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Pedro de Tena

Testigos directos del bolchevismo: pinceladas del socialista Fernando de los Ríos sobre la revolución rusa en 1920

En su 'Viaje a la Rusia sovietista', el que fuera miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE expuso su desencanto con ese "régimen de autocracia"

En su 'Viaje a la Rusia sovietista', el que fuera miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE expuso su desencanto con ese "régimen de autocracia"
Fernando de los Ríos (con barba) junto a varios jóvenes socialistas | Cordon Press

Muy diferente del obrero autodidacta Ángel Pestaña, por origen y preferencias ideológicas dentro de la izquierda española, Fernando de los Ríos fue catedrático de Derecho en la Universidad de Granada. Cuando viajó a Rusia en otoño de 1920, ya llevaba nueve años en la cátedra y era miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE, procedente del Partido Reformista. Su experiencia y su reflexión quedaron recogidas en su Viaje a la Rusia sovietista, publicado en 1922.

Antes de 1921, el PSOE se había inclinado a aceptar el liderazgo de la III Internacional, pero el viaje y el informe de Fernando de los Ríos y las 21 condiciones que pretendía imponer Moscú —una de ellas la expulsión de todos los que se hubieran opuesto al ingreso del PSOE en la misma, lo cual hubiera significado la liquidación de Pablo Iglesias (que apoyaba la Revolución pero no la obediencia a Moscú), Julián Besteiro y del propio Fernando de los Ríos—, provocaron el cambio de opinión entre los socialistas españoles.

De hecho, fueron sobre todo estos tres dirigentes los que se enfrentaron a Daniel Anguiano, comisionado también por el PSOE a la Rusia Soviética, sobre cuya realidad informó favorablemente, y a La Pasionaria, entre otros partidarios de la adhesión incondicional a la Internacional dirigida por Stalin. A pesar de todo, fue una votación con un margen estrecho: 8.808 votos contra el ingreso en la órbita soviética por 6.025 a favor, lo que da una idea de la atracción que la revolución rusa suscitaba en las organizaciones de la izquierda, muy especialmente en el PSOE y UGT.

Cuando Fernando de los Ríos navegaba por el Báltico hacia la tierra de los soviets una pasajera le espetó: "Vaya, vaya, y verá el paraíso soviético". Nada más llegar a tierra rusa, una joven comunista le advirtió que "el momento actual no es de fraternidad ni de libertad, sino de lucha de clases; el momento no es de cristianismo sino de marxismo; los hombres son demasiado malos para que esas bellas ideas de libertad y fraternidad se puedan tomar en serio hasta que terminen las luchas de clases". ¿Hasta cuándo durará esto?, preguntó de los Ríos.

Camino de Lenin y su "Libertad, ¿para qué?"

Dejando de lado sus experiencias sobre el hacinamiento en vagones, la falta de productos de primera necesidad, la asfixia burocrática y la intensa y continua vigilancia por parte de los bolcheviques, es destacable el deseo del socialista granadino de lanzarse a las calles de Petrogrado "pero alguien, con quien consulto, me disuade; al no tener documentación especial, podemos ser detenidos por la policía, Y, ¿adónde iríamos a comer llegada la hora de hacerlo, puesto que no hay un restaurante accesible al que se sienta acuciado por la necesidad? ¿Cómo buscar un café, si no existe, o un almacén de comestibles, si los que están abiertos no disponen de lo necesario para el que trabaja, y, aun éste, ha menester de infinidad de formalidades para recibir la ración que le corresponde? No cabe tomar iniciativa sin incurrir en riesgo; esta sensación de impotencia llega a producirnos un cansancio nervioso y nos da la sensación, por vez primera, de la subversión profunda que en la organización de nuestra vida representa este régimen ruso".

