Al papa Marcelo V, que reinó como pontífice 22 días en 1555, solo se le recuerda en este mundo porque da nombre a una magnífica misa compuesta por Palestrina. Dentro de 500 años, a Pablo VI quizás solo se le recuerde por una frase estremecedora que pronunció en 1972:
"por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios"
Previamente, en 1968, en el año del Mayo que en vez de adorar a la Virgen María encumbró a la racaille, había dicho:
"la Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto demolición. Es como una inversión aguda y compleja que nadie se habría esperado después del Concilio. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma."
Estas palabras resuenan con más fuerza ahora que cuando se pronunciaron. Las cenizas que trae ese humo de Satanás bien pueden ser los escándalos sobre abusos sexuales, que están tambaleando la Iglesia y, desde luego, su mensaje y su condición de ejemplo para la humanidad, más que los curas concubinarios, concusionarios o con metralleta.
Estamos ante una clase de abusos muy distinta de los que aparecían en los folletines anticlericales del siglo XIX. En vez de mozas hermosas, monaguillos. Una de las funciones de la Inquisición era la persecución de los sacerdotes mujeriegos, los amancebados y los solicitantes (solicitaban sexo a mujeres durante la confesión). Ahora se trata, por encima del 80% de los casos analizados, de sacerdotes homosexuales que, además, actuaban en diversas diócesis de Estados Unidos, Alemania y otros países como una banda, que seleccionaba víctimas y encubría su conducta.
Desde luego, la hipersexualización de nuestra sociedad, que estalló después del maldito 68, y hallamos hasta en el material supuestamente educativo para niños, y el hedonismo influyen en estas conductas. Los casos comprobados aparecen no sólo en Hollywood, sino también en los boy-scouts, en muchos equipos de deporte, en rabinos judíos, en madrasas musulmanas y en Parlamentos democráticos. Pero desde luego esto no puede ser una excusa para perseguir a los depravados y reparar a las víctimas, y menos en la Iglesia.
La ‘mafia lavanda’
La teóloga Janet Smith es uno de los católicos que denuncia la existencia de la ‘mafia lavanda’:
"un grupo de homosexuales activos que se protegen entre ellospara tomar el control de las diócesis. Y así muchos llegan a puestos de poder desde donde pueden ejercer presiones contra los muchos curas que no están de acuerdo con su forma de vida. Y les boicotean. Luego ayudan a los suyos a llegar más lejos en la jerarquía eclesiástica. Este tipo de gente son Harvey Weinsteins [homosexuales] con sotana."
Pero las denuncias sobre esta banda provienen de lejos. En 1999 se publicó en España un libro El Vaticano contra Dios, escrito por un grupo de prelados llamado Los Milenarios en que describía la infección en la Iglesia, que es, reconozcámoslo, el botín más tentador del mundo. Entre los ácidos que la corroían citaban la corrupción mundana, la infiltración masónica, la connivencia con el Poder y también la homosexualidad.
Tradicionalmente, la Iglesia tenía mecanismos de control para vigilar los candidatos al sacerdocio y evitar los abusos (sexuales o no) que contradijeran su misión. La Regla de San Benito (480-547) da instrucciones sobre la selección de los monjes y la vigilancia de los dormitorios. En la década de los 60, la ‘Primavera del Concilio’ suprimió muchos procedimientos y normas. No hacía faltan, porque ‘to er mundo e güeno’. Los pastores retiraron los perros guardianes y desmontaron los apriscos, de modo que los lobos pudieron irrumpir, aunque con el ardid de presentarse cubiertos con piel de cordero. Así, muchos canallas convirtieron seminarios y parroquias en sus ‘picaderos’.
