Fernando de Magallanes nunca fue dar la vuelta al mundo. De hecho, ninguno de los 239 navegantes que partieron de Sevilla el 10 de agosto de 1519 —hace exactamente 500 años— tenía eso en mente en el momento de levar anclas. Su principal objetivo era algo más modesto, aunque no por ello poco peligroso o audaz: llegar a las islas de las especias, actuales Molucas, dirigiéndose por el oeste, atravesando el Nuevo Mundo y encontrando un paso que conectase el océano Atlántico con el Pacífico.
Tampoco ninguno de ellos tenía una idea aproximada de la dificultad a la que se enfrentaban. Hasta entonces, la única ruta efectiva que conectaba Europa con aquel paraíso de especias era la portuguesa, país que a lo largo del siglo anterior había centrado sus esfuerzos en bordear África, dirección este, para llegar antes que nadie hasta la India y sus territorios colindantes.
Pero ese camino era demasiado largo y complicado. Tratando de evitarlo —y de adelantarse de paso a Vasco de Gama, que no llegaría a la India hasta 1498—, Cristóbal Colón había atravesado el Atlántico en 1492 y había desembarcado, sin él saberlo, en un nuevo continente. Más de dos décadas después, aún pensando que aquellas tierras recién descubiertas eran meras islas perfectamente franqueables, Magallanes se dispuso a emular al genovés y a completar una hazaña que se había quedado a medias.
Pero como América no es un archipiélago, el trayecto que aquellos hombres estaban a punto de realizar bajo pabellón español era en realidad mucho más costoso que el que ya se conocía. Sólo el viaje hasta las Molucas —teniendo que atravesar dos océanos y bordear un continente— era de por sí el más largo y difícil que se había acometido nunca. Ellos, además, tuvieron que sobrevivir a motines, tempestades, enfermedades, enfrentamientos con nativos y, también, a la sádica incertidumbre de navegar sin mapas durante meses por un mar inmenso, sin saber nunca cuánta distancia les separaba de la siguiente parada. A eso habrían de sumar el agotamiento extremo provocado por inanición, deshidratación y falta de sueño; y la convivencia constante con la muerte de sus compañeros, que les recordaba día tras día que aquella misión sólo aceptaba el éxito o el olvido.
Tardaron más de dos años en completar el trayecto de ida. Durante ese tiempo habían perdido tres naves y a más de la mitad de la tripulación —incluido al capitán general, Fernando de Magallanes—. Como colofón, cuando se dispusieron a partir de nuevo hacia España, una de las únicas dos embarcaciones que quedaban hizo aguas. Fue entonces cuando comprendieron que para llegar cuanto antes al hogar tenían que continuar navegando hacia el oeste, la ruta más corta. Si querían volver a pisar tierras españolas, debían dar la vuelta al mundo. El recién nombrado capitán de la nao Victoria, Juan Sebastián Elcano, fue el encargado de llevar a cabo esa última parte de la travesía, convirtiéndose en la primera persona que circunnavegó la tierra.