En la exaltación del debate de investidura del nuevo presidente de la Junta de Andalucía, la diputada anticapitalista Teresa Rodríguez, a la que todavía le debe de escocer la bajada en votos de su candidato respecto a los resultados de 2015, pronunció unas palabras sobre al-Andalus y la Reconquista que corroboran la islamofilia y la incultura de la izquierda española:
"El Día de la Toma inauguró el fin de un renacimiento andaluz que fue un esplendor de ciencias, artes, de culturas; y que inauguró, recuperó y volvió a instaurar en Andalucía la Edad Media más oscura"
Éste es el tipo de conocimiento sobre la historia de España y del islam que se consigue con las novelas de Antonio Gala y sus discípulos: moros buenos y sexualmente satisfactorios frente a cristianos malos y sucios.
¿Cómo se puede hablar del ‘esplendor de al-Andalus’ olvidando que la Córdoba de los Omeya era el mayor centro de tráfico de esclavos del Mediterráneo occidental? Muchos de esos esclavos eran cristianos españoles capturados en las 52 expediciones de Almanzor.
De ninguna manera se puede afirmar que hubo convivencia de las tres religiones monoteístas. Los musulmanes (bereberes, sirios, yemeníes…) persiguieron a los cristianos mozárabes, los originales pobladores de al-Andalus, hasta su exterminio y su expulsión. El primer Omeya, Abd-al-Rahmán I, se apoderó de la basílica de San Vicente en Córdoba para construir en ella la mezquita aljama. El 30 de diciembre de 1066, los musulmanes de Granada, soliviantados por el cadí Abu Isaac de Elvira durante una revuelta contra el visir, el judío Yusuf ibn Nagrela, cometieron un pogromo en el que fueron asesinados en un solo día otros 4.000 judíos. A semejante individuo se le honra con una calle en el Barrio de Fígares.
Tanto los judíos como los cristianos sufrieron nuevas persecuciones con la llegada de los almorávides y los almohades. La invasión almohade acabó de desbandar a las comunidades cristianas y judías, que huyeron a los ‘oscuros’ y ‘opresivos’ reinos cristianos o incluso más lejos. El filósofo judío Maimónides y su familia fingieron su conversión al islam en 1148 y luego marcharon a Egipto. A pesar de lo que ha escrito la ideóloga multiculturalista Karen Armstrong, sorprendente premio Princesa de Asturias, cuando los Reyes Católicos entraron en Granada, no repicaron las campanas de las iglesias, ¡porque no las había!
Esclavas sexuales adiestradas en academias
La historia de al-Andalus consiste en un estado de conflicto permanente: de opresión de los musulmanes sobre los cristianos y los judíos, que en ocasiones se rebelaban, y de división de los musulmanes entre sí por motivos étnicos o religiosos. En este mundo violento, ¿cuál era la posición de las mujeres?
Hay que tener en cuenta varios factores: el Corán establece su supeditación al hombre; el carácter tribal, con predominio patrilineal; y la pronta importancia adquirida por la esclavitud, debido a la expansión guerrera. Así, los clanes árabes eran reacios a casar a sus mujeres fuera de ellos y, además, optaban por encerrarlas, sobre todo a medida que su civilización se urbaniza.
En consecuencia, a las mujeres se les va colocando en una situación legal de inferioridad: las hijas heredan la mitad que los hijos, el testimonio de una mujer en un juicio vale la mitad que el de un varón musulmán y lo mismo que el de un cristiano o un judío.
Limitadas las mujeres legales a la procreación, la honra del clan y la educación de los hijos, ¿cuáles son las mujeres que marcan el tono social y son admiradas por los hombres? Las que no tienen honor que proteger; es decir, las esclavas, pero no cualquier tipo de concubina, sino una refinada (yawari). Ese refinamiento lo adquirían en academias en al-Andalus o el Magreb a donde se les llevaba después de haber sido capturadas en aceifas y piraterías, entregadas como tributo o compradas en Europa. Una vez aprobado el adiestramiento, se las enviaba a los harenes.
Las más hermosas y cultas podían convertirse en personalidades en Córdoba, Bagdad, Damasco o El Cairo. Pero siempre eran esclavas y podían ser compradas y vendidas. Si parían a un niño, recibían el título de umm walad (madre de un varón) y alcanzaban la libertad a la muerte de sus amos; otras eran emancipadas.
En algunas cortes europeas las amantes reales llegaron a tener un gran poder, pero eran siempre mujeres libres, en muchas ocasiones con un título nobiliario y dueñas de un gran patrimonio.
En la fabulosa Medina Azahara, Abd-al-Rahmán III mantenía su harén de miles de mujeres, condenadas a dar placer al califa y a vivir encerradas. Las esclavas competían por el favor del califa hasta pelearse entre ellas y comprarse el turno para yacer en la cama de Abd-al-Rahmán.
En cambio, las mujeres mozárabes podían, por ejemplo, ir solas o en grupo a misa, lo que excitaba los celos de los varones musulmanes, que acusaban a los clérigos de seducirlas y violarlas. Dos de ellas que participaron el movimiento martirial voluntario de Córdoba del siglo IX, Natalia y Liliosa, revelaron su condición de conversas del islam al cristianismo cuando fueron a la iglesia con el rostro destapado. ¿Con cuáles de estas mujeres andalusíes se identifica su señoría Teresa Rodríguez?
Igualdad para heredar en la España goda
En contraste con al-Andalus, en España y el resto de la Europa cristiana la unión de la herencia romana, las costumbres germanas y la teología cristiana, que convierte a una joven en Madre de Dios, hacen que las mujeres vayan ganando derechos: heredan en igualdad que los hombres (principio que ya aparece en el Liber Iudiciorum, promulgado por el rey godo Recesvinto hacia 654); pueden gobernar sus casas, sus campos, sus conventos y sus negocios; son tutoras de sus hijos menores, incluso cuando éstos son herederos de reinos; etc. Mientras la base de estructura social en el islam es el clan, en el cristianismo lo es el matrimonio monógamo.
El documento más antiguo que se guarda en el Archivo Histórico Nacional español es un escrito por el que una mujer llamada Nunila vendió a su hermana una viña en el año 857 en Piasca, municipio de Cabezón de Liébana. Es decir, en el siglo IX en el reino de Asturias las mujeres españolas gozaban de capacidad jurídica plena.
El Código de Huesca (mediados del siglo XIII) estableció que la mujer acusada de adulterio se justificaría sólo ante su marido y no ante el concejo en pleno, lo que constituye un precedente del tratamiento de esta conducta no como delito público, sino como asunto privado; y de este código se trasladó a los fueros aragoneses.
La primera reina española que gobierna como propietaria y no como consorte es Urraca I de León (1109-1126). Además, Castilla fue el primer reino europeo en que se sucedieron dos reinas, Isabel I y Juana I.
El Renacimiento en Granada
Granada debe a los Reyes Católicos la existencia misma del Ayuntamiento. En al-Andalus no había ayuntamientos separados de la voluntad del soberano, fuese califa o emir. Con Isabel y Fernando penetró el renacimiento en Granada (y también la liberación de los cientos de esclavos cristianos). Primero, la civilización cristiana y la música de las campanas; luego, la arquitectura y el conocimiento. Ellos y su nieto Carlos I fundaron la catedral y su cabildo, el ayuntamiento y la universidad.
Después de casarse con Isabel de Avis en los Alcázares Reales de Sevilla en 1526, Carlos y su esposa viajaron a Granada. Tanto les gustó la Alhambra que el emperador ordenó la construcción de un palacio en el mismo lugar al arquitecto toledano Pedro Machuca, que lo hizo en el estilo vigente entonces en Italia.
Gracias a la Isabel la Católica, que apoyó y financió el viaje de Cristóbal Colón mientras las tropas castellanas acampaban en torno a Granada, Sevilla se convirtió poco después en el puerto más importante del Atlántico. Entre los muchos méritos de la reina castellana descolla la prohibición de la esclavitud de sus nuevos súbditos de las Indias, tal como comprobó Colón.
El nuevo Gobierno andaluz se ha comprometido a la derogación de la ley de ‘memoria democrática’. Ojalá se atreviera a la eliminación del currículum escolar y de los medios de comunicación públicos de la imagen falsa de al-Andalus que ha impuesto la izquierda en las últimas décadas, su peculiar ‘hecho diferencial’.