Durante treinta días, de los Ríos vivió la ciudad y el ambiente, que describe con gran parsimonia, haciendo incluso croquis de los mítines que se daban en el Gran Teatro de la Ópera. Uno de ellos fue obra de Lenin, al que de los Ríos consideró parecido a Pío Baroja, y otro de Trotski, mucho mejor orador. De éste, dice: "Al terminar la sesión (de la III Internacional) el público del hotel, comunistas distinguidos, formaba un pelotón alineado junto a la pared; Trotsky salió, detúvose ante el teléfono y marchó sin dirigir ni un saludo, ni una palabra, ni una mirada hacia aquel grupo admirativo. Trotsky es el bolchevismo triunfante; el eje de la acción revolucionaria del partido comunista". Fuera, bullía del mercado clandestino, La Zugaretzka, donde las necesidades del pueblo encontraban algo de satisfacción.

Pero quizá tiene mayor interés intelectual y político conocer cómo Lenin pronunció su famosa expresión: "Libertad, ¿para qué?". Tras un sinfín de trámites y filtros, Fernando de los Ríos accede al despacho de Lenin y le pregunta:

—¿Cómo y cuándo cree usted –interrogamos— que podría pasarse del actual período de transición a un régimen de plena libertad para Sindicatos, Prensa e individuos?

—Nosotros —respondió Lenin— nunca hemos hablado de libertad, sino de dictadura del proletariado; la ejercemos desde el Poder, en pro del proletariado… La psicología de los aldeanos es refractaria a nuestro sistema; su mentalidad es de pequeños burgueses y por eso no los contamos como elementos proletarios… Nosotros, a los aldeanos les decimos que o se someten o juzgaremos que nos declaran la guerra civil, que son nuestros enemigos, y en tal caso responderemos con la guerra civil. El periodo de transición de dictadura —continuó diciendo Lenin— será entre nosotros muy largo..., tal vez cuarenta o cincuenta años; otros pueblos, como Alemania e Inglaterra, podrán, a causa de su mayor industrialización, hacer más breve este período…Sí, sí, el problema para nosotros no es de libertad, pues respecto de ésta siempre preguntamos: ¿libertad para qué?

El análisis del bolchevismo

El análisis y la experiencia de Fernando de los Ríos le condujo a resumir en seis principios la teoría leninista: "Los principios políticos en que se orienta la actividad del partido comunista y, como consecuencia, la realidad política que hemos descrito son, a nuestro juicio:

1) La dictadura del proletariado ha de ser ejercida por un partido.

2) Atribución al partido comunista del privilegio del Poder y del derecho exclusivo a interpretar los métodos y fines sociales.

3) La dictadura como principio de Gobierno en la época de transición.

4) La transición abarca lo que se tarde en llegar a la plena socialización y, por tanto, se dice, a la supresión de las clases y del Estado.

5) No hay derecho para la conciencia humana en cuanto tal, porque no existe hoy un elemento general humano. Los hombres actualmente son enteramente insolidarios.

6) Sólo existe derecho objetivo, no subjetivo, y el encargado de definirlo es el titular del Poder".

Aunque de los Ríos afirmó que Rusia amaba su revolución, no era dueña de sí ni de su destino habiendo perdido su personalidad con la aplicación de los principios bolcheviques. "Y esos principios, que son los que han producido la congoja de Rusia en estos años, y de los cuales principia a desembarazarse a fuerza de actos heroicos, no pueden ser aceptados por los demás partidos socialistas de Europa, ya que significan la negación de los valores culturales que, no como elementos variables, sino con el carácter de constantes, se dan en toda la civilización moderna".

El aplazamiento de todo futuro de libertad a la aniquilación de la resistencia de los capitalistas y al fin de las clases sociales, condujo a que Fernando de los Ríos fuese muy crítico con este planteamiento: "Mas así concebida la libertad, esto es, como la resultante de una forma de organización social, queda eliminado lo que es la raíz del liberalismo, el problema de la conciencia, y nos lleva además a una visión de la libertad en pugna con todo el sentido científico del moderno liberalismo…". Y, consecuentemente, la voz popular debería permanecer muda siempre que discrepase del Poder, la vanguardia comunista, "quien se ha atribuido el derecho a definir la verdad civil…llamada a ser impuesta desde arriba si de abajo surgen protestas".

