El Parlamento Europeo instó a los Estados miembro en junio de 2017 a que adoptarán la definición internacional de Antisemitismo. La definición —redactada en 2005 por el EUMC (EU Monitoring Centre on Racism and Xenophobia), actualmente la EU Agency for Fundamental Rights (FRA)— establece que "el antisemitismo es una cierta percepción de los judíos, que suele expresarse como odio hacia los judíos". Las manifestaciones retóricas y factuales del antisemitismo están dirigidas a individuos judíos o no judíos y/o sus bienes, instituciones comunitarias judías e instalaciones religiosas. Estas manifestaciones pueden incluir el ataque al Estado de Israel, concebido como una colectividad judía. Sin embargo, las críticas a Israel similares a las que son formuladas contra cualquier otro país no pueden considerarse antisemitas. El antisemitismo suele acusar a los judíos de conspirar para dañar a la humanidad, y con frecuencia se utiliza para culpar a los judíos de qué "las cosas salgan mal". El antisemitismo se expresa en el habla, la escritura, las imágenes o la acción, y emplea estereotipos siniestros y rasgos de carácter negativos. La definición incorpora una lista no exhaustiva de actitudes antisemitas, que merece ser leída con detenimiento y a ella me remito (https://antisemitism.uk/definition/)
Pero desde esta recomendación del Parlamento europeo de 2017, poco se ha hecho. En el mejor de los casos, lo realizado no ha sido suficiente, a juzgar por la avalancha de ataques que sufren las comunidades judías en Europa.
De momento solamente algunos Estados de la UE (Alemania, Austria, República Checa) han suscrito explícitamente esa recomendación del Parlamento europeo. En 2019 la mayoría de estados miembro de la UE sigue mirando para otro lado, mientras el antisemitismo en sus formas más medievales renace con fuerza. No busquen tales agresiones en lugares destacados de los medios de comunicación, pues no las verán en sus cabeceras. En ocasiones ni siquiera las verán o no serán tratadas como crímenes o agresiones antisemitas, sino como 'crímenes comunes'.
No se trata solamente de los clásicos insultos y libelos antisemitas como los 'Protocolos de los sabios de Sión' o del negacionismo más abyecto, sino también de agresiones directas (asesinatos, mutilaciones y ataques indiscriminados contra propiedades y símbolos judíos en Europa) o indirectas y maquilladas de 'justa ira' como las repugnantes campañas de boicot al Estado de Israel (campañas BDS) promovidas en nuestro país por diversos ayuntamientos, sistemáticamente en manos de la extrema izquierda. El fenómeno no es sólo español, como acredita el lamentable posicionamiento del Partido Laborista inglés sobre este particular y la crisis interna que su flagrante antisemitismo ha desatado en el partido (con varias dimisiones en cadena).
Y es que el antisemitismo ha ampliado su esfera de influencia política desde la tradicional extrema derecha (en sus orígenes) hasta la actual extrema izquierda cuya capacidad para agitar y movilizar las calles (reales y virtuales) ha dado un nuevo impulso a esta peste de hedor medieval.
La izquierda —que sorprendentemente goza de un salvoconducto histórico para lavar su enorme acumulación de tiranías y crímenes por obra del 'pensamiento Alicia'— es en realidad la principal promotora del antisemitismo de corte más 'moderno'. Conviene recordar que incluso el Frente Nacional francés (bajo el tactismo de Marine Le Pen) decidió abandonar su histórico antisemitismo. Sin embargo, parece ser que ante el repliegue antisemita de la derecha —el neonazismo clásico es residual— es la extrema izquierda quien ha recogido el testigo del antisemitismo europeo.
Es fácil rastrear el discurso en medios y redes sociales de la gente y simpatizantes de Podemos y sus confluencias. Bajo la excusa del humanitarismo —tan caro a la izquierda como prolegómeno y excusa de sus crímenes— aprovechan para revitalizar el antisemitismo de siempre, disfrazado con ropajes distintos. Cómo en una Europa laica ya no vende acusar a los judíos de 'deicidio' la retroizquierda ha decidido que es mejor y más efectivo señalarles como causantes de un nuevo crimen, de un nuevo 'holocausto'.
La comparación es obviamente tan disparatada y errónea (basta leer la convención de 1948 que define y tipifica el crimen de Genocidio) como envenenada pues los modernos antisemitas pretenden con ella, al menos, dos objetivos: transformar a las víctimas de la Shoà en verdugos y diluir la enormidad del genocidio judío en otra inmensidad de 'genocidios', restándole su carácter único en la historia. Y aunque es cierto que han existido otros genocidios (kurdo, Holodomor, Camboya, Grandes Lagos, etc) no es menos cierto que en todos ellos faltó el elemento 'industrial' del exterminio judío y gitano entre 1933 y 1945. La comparación, por lo tanto, no solo es odiosa sino falsa y, según la definición adoptada por el Parlamento Europeo, también es antisemita.
Sería bueno que España se sumará también a la lista creciente de países que han suscrito tal definición de antisemitismo. Me temo que este horror que pensamos controlado está renaciendo y hay que combatirlo con toda la fuerza del Estado de derecho desde el primer momento.
Países o instituciones que han suscrito la definición de Antisemitismo:
United States Senate
United States Department of State
European Parliament
International Holocaust Remembrance Alliance
Government of Austria
Government of Bulgaria
Government of the Czech Republic
Government of Germany
Government of Israel
Government of Lithuania
Government of Macedonia
Government of Romania
Government of Slovakia
United Kingdom