En el lado rojo de la guerra civil española abundaron las bandas de maleantes que secuestraban y mataban a personas. Aunque las autoridades del Frente Popular explicaban ante los diplomáticos y periodistas extranjeros que se trataba de ‘incontrolados’, tales ‘incontrolados’ parecían estar muy controlados, porque siempre asesinaban al mismo tipo de español: de derechas, católico, burgués, pacífico… En cambio, esos incontrolados nunca mataban a militantes de partidos de izquierdas, que en ocasiones vivían en los mismos edificios que las víctimas, como si una marca protegiese sus puertas. ¡Menudas casualidades!
Las tropas y la oficialidad del Ejército Popular de la República no destacaron por su desempeño durante la guerra: sólo tomaron una capital de provincia, la pequeña y aislada Teruel, y la perdieron unas semanas después. El general Vicente Rojo siempre fue a remolque del generalísimo Franco, que aprovechaba las operaciones de su rival, como la batalla del Ebro, para causarle más daño.
En lo que sí destacó el Frente Popular fue en la represión en la retaguardia y más tarde en las trincheras, cuando hasta los comisarios políticos sabían que la guerra estaba perdida, y en la confiscación de propiedades ajenas gracias a las que vivieron como los marqueses de las caricaturas tipejos como los socialistas Indalecio Prieto y Juan Negrín. Las matanzas de ciudadanos indefensos no habrían sido posibles de no haber dispuesto las ‘patrullas del amanecer’ de listas en las que se identificaban a los ‘enemigos de clase’, con sus nombres y domicilios.
Una costumbre de la izquierda
Las izquierdas ocuparon parte de su tiempo en los años republicanos en preparar a sus masas para la conquista del poder y para elaborar ‘listas negras’.
El anarquista Juan García Oliver, futuro ministro de Justicia, desvela en sus memorias que su partido había montado un Comité de Defensa Confederal desde el mismo nacimiento de la República, con sus milicianos, sus planes y sus armas. La irrupción de manifestantes socialistas y comunistas en varias ciudades y pueblos la misma tarde de la primera vuelta de las elecciones de febrero de 1936 proclamando una victoria imposible de conocer entonces confirma la preparación de esas ‘tropas de choque’ estilo nacionalsocialista.
En sus memorias robadas y luego recuperadas, Niceto Alcalá Zamora escribió después de las elecciones de 1936 que el PSOE había elaborado ‘listas negras’ de policías y militares que habían participado en la represión del golpe de Estado que el partido había dado en octubre de 1934.
Uno de los aliados de la izquierda española en ese golpe (en torno a 1.500 muertos) contra un Gobierno de centro-derecha salido de las elecciones de 1933 fue Esquerra Republicana de Cataluña. El presidente de la Generalidad, Lluís Companys, proclamó el 6 de octubre la república catalana dentro de la España federal. Su rebelión fue aplastada con unos pocos cañonazos por el Ejército, que provocaron la desbandada por las alcantarillas de los cobardes catalanistas.
El corresponsal del diario El Debate en Barcelona, Enrique de Angulo, escribió (Diez horas de Estat Català) que, entre los documentos descubiertos a los golpistas, había una ‘lista negra’ elaborada por el ‘Capità Collons’, de nombre Miquel Badía, y de oficio, jefe de la Comisaría de Orden Público de la Generalidad, uno de los hombres de confianza de Companys.
"Es de suponer que todo ello (planes, documentos, mapas) fue reducido a cenizas en la hoguera que se hizo para destruir papeles y documentos. Quedó, sin embargo, la lista negra (sic), firmada por Miguel Badía, y en la que constaban los nombres de quiénes debían ser fusilados al día siguiente de triunfar la revuelta, allí donde se les encontrase, sin formación de causa y «haciéndoles sufrir un poco». Nombres de militantes de la Lliga, de radicales, de personalidades destacadas de Barcelona y de unos pocos periodistas, de elementos de la FAI… Figuraban, incluso, en la lista negra algunos afiliados a la Esquerra, poco afectos al Estat Català."
Como añade Cambó, que sabía de lo que hablaba, por la información que le pasaban los miembros de la Lliga,
"Si en la madrugada del 7 de octubre la radio no hubiera anunciado por toda Cataluña la capitulación de la Generalidad, no hay duda ninguna de que aquel mismo día 7 se habría producido en toda Cataluña una San Bartolomé de propietarios y de sacerdotes probablemente más salvaje aún, más sanguinaria todavía que la de julio del año 36."
Debido a la estupidez de Alcalá Zamora, que disolvió en enero de 1936 las Cortes con mayoría de la CEDA, y a la maldad de las izquierdas y los separatistas, el baño de sangre se aplazó un año y medio, hasta que el Frente Popular tomó el poder. Sin embargo, Badía no pudo dirigirlo, porque él y su hermano fueron asesinados en un crimen en el cual aparece Companys como impulsor (compartía amante con el ‘Capità Collons’), aunque el Frente Popular se lo quiso atribuir a los falangistas.
8.400 penas de muerte firmadas por Companys
Uno de los catalanes que temía por su vida era Josep Pla, que en abril de 1936 huyó de Madrid, donde trabajaba como corresponsal periodístico de La Veu de Catalunya, para refugiarse en su pueblo y después, tal era el peligro que sentía, marchó a Francia.
Otro de los que aparecía en todas las ‘listas negras’, escritas o mentales, era Cambó. La chusma separatista, a la que él había contribuido a alimentar desde finales del siglo XIX, recorría las calles de Barcelona gritando "Visca Macià, mori Cambó!". Nunca ha quedado claro por qué Cambó abandonó España en su yate Catalonia unos días antes del asesinato de José Calvo Sotelo y del alzamiento. ¿Estaba enterado de la conspiración o simplemente tenía miedo?
Luego, desde el exilio animaba a sus correligionarios de la Lliga a alistarse a las órdenes de los militares sublevados y a enviar dinero a éstos. Con su fortuna organizó un servicio de propaganda favorable a los nacionales y otro de espionaje y hasta una red de evasión de catalanes que recurría a los sobornos para los matones anarquistas.
Companys ("loco de atar", en opinión de Manuel Azaña) durante los dos años y medio que duró la guerra encontró tiempo para firmar penas de muerte para los ‘sospechosos habituales’, unos 8.400 según los cálculos de Javier Barraycoa. Uno de ellos fue el alcalde de Lérida, Joan Rovira Roure, condenado y ejecutado en agosto de 1936 por el crimen de haber organizado la Cabalgata de Reyes de ese año.
¿Es que estos asesinados, en su mayoría catalanes, no merecen justicia por parte de la actual Generalidad y del Gobierno español?, ¿es que la ‘memoria histórica’ solo se aplica a unas víctimas, las de color rojo?