Cada vez está más claro que la resistencia de la ‘mafia lavanda’ fue una de las razones, sino la principal, que condujo a Benedicto XVI a renunciar en 2013. A las investigaciones judiciales se unió hace unas semanas la denuncia del arzobispo Carlo Viganò, que señala que Francisco I estaba enterado de la condición de homosexual depredador de Theodore McCarrick. Este individuo, que fue ordenado obispo por Pablo VI, creado cardenal por Juan Pablo II, sancionado por Benedicto XVI y rehabilitado por Francisco I, recurría al dinero de la diócesis para recompensar a sus amantes. Lamentablemente, Juan Pablo II (1978-2005) dedicó más tiempo a sus viajes por todo el mundo que al gobierno de la Iglesia, y así arraigó la cizaña que sembró el Enemigo.
Los clericales recurren a la ‘conspiranoia’
¿Y cuál ha sido la reacción del Vaticano y de los católicos ‘del aparato’? Por un lado, el Papa ha callado, lo que es sorprendente en una persona que hasta ahora no podía contenerse ante un micrófono y no medía sus palabras. Por otro lado, se ha producido un cierre de filas con recurso a la ‘teoría de la conspiración’ y un reforzamiento del clericalismo, paradójicamente condenado por el Papa. Éste mismo participa en ella. En vez de anunciar medidas efectivas, en una reciente homilía ha atribuido las denuncias contra algunos obispos a una campaña del Demonio contra todoslos obispos, incluido él.
"en estos tiempos cuando parece que el Gran Acusador se ha soltado y se ceba con los obispos. Es verdad, todos somos pecadores, nosotros los obispos. Pero el Gran Acusador intenta desvelar los pecados, para que se vean, para escandalizar al pueblo. Es el Gran Acusador que, como él mismo dice a Dios en el primer capítulo del Libro de Job, da vueltas por el mundo buscando a quien acusar"
Pero Satanás, que es un ángel caído, es decir, un ser espiritual, actúa también por medio de los hombres, cosa que saben los niños de catequesis; bueno, sabían, porque ¿en cuántas parroquias se habla del Maligno en los sermones?
El hacer justicia con las víctimas y los miserables depende en el Vaticano, según Francisco José Contreras, de un juego de poder.
"Francisco antepone la búsqueda de aliados en su «guerra civil» contra el sector ortodoxo/conservador a la lucha contra los abusos sexuales (mientras se llena la boca con una retórica de «tolerancia cero»)"
La degradación en la cúpula de la Iglesia se parece a la de cualquier partido político europeo. El cardenal Rodríguez Maradiaga, uno de los más cercanos a Francisco I, declaró en una entrevista a uno de los periodistas progresistas más empeñado en ocultar los errores del actual Papa que los pecados de McCarrick eran "algo de orden privado" y que lo que no le parecía correcto era que se hablase de ello en público.
Castigo, oración y silencio
La recuperación de la antigua labor de policía y sanción de los sacerdotes, religiosos y religiosas de la ‘mafia lavanda’ no será suficiente. La caída de la Iglesia hacia la irrelevancia en nuestro mundo, que ya es innegable no sólo ante las legislaciones y las conductas de las naciones anteriormente de mayoría católica, sino también a la vista de los inmensos vacíos en la Plaza de San Pedro cada vez que habla Francisco I o cuando viaja a Irlanda o Chile.
¿Es casualidad que esta plaga se haya producido en la segunda mitad del siglo XX, cuando la Iglesia ha sufrido el mayor desorden doctrinal de su historia milenaria (durante la llamada Reforma ningún papa cambió el magisterio ni el dogma para permitir al déspota Enrique VIII su divorcio ni abrogó los dogmas marianos para atraerse a Lutero) y ha entregado banderas que había defendido durante siglos, incluida la de la belleza, al arrumbar su liturgia y sustituir el órgano por las ridículas guitarras? Para mí no lo es.
El primer papa del siglo XX, San Pío X, denunció la herejía modernista, que, entre otros objetivos quería convertir el catolicismo en un buenismo. Por tanto, convencido de que Cristo vela por su Iglesia (si no fuera así, no habría sobrevivido 2.000 años), concluyo con el aforismo de Nicolás Gómez Dávila: "La Iglesia necesitará siglos de oración y de silencio para forjar de nuevo su alma emblandecida". Y la Iglesia somos los bautizados, así que…