Antes de la Primera Guerra Mundial, en Europa había dos docenas de Estados, contando el Principado de Mónaco y la República de San Marino. Ahora, hay cincuenta, y algunos siguen empeñados en fabricar nuevos paisitos, como Escocia, Cataluña y Transnistria. Muchos de esos nuevos Estados, aunque tienen bandera y asiento en la ONU, dependen de las ayudas internacionales o de contratos con superpotencias para sobrevivir.
Hace cien años, los europeos querían dominar el mundo; hoy se conforman con un asilo donde pasar sus últimos días felices hasta que les apliquen la eutanasia.
El principio de autodeterminación, introducido en la política internacional por un ‘buenista’, Woodrow Wilson, presidente de EEUU, y por un genocida comunista, el camarada Lenin, no solo sirvió para impulsar la destrucción de las monarquías multinacionales del continente, y luego la de los imperios coloniales, sino que continuó royendo las naciones europeas. Así, el desplome del bloque socialista causó la disolución de la URSS, de Checoslovaquia y de Yugoslavia.
De comunistas a nacionalistas
A medida que el comunismo se desvanecía como sistema político y económico, las oligarquías lo sustituyeron por el nacionalismo como elemento legitimador. En Yugoslavia, los eslovenos y los croatas, que habían abandonado el Imperio austro-húngaro (sin referéndum alguno) para formar, junto con los serbios, el reino de Yugoslavia y, después de la Segunda Guerra Mundial, la república federal popular de Yugoslavia, bajo la dictadura del comunista croata Tito.
A la muerte de éste, en 1980, el complejo Estado diseñado para mantener el poder del régimen comunista y, sobre todo, el de Tito, se desmoronó. Las únicas instituciones federales eran el partido único, la Liga de los Comunistas, y el Ejército.
El socialismo autogestionario (una versión que permitía una pequeñísima porción de propiedad privada), la parcelación de la actividad económica para beneficiar a todas las repúblicas (seis según la Constitución de 1974) y la financiación del Movimiento de Países No Alineados hundieron la economía yugoslava.
En estas circunstancias, los eslovenos, incluso los comunistas, que ocupaban una pequeña república de 20.000 kilómetros cuadrados limítrofe con Italia y Austria, decidieron separarse de Yugoslavia y tratar de ingresar en la Comunidad Europea.
En 1988, con la ‘perestroika’ de Gorbachov agrietando la URSS y el Pacto de Varsovia, los eslovenos celebraron elecciones al Parlamento local, en las que participaron partidos nacionalistas y no comunistas. En 1989, el Parlamento esloveno enmendó su Constitución: prohibición de que participasen en las elecciones locales partidos federales, repudio a la preeminencia del ordenamiento jurídico yugoslavo y el rechazo a aportar fondos a la federación. Además, el Gobierno de Liubliana se apoderó de la Defensa Territorial, instaurada por Tito para combatir una invasión del Pacto de Varsovia, para formar su propio Ejército, que ascendió a 21.000 hombres armados y entrenados a finales de 1990.
El 23 de diciembre de 1990, se celebró un referéndum. En la campaña, donde no existió la propaganda a favor del no, las consignas del Gobierno consistieron en prometer una vida mejor a los ciudadanos con el dinero que Yugoslavia les 'robaba' y descalificar al Gobierno federal socialista como incompetente y corrupto. Hasta la izquierda eslovena pidió el sí. Se exigió para su validez la participación de al menos el 50% del censo. Votó el 94%; y de éste, el 88% respaldó la independencia. El 25 de junio de 1991, los Parlamentos esloveno y croata proclamaron la independencia de sus repúblicas.
Una guerra de propaganda
Desde luego, los dirigentes eslovenos no se habían quedado quietos. Como cuenta el profesor Carlos González Villa, días antes del referéndum el Gobierno esloveno mostró su Ejército, que no era de opereta:
"Eslovenia tenía amigos en el extranjero. En este caso, la ayuda consistió en material traído desde Singapur, con apoyo israelí y descargado en Italia. Las armas siguieron llegando en los meses siguientes. Equipos de comunicación Racal vendidos con autorización del Gobierno británico, armas antitanque alemanas llegadas a través de intermediarios radicados en Austria y equipamiento diverso suministrado por la búlgara Kintex; todo ello con pleno conocimiento de los servicios de inteligencia occidentales. Después de la independencia, Eslovenia se convirtió en un auténtico centro logístico para la llegada de las armas que nutrieron las guerras en Croacia y Bosnia-Herzegovina."
Aparte de comprar armas, los eslovenos habían preparado una ‘guerra de propaganda’, para la que habían contratado consultoras occidentales. En ella, se presentaba a los eslovenos como un pequeño pueblo pacífico, democrático y trabajador amenazado por unos déspotas comunistas que enviaban a sus uniformados a reprimirlos. Una idea que se difundió de manera machacona era la de que se trataba de un enfrentamiento entre un pueblo europeo que quería escapar de una cárcel balcánica, es decir, violenta, inculta y salvaje.
Los corresponsales extranjeros que llegaban a Eslovenia recibían toda clase de atenciones. El último embajador de EEUU en Belgrado calificó la operación mediática como "el más brillante golpe de relaciones públicas en la historia de Yugoslavia". Éste fue un modelo que copiaron los golpistas catalanistas para su referéndum de 2017.
La Guerra de los Diez Días estalló con motivo de la toma de los pasos fronterizos yugoslavos por las tropas eslovenas y se extendió entre el 27 de junio y el 6 de julio. Murieron unas 80 personas, en su mayoría soldados del Ejército federal, y una docena de extranjeros, incluidos varios camioneros búlgaros. La ‘guerrita’ concluyó mediante un pacto entre Liubliana y Belgrado.
Entonces sorprendió la torpeza o la contención del Ejército yugoslavo. Quienes controlaban el poder en Yugoslavia, Slobodan Milosevic, que estaba culminando su paso de comunista yugoslavo a nacionalista serbio, y su camarilla aceptaron abandonar Eslovenia, pequeña y poblada por un 90% de eslovenos, sin minoría serbia, a cambio de que Liubliana reconociese el derecho de los serbios a vivir en una única república. En una muestra más del egoísmo característico de todos los pequeños nacionalistas, los eslovenos aceptaron, aunque supusiera condenar a una guerra de verdad a su aliada Croacia.
La presidencia federal, formada por los representantes de las seis repúblicas más las regiones autónomas serbias de Voivodina y Kosovo, se opuso al despliegue de la potencia del Ejército en Eslovenia y aprobó la retirada de éste. Formaron la mayoría el representante esloveno más los de Serbia, Montenegro, Voivodina y Kosovo, controlados por Milosevic.
El generalato empezó a preparar sus planes para apoderarse de las comarcas croatas donde los serbios (más del 12% de la población) fueran mayoría o una amplia minoría: Eslavonia, junto a Serbia, y la Krajina, en torno a Bosnia. Ese verano se desencadenó la guerra y en ella los muertos se contaron por decenas de miles.
Mientras la violencia crecía en Croacia, Bosnia-Herzegovina y Kosovo, las oligarquías eslovenas, después de su guerrita, se dedicaron a vender armas a los combatientes, a preparar su adhesión a la Unión Europea (2004) y hasta a chanchullos como la liquidación del Banco de Liubliana, de propiedad pública.
Estados étnicamente puros
Por esas paradojas que se dan en la historia, en Europa Central y Oriental desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial están desapareciendo los Estados multiétnicos, que, en cambio, nacen en Europa Occidental.
Ya no hay minorías alemanas en Checoslovaquia, primero porque fueron exterminadas y expulsadas y segundo porque Checoslovaquia ya no existe. Lo mismo ocurrió con los italianos que habitaban en Istria y en Dalmacia. Y los turcos exterminaron a cientos de miles de armenios durante la Gran Guerra y después, en los años 20, expulsaron a griegos. Tampoco hay minoría serbia en Croacia y apenas quedan serbios en Kosovo.
Sin embargo, en Europa Occidental se están asentando sociedades multiétnicas y multirreligiosas gracias a la acogida de millones de extranjeros provenientes de África y Asia, recibidos con el aplauso de gran parte de los nativos. ¡Nunca se recuerda la historia de al-Andalus!