En su último "perfil real", Pedro Fernández Barbadillo ha querido profundizar en la figura de una reina enclaustrada en su propio reino, víctima de la locura de su padre y soberana de un país dividido por la religión, que tan pronto la aclamaba en el trono como pedía su muerte, acto seguido, para apoyar la coronación de su hermanastra Isabel.
De una manera amena y clara, Barbadillo recorre los acontecimientos más notables de la dramática existencia de María Tudor. Como por ejemplo: "Cuando su padre Enrique VIII decidió divorciarse porque deseaba un hijo varón, a ambas [Tanto a ella como a su madre, Catalina de Aragón] se las apartó de la corte. Y a María se le despojó del título de princesa. Si no fueron ejecutadas o asesinadas se debió a su popularidad entre los ingleses y a la protección de Carlos V". El monarca español era su primo, y fue el que movilizó, de hecho, su matrimonio con Felipe II.
"En 1553, la muerte del único hijo de Enrique, Eduardo VI, convirtió a María en reina". Un año después tuvo lugar la boda, y el comienzo de un reinado que no iba a ser más llevadero de lo que había sido su vida hasta entonces. "El 31 de diciembre [de ese mismo año], un predicador pidió a Dios la pronta muerte de María, por lo que el Consejo Privado pidió al Parlamento una ley para castigar a los herejes". De esa manera ilustra Barbadillo la complicada situación con la que tuvo que lidiar la nueva reina hasta su muerte.
También aquellos años estuvieron caracterizados por una sucesión de falsos embarazos, que fueron sumiendo a la desdichada monarca en un estado de desesperanza amarga. "El último año de vida de la reina María comenzó con la pérdida de Calais, tomada por los franceses el 8 de enero de 1558. Sus partidarios la abandonaban; los protestantes imploraban su muerte; y su marido estaba en Bruselas. El 17 de noviembre murió de gripe a los 42 años. Fue el último monarca inglés católico".