Bastante antes de que Orson Welles hiciera creer al mundo que una invasión alienígena amenazaba la Tierra, un periódico estadounidense engañó a la opinión pública con una de las farsas más famosos de la historia del periodismo. En agosto de 1835, el diario The New York Sun, que andaba aún en pañales, publicó una serie de seis artículos que contaban los últimos avances del astrónomo John Herschel. Recogían los asombrosos resultados que estaba arrojando el telescopio de Herschel construido en Sudáfrica, cerca de Ciudad del Cabo. Estas columnas estaban firmadas por Andrew Grant – aunque posteriormente se atribuyeron a Richard Adams Locke- y desvelaban al mundo el increíble descubrimiento de vida inteligente en la Luna. Por fin había pruebas de que no estábamos solos en el universo.
Los selenitas, esos seres imaginarios que habían salpicado la literatura desde hacía siglos, eran una realidad. Habitaban un paisaje lleno de océanos, ríos y bosques y cohabitaban con hombres alados, unicornios, murciélagos gigantes y otros extraños animales.
Los artículos, que han pasado a la historia como Great Moon Hoax (Gran engaño de la Luna), fueron tomados en serio por muchos lectores, a pesar de que su único fin era mofarse del astrónomo Thomas Dick, un científico considerado serio que estimaba la población de la Luna en 4200 millones de selenitas. The New York Sun nunca se retractó. Hay quien esperó al 21 de julio de 1969, cuando el hombre pisó por primera vez la Luna, para asumir que nuestro satélite no tenía unicornios.
Un engaño basado en Allan Poe
Esta tomadura de pelo publicada en prensa tomó prestados bastantes elementos de un cuento de Allan Poe, La aventura sin par de un tal Hals Pfaall, publicado dos meses antes en el periódico Southern Literary Messenger, del que Poe era redactor y crítico. En este relato, el estadounidense cuenta las peripecias del holandés Hans Pfaall para viajar a la Luna en globo, en donde encuentra unos curiosos seres:
….de los habitantes en sí; de sus maneras, costumbres e instituciones políticas, de su peculiar constitución física, de su fealdad, de su falta de orejas, apéndices inútiles en una atmósfera a tal punto modificada; de su consiguiente ignorancia del uso y las propiedades del lenguaje; de sus ingeniosos medios de intercomunicación que reemplaza la palabra; de la incomprensible conexión entre cada individuo de la Luna con algún individuo de la Tierra, conexión análoga y sometida a la de las esferas del planeta y el satélite, y por medio de la cual la vida y los destinos de los habitantes de la otra.
Poe también habría inspirado al escritor francés Julio Verne en De la tierra a la Luna, (1865), una novela en la que, por primera vez, hay una valoración real, basada en datos científicos, de enviar un objeto a la Luna. No iba nada desencaminado. Verne estimó que serían necesarias 97 horas de viaje para alcanzar el satélite, es decir, 4 días y 1 hora. El primer viaje tripulado de la NASA con ese destino duró 4 días.
No hay ninguno entre vosotros, beneméritos colegas, que no haya visto la Luna, o que, por lo menos, no haya oído hablar de ella. No os asombréis si vengo aquí a hablaros del astro de la noche. Acaso nos esté reservada la gloria de ser los colonos de este mundo desconocido. Comprendedme, apoyadme con todo vuestro poder, y os conduciré a su conquista.
Pero los selenitas – y sus variantes- son mucho más antiguos. Los griegos ya juguetearon con la posibilidad de su existencia. A partir del siglo XVII, el ansia del ser humano por alcanzar la Luna se incrementa y la literatura de ciencia ficción lo recoge. Su cara oculta fue el mejor escenario posible.
El pensador francés Cyrano de Bergerac escribe en primera persona el viaje imaginario que realiza al satélite en Historia cómica de los estados e imperios de la Luna (1657). Gran parte de las descripciones las acaparan las gentes que allí conoce. En su honor, se bautizó uno de los cráteres lunares como Cyrano.
El escritor alemán Rudolf Erich Raspe escribió en 1785 la primera versión de Las aventuras del barón Münchausen, que en España podemos encontrar en los catálogos de Nórdica Libros o Alianza Editorial. Se trata de una especie de diario de viajes en el que se narran extraordinarios destinos. El protagonista, en una impetuosa tormenta, es lanzado con su barco a la Luna. Descubre selenitas, hombres de casi seis metros que viven en los árboles y pueden separar sus cabezas de sus cuerpos.
Los habitantes de la luna crecen en los árboles, que son de diferentes clases según el fruto que den (….). Cuando los habitantes de la luna envejecen, no mueren, sino que se desvanecen y desaparecen entre el humo.
Se hicieron varias adaptaciones cinematográficas. Quizás, la más reconocida, es la dirigida por Terry Gilliam en 1988 y protagonizada por John Neville en el papel del barón. Fue rodada en parte en Belchite (Zaragoza) y la Playa de Mónsul (Almería).
Ya en el siglo XX, el británico H. G. Wells relata en Los primeros hombres en la luna (1901), el viaje extraterraqueo de un empresario y un científico. Ambos se toparan con una Luna habitada por una civilización que se refugia en las cavernas del subsuelo.
El cine priorizó otros lugares del universo para asentar vida inteligente, aunque también ha dejado algún que otro ejemplo. El cineasta francés Georges Méliès dirigió y protagonizó el cortometraje mudo Un viaje a la Luna (Le Voyage dans la Lune, 1902), los exploradores son perseguidos por los selenitas.
La realidad y la fantasía se han disputado el protagonismo sobre la Luna desde hace siglos. La española Eva Villaver, doctora en Astrofísica y profesora en el departamento de Física Teórica en la Universidad Autónoma de Madrid, acaba de publicar Las mil caras de la Luna (Harper Collins), un divertido ensayo plagado de referencias a la música, el arte, la literatura o la filosofía en el que recopila muchas otras anécdotas sobre nuestro satélite. Lunáticos, brujas y hombres lobo tienen cabida en este libro, en el que, además, el lector conocerá algunas de las proezas tecnológicas que lograron llevar a una docena de privilegiados a hundir sus huellas en el polvo de esa superficie.