Cataluña liberada: del proyecto comunista de demoler Barcelona, a los últimos asesinatos y traiciones
El divorcio entre la clase política republicana y la catalanista con una población derrotada ya moral y físicamente explica el final de la guerra.
Jordi Pujol en su libro Des dels turons a l'altra banda del riu (escrits de presó) 1961-1962 (Desde las cimas a la otra orilla del río. Escritos de prisión), relata que cuando las fuerzas nacionales tomaron Lérida, oyó decir a su tío: "todo está perdido". Eso ocurría un 3 de abril de 1938. Los nacionales aún tardaron varios meses en atravesar la frontera natural que constituía el río Segre, debido a la batalla del Ebro. Ganada ésta y desgastadas totalmente las fuerzas republicanas, el Segre fue atravesado un 7 de enero de 1939. En menos de 20 días las tropas nacionales liberaban Barcelona que, contra todo pronóstico, no ofreció resistencia, sino un acaloradísimo recibimiento de la población. El escritor inglés James Cleugh, en su obra Furia española. 1936-1939, habla literalmente de un recibimiento que "bordeaba la histeria".
El avance fulminante de las tropas hasta la frontera tiene muchas explicaciones, pero especialmente el divorcio entre la clase política republicana y la catalanista con una población derrotada ya moral y físicamente. Es más que significativo el relato en sus memorias del socialista José Recasens, cuando desde la población de Figaró escribe: "Por fin, hoy —28 de enero de 1939— han llegado a este pueblo pintoresco las tropas nacionales. Los esperábamos con ansia. (…) Lo he de declarar sinceramente: hasta incluso yo que tenía dos hijos en las filas del Ejército republicano, que he combatido implacablemente el fascismo, que he sido enemigo indomable del militarismo y de las revueltas militares, estaba anhelando, esperando aquel momento". De nada sirvió la movilización republicana para el combate de todos los varones de entre 17 y 55 años. El 22 de enero, Negrín anunciaba su decisión de que el Gobierno de la República permanecería en Barcelona liderando una resistencia como la de aquél lejano 11 de septiembre de 1714. Pero nada era verdad. Al día siguiente su gobierno estaba en Gerona y recibe la noticia de la rendición de Barcelona ya en Figueras a las puertas de la frontera francesa.
El PCE da la orden de demoler la ciudad de Barcelona
El 24 salía Companys de Barcelona también con destino a la frontera. Mientras, los partes oficiales de la Generalitat anunciaban que se estaban librando heroicos combates que frenaban a las tropas nacionales. Sin embargo, sólo quedaban 48 horas para el apoteósico recibimiento en la Ciudad Condal que hemos mencionado. Companys, como siempre inmerso en su mundo irreal, decide que Olot sea la "sede" de la Generalitat. Pero muchos diputados regionales ya están en Gerona dispuestos a pasar la frontera sin su presidente. El President del Parlament, Josep Irla, los va persiguiendo amenazándoles de detenerlos por traidores. Todos, mientras huían, lloraban por el destino de la recién perdida Barcelona, aunque nadie había osado quedarse en ella. A propósito, hay una historia prácticamente desconocida que hoy la progresía nacionalista calla. La cuenta Josep Serra Pàmies en unas memorias tituladas Fou una guerra contra tots (1936-1939). Conté notícies inèdites sobre la projectada destrucció de Barcelona. (Pòrtic, 1980). Josep era hermano de Miquel Serra, miembro del PSUC y conseller de Obras Públicas de la Generalitat. En carta inédita a su hermano escrita el 22 de junio de 1949, desde el exilio en México, y después de haber pasado siete meses en prisión en Rusia, acusado por sus propios camaradas, relata algo sorprendente: la decisión del Partido Comunista de España de convertir la Ciudad Condal en "tierra quemada".
Cuando los comunistas deciden que no defenderán Barcelona, resuelven que la ciudad debe se demolida. Se planificó volar las fábricas, el puerto, la fábrica la Barcelonesa y los túneles del metro
En la Cataluña republicana quedaban tres facciones, una —desecha y alicaída— que era la Generalitat de Companys, otra el Gobierno de Negrín y por último el Partido Comunista que tenía su extensión en el PSUC liderado por Camorera. Cuando los comunistas deciden finalmente que no defenderán Barcelona, resuelven que la ciudad debe se demolida. Hubo una reunión secreta en la que participaron líderes comunistas y oficiales de la brigada Líster. Se planificó volar las fábricas, el puerto, la fábrica la Barcelonesa y los túneles del metro. La finalidad de dinamitar los túneles con toneladas de trilita es que allí se escondían también toneladas de munición, especialmente de artillería. Ello debía provocar el derrumbamiento de una parte de Barcelona por donde pasaba el metro. Miquel Serra participó en estas reuniones preparativas, pero hábilmente consiguió retrasar la operación hasta la entrada de los nacionales. Por eso, una vez huido en Moscú, fue acusado por la Pasionaria y Camorera de traidor y encarcelado por no haber acometido la planeada destrucción de Barcelona. De estos últimos hechos, daba cuenta en La Vanguardia (ya española) Francisco Lucientes en una crónica del 12 de febrero de 1946.
Las últimas represalias y asesinatos
Mientras que Barcelona se salvaba milagrosamente gracias a la llegada de los nacionales, en la frontera con Francia se mascaban terribles tragedias y humillantes traiciones entre los "compañeros" republicanos. Según consta en la Causa General, el 21 de enero de 1936, en Barcelona, dos agentes del SIM se presentaron en el Tribunal de Espionaje y Alta Traición. Fueron a recoger la lista de los condenados a muerte —por tanto, los prisioneros "facciosos" considerados más peligrosos— para llevárselos a la frontera. Por el contrario, dejaron en las cárceles a los represaliados del POUM para que los nacionales dieran buena cuenta de ellos cuando llegasen a la ciudad. La rápida incursión el 26 de enero permitió liberar a 1.200 presos que los republicanos mantenían en el Castillo de Montjuic. La mayoría de prisioneros —rehenes que los republicanos arrastraron a las puertas de Francia—, fueron concentrados en el Santuario del Collell, que había sido seminario de la Diócesis de Gerona. Allí se adocenaron a un millar de prisioneros. Y se acometieron una serie de desgraciados asesinatos.
Una cincuentena de prisioneros del Collell, los considerados más capacitados para ocupar cargos de responsabilidad en la nueva España que se avecinaba, fueron fusilados el 30 de enero. Sólo dos consiguieron escapar, entre ellos Rafael Sánchez Mazas. Entre los 48 asesinados estaba Roberto Bassas, Jefe Provincial de la Falange de Barcelona. El 2 de febrero, 13 encarcelados en la prisión de Gerona fueron fusilados en La Tallada. Algunos eran padres de hijos movilizados que no se habían presentado a filas y habían sido detenidos como represalia. Las últimas atrocidades se seguirían sucediendo. El 7 de febrero, se produciría en Pont de Molins la conocida como la Matanza de Can tretze. Un comandante republicano, responsable de 42 presos, entre los que se encontraban el obispo Polanco y otras autoridades que habían sido apresadas en Teruel en enero de 1938, los condujo por un barranco al lugar donde serían ejecutados. Los cadáveres serían incinerados para evitar dejar constancia del crimen. Poco antes de acabar la guerra, a mediados de marzo, fue descubierta una fosa común en el término municipal de Vila-sacra con 23 cadáveres. Habían sido asesinados más o menos por esas fechas de febrero y la mayoría eran enfermeras y médicos del hospital militar de Bañolas (Gerona). Se les acusó de ser fascistas y no preocuparse suficientemente por el cuidado de los soldados republicanos. Hubo más asesinatos trágicos como el de prisioneros nacionales que conseguían escapar ante la desbandada de las tropas, pero encontrándose soldados en el camino —y creyendo que eran nacionales— se descubrían a lo que resulta que eran soldados enemigos. La frustración llevaba a la detención e inmediato fusilamiento. Mucho se ha recordado los bombardeos nacionales sobre las tropas republicanas en fuga a la frontera. Pero estas matanzas siempre han sido acalladas.
Las traiciones entre republicanos
El 10 de febrero un parte nacional daba por acabada la guerra en Cataluña. Pero los días anteriores fueron políticamente tan intensos como ridículos y humillantes para la República. El 1 de febrero, Negrín reúne las últimas Cortes republicanas en el Castillo de Figueras. Sólo acuden 62 diputados de los 473 elegidos en 1936. Muchos ya han emprendido las de Villadiego. Azaña, enemistado con Negrín y abatido en un estado de melancolía no acude a las "Cortes" celebradas en las caballerizas del Castillo; por el contrario, se queda suspirando en el Castillo de Perelada contemplando los tesoros del Museo del Prado que iban destinados al país galo. En la Cortes, se aprueba seguir la lucha y al día siguiente se ordena al General Rojo que lance una proclama que acaba con estas frases: "Que todo el mundo, desde su puesto, se disponga a cumplir con su deber hasta el triunfo o hasta la muerte. ¡Ciudadanos! ¡Viva España!". Pero en todo era simulacro. Siete días después Negrín manda dinamitar el Castillo de Figueras y lo consigue parcialmente.
Negrín disimula un pacto para que Azaña, Companys y José Antonio Aguirre salgan juntos por la frontera y dar sensación de unidad frente al fascismo. Companys estaba desde el 30 de enero en Agullana, a cinco kilómetros de la frontera. Pero hasta en ese pacto se engañan entre ellos. Quedan todos a una hora, pero Azaña y Negrín dejan tirados a Companys y a José Antonio Aguirre. Negrín les había mentido en la hora de salida y acompaña antes de lo convenido a Azaña a la frontera. Es la madrugada del 5 de febrero. Se despide de Azaña con un "Hasta pronto, en Madrid". Pero Azaña calla que no piensa volver a España y de hecho, al poco, se desentenderá de su cargo de Presidente de la República. Negrín, una vez ha dejado a Azaña en Francia, y regresando de la frontera, se cruza con sorpresa con los coches que llevan a Companys y Aguirre hacia la frontera. El primero, en un ataque de melancolía, le había dado por pararse un rato en el camino y llorar desconsolado. Companys y Aguirre hicieron un falso amago de ofrecerse a Negrín a quedarse en Cataluña. Pero Negrín les animó que abandonaran el Principado (pues ya estaba de los presidentes catalán y vasco hasta los mismísimos y quería librarse definitivamente de ellos). Gori Mir en su libro Aturar la Guerra (Parar la Guerra), atribuye a Negrín este juicio:
Aguirre [el lehendakari] no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero.
El 9 de febrero, Modesto, Líster y Tagüeña, los tres jefes de la Batalla del Ebro, pasaron la frontera francesa con el pasaporte en regla mientras dejaban a sus tropas en los campos de concentración franceses. Ya sólo Negrín cree en la resistencia y consigue desplazarse a la Zona-Centro. Pero ahí los propios le traicionan. El Golpe de Estado en la retaguardia madrileña de Segismundo Casado finiquitó la República... y gran parte de España respiró aliviada.
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