De los Ríos vio con claridad cómo lo que se estaba produciendo en Rusia era un proceso de suplantación de la voluntad popular por un grupo que "se atribuye a sí el carácter de guía, sin admitir respecto de ello la legitimidad de una oposición" y "entonces nos hallamos ante un régimen de autocracia que, aun supuesto que esté confiado a los mejores, lleva ya en sí, precisamente por ser autocracia, el germen de todos los privilegios e infecundidades".

Una de las observaciones que llama la atención en Fernando de Los Ríos es sobre el pesimismo de los bolcheviques respecto a la moralidad del pueblo al que decían liberar: "¡Cuántas veces, escuchando a jóvenes comunistas en Moscú, hemos experimentado esa sensación de tristeza que ocasiona siempre a cualquier temperamento medianamente optimista una pintura negra de los móviles humanos! 'Si al pueblo le pudiéramos dar hoy más pan, estaría contento' —nos decían una y otra vez—; y al coincidir en estos juicios los directores espirituales e irse difundiendo entre los fieles de la Iglesia comunista y penetrar en las conciencias, ha engendrado ello una actitud de apartamiento hacia la masa y ha tenido además como secuela todo un sistema de conducta para con ella".

En otra observación, subtitulada "Eclipse de los derechos del hombre", describe la falta de libertad intelectual vigente en los primeros años de la revolución rusa que conoció. Todos los periódicos permitidos, 21 en total, eran controlados por los bolcheviques. "Los que con excepción de ellos puedan aparecer, caen dentro del delito de clandestinidad y bajo el temible de acto contrarrevolucionario. Mas es difícil, aunque no imposible, burlar la prohibición, porque el Gobierno tiene requisadas todas las imprentas, fábricas de papel y existencias de este producto; por tanto, quien desee publicar, por ejemplo, un libro, se ha de dirigir al Comisariado de Cultura solicitando que se le imprima; pero no en virtud de un derecho; éste se reduce a la facultad de solicitar". Refiere que Kropotkin quiso editar por su cuenta sus obras y no se lo consintieron.

Pero tan espantoso o más es el destino de un libro que ha sido publicado: "Una vez publicado un libro, va a las librerías oficiales, únicas que existen, y en ellas se vende o no, según lo deseen oficialmente. Nadie privadamente tiene derecho a comprarlos; solo los organismos oficiales, en una solicitud, llamémosla así, son los que pueden dirigirse a los Centros de publicaciones en demanda de alguna obra. La producción intelectual está, pues, intervenida en todos los momentos".

Tampoco tuvo duda alguna del carácter dogmático y adoctrinador de la enseñanza soviética. "Dos modos hay de concebir la acción pedagógica: como una ocasión para dar contenidos encerrados en una unidad dogmática respecto del sentido de la vida, o como un período singularmente propicio para entender la emoción del respeto hacia la cultura en sí, hacer conocer los contenidos de ésta y crear una capacidad de discernimiento mediante la cual sea el propio individuo quien oriente su conciencia. La acción pedagógica de tipo dogmático es una modalidad del abuso del Poder; en ella se orientan todas las escuelas confesionales: católicas o protestantes, republicanas o comunistas, y a esta orientación responde la actual rusa".

Digamos para terminar que de los Ríos aprovecha al final de su libro para contestar la frase de Lenin "Libertad, ¿para qué?". A pesar de su rechazo del capitalismo, explica: "Resulta pueril el afirmar que la libertad es una idea burguesa, ya que equivale a menospreciar como idea matriz del mañana político lo que ha sido centro de convergencia de los afanes máximos de la Historia, no por obra de capricho, sino por absoluta necesidad cultural. Los contenidos de la libertad deben ser objeto de revisiones constantes y de ampliaciones permanentes; cada época se preguntará de qué ha de libertar a los hombres, y la pregunta quedará siempre abierta; no podrá nunca ser cerrada, porque la libertad es un sendero que desemboca en lo absoluto".

En los tiempos que vivimos, el comunismo como práctica histórica, desacreditado en la mayor parte del mundo sigue conservando, sorprendentemente, una aureola de prestigio en España. Una lectura detenida de los libros de Ángel Pestaña y de Fernando de los Ríos, sobre la revolución rusa que conocieron sigue siendo un ejercicio crítico necesario.

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