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Pedro Corral

La Lista de Schlayer

Acaba el mandato de Manuela Carmena con el mismo espectáculo de sectarismo con que empezó respecto de la mal llamada "memoria histórica".

Acaba el mandato de Manuela Carmena con el mismo espectáculo de sectarismo con que empezó respecto de la mal llamada "memoria histórica".
Felix Schlayer | Editorial Renacimiento

Acaba el mandato de Manuela Carmena con el mismo espectáculo de sectarismo con que empezó respecto de la mal llamada "memoria histórica". Si al principio nos escalofrió la retirada por el gobierno municipal de la placa dedicada en el cementerio de Carabanchel a ocho carmelitas asesinados en la persecución religiosa de 1936, poco después llegó a contratar a dedo por 21.000 euros a una cátedra de memoria histórica cuyo objetivo era purgar más de 300 nombres del callejero madrileño, de Muñoz Seca a Santiago Bernabéu, de Jardiel Poncela a Miguel Mihura, de Salvador Dalí a Azorín, de Manuel Machado a Joaquín Turina. La extrema inconsistencia de la cátedra memorialista, que les llevó a acusar, por ejemplo, del bombardeo aéreo de Guernica al comandante Zorita, que entonces era apenas un soldado raso de infantería, echó por tierra el gran sueño inquisitorial del equipo de Carmena.

Un reciente episodio ha venido a corroborar el actual conflicto entre el perfil sectario del Gobierno carmenita y su inverosímil pose de moderantismo electoral. Se trata de la propuesta del Comisionado de la Memoria Histórica, presidido por Francisca Saquillo, para honrar con una placa la labor humanitaria de las legaciones diplomáticas que en el Madrid revolucionario de 1936 salvaron la vida a miles de personas amenazadas por la represión frentepopulista. Feliz propuesta que, sin embargo, temíamos que fuera a quedar descafeinada con un reconocimiento genérico a las embajadas y no a las personas que singularmente decidieron, con grave riesgo de su vida, extender el manto de la protección diplomática sobre tantos inocentes.

El caso del industrial alemán Félix Schlayer (Reutlingen, 1873-Torrelodones, 1950) es sin duda uno de los más destacados. Por ello, el Grupo Municipal Popular propuso el pasado lunes, en el pleno de la Junta Municipal de Chamberí, que este empresario, afincado en España desde 1895, fuera reconocido con una placa en la antigua sede de la embajada de Noruega, en la calle José Abascal, 27. Ya fracasamos, ante la negativa de Ahora Madrid y PSOE, al intentar colocar ese recuerdo en la calle Príncipe, 7, donde tuvo sede su firma comercial de maquinaría agrícola.

Cónsul honorario y encargado de negocios del país nórdico, en el sangriento verano de 1936 Schlayer tomó las riendas de la legación ante la ausencia del embajador. La ola revolucionaria empujó hacia la embajada a cientos de personas que buscaban ponerse a salvo de la feroz violencia desatada en Madrid contra todo aquel que no fuera de izquierdas. Schlayer extendió la legación al número 25 de la misma calle José Abascal y allí dio refugio a cerca de 900 personas, entre ellas 120 niños, a los que garantizó el suministro de leche al convertir los garajes de las casas en establos para vacas.

Contra la ficción izquierdista de que todos los que huían de la represión frentepopulista eran fascistas irredentos, lo que ni siquiera justificaría su asesinato a sangre fría, la realidad es que la mayoría eran demócratas republicanos, liberales, centristas o conservadores, o personas indiferentes políticamente pero que se vieron amenazadas por sus creencias religiosas, su origen social, su modo de ganarse el pan (como los obreros de ABC) o incluso su forma de vestir. De hecho, la condición establecida por Schlayer para entrar en la legación era que la persona solicitante de refugio no hubiera actuado contra el Gobierno republicano.

Schlayer alcanzó celebridad también por ser uno de los pocos diplomáticos que se atrevieron a denunciar cara a cara ante las autoridades republicanas, como el general José Miaja o Santiago Carrillo, las sacas de presos preventivos de las cárceles madrileñas, de los que más de 3.000 serían asesinados sin juicio ni acusación en Aravaca, Paracuellos y Torrejón entre octubre y diciembre de 1936. Su libro Masacres en el Madrid republicano (Ed. Áltera) es un vívido reflejo del cruento infierno que se vivió en la capital de España a raíz del golpe militar ante la inhibición, cuando no la directa colaboración, de las autoridades del Frente Popular.

Ante nuestra propuesta de homenaje a Schlayer por salvar la vida de centenares de madrileños, la concejala de Chamberí, Esther Gómez, tuvo a bien leer la inscripción que el Comisionado presidido por Sauquillo había previsto registrar en la placa:

Aquí estuvo situada la legación de Noruega en España, regida durante la Guerra Civil por el cónsul Félix Schlayer, una de las más comprometidas con la protección de personas perseguidas por su ideología política.

Agradecimos sinceramente esa buena noticia a la concejal de Podemos, pese a que el texto de la placa es excesivamente tibio y escamotea a quien lo lee las verdaderas circunstancias de las personas que se refugiaban allí y, sobre todo, quiénes eran los que les perseguían tan cruel e implacablemente. Pero mantuvimos en pie nuestra iniciativa con el fin de que en el acta del pleno constara el homenaje de Chamberí a la figura de Schlayer. Y entonces fue cuando se descubrió que todo era una pose: a pesar de la propuesta de Sauquillo, los portavoces de Ahora Madrid y el PSOE empezaron a descalificar a Schlayer a la usanza de sus peores enemigos de entonces.

Así, dieron por buena su supuesta condición de nazi, nunca probada, a la que dio pábulo en su día Santiago Carrillo, seguramente para espantar de su conciencia la visita que ese elegante vendedor de maquinaría agrícola, con mostacho decimonónico, le hizo en la tarde del 7 de noviembre de 1936 en su nuevo despacho de Delegado de Orden Público, donde el dirigente comunista le negó tajantemente una y otra vez que los presos que iban a ser trasladados de la cárcel Modelo corrieran peligro alguno, cuando ya había empezado la cuenta atrás de su viaje en autobuses municipales verdes, de dos pisos, camino de su matanza.

Oír contra un hombre que salvó centenares de vidas las invectivas proferidas por un joven que lucía en su camiseta el retrato del dictador Hugo Chávez, creador de un régimen que sigue masacrando a su propio pueblo, es prueba evidente de la permanente contradicción en la que viven algunos partidos políticos que no dudan en colocar la etiqueta de fascista a todo aquel que no piense como ellos, mientras dan lecciones de democracia.

La propuesta de dedicar a Schlayer la placa de José Abascal, 27 fue rechazada por Ahora Madrid y PSOE, con la acostumbrada pasión de Ciudadanos por meterse en todos los charcos de la abstención, arropando a la izquierda en su aún no resuelta tentación de reconocer a los defensores de los derechos humanos dependiendo del color de las banderas que enarbolan los verdugos.

La memoria del diplomático noruego, en contra de la propuesta del mismísimo Comisionado de la Memoria Histórica, salió derrotada del pleno de Chamberí, pero no de la conciencia de cuantos consideramos que la Lista de Schlayer figura por derecho propio entre las páginas humanamente más conmovedoras de la historia de nuestro querido Madrid.

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