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Nuria Richart

Contra 'El cuento de la criada'

Mira que os lo dije, los avances tecnológicos, la modernidad frente a la naturaleza y el liberalismo serán nuestra cruz. Eso sí, lo que ocurre en el mundo islámico todavía no inspira a los progres de todos los países.

Mira que os lo dije, los avances tecnológicos, la modernidad frente a la naturaleza y el liberalismo serán nuestra cruz. Eso sí, lo que ocurre en el mundo islámico todavía no inspira a los progres de todos los países.

Más cuento que Don Saturnino Calleja, tiene El cuento de la Criada, serie inspirada en el libro The Handmaid's Tale de la poeta y escritora canadiense Margaret Atwood, publicada a mediados de los años 80. Por resumir, ¿por qué inventar lo que sí está sucediendo? Cuando para retratar un fantástico apocalipsis social se recurre a la pareja capitalismo-cristianismo, lugares comunes entre la progresía ocidental, y se ignora la parte del mundo que sí está sufriendo lo que se pretende denunciar, está todo dicho.

Si me propusiera escribir sobre la falta de libertad y el padecimiento de un ser humano en una población gobernada por líderes espirituales radicales que, por ejemplo, ejecutan a homosexuales ("traidores de género" en la serie) e infieles en plaza pública, colgándolos de gruas y muros; sociedades en las que la mujer vale lo que un perro, los hombres la abusan, la tutelan, la lapidan, la mutilan física y psicológicamente, la ocultan bajo amplios ropajes... Allí donde se celebran juicios con sentencia previa, políticos y sin garantías, donde se premia la delación. Seguramente me diríais que lo tengo fácil, no me hace falta echarle ni horas ni imaginación, que con mirar a los países que se rigen por la ley islámica, la Sharía, está hecho. En cambio, Margaret Atwood ha vestido a sus protagonistas muy de monjas y sus protagonistas siguen la Biblia. Nuestra sociedad, la occidental, ya no es lamentablemente la de los South Pak, donde un gay Sadam Hussein era amante de Satam. Triunfa el pensamiento tribu, como en las dictaduras islamistas. La escritora canadiense inspiró su distopía, según ella, en la hipotéticas consecuencias de la presidencia de Ronald Reagan.

La serie y el libro de Atwood tratan de la destrucción de la sociedad libre estadounidense a manos de unos radicales cristianos. Serie de promoción chupada que aprovechó la noticia de que Donald Trump ha creado en la Casa Blanca clases de Biblia semanales. La imaginaria teocracia combate la extinción del ser humano. No se sabe exactamente por qué, pero por culpa del capitalismo y de un ser humano depredador, la mayoría de las mujeres sufren infertilidad (¿los hombres no?). La élite obliga a mujeres fértiles, y de baja estofa, a poner sus úteros y óvulos al servicio de los matrimonios dominantes, que tras el parto se quedan con los recién nacidos. En la misma proporción que los señores abusan de las esclavas de gestación, la serie abusa de la estética. Todo es ropaje y envoltorio. La cumbre de la imagen se alcanza durante una ceremonia en la que la criada de la casa es violada el día D, el más fértil del mes, por el señor de la casa tumbada entre las piernas de la señora de la casa (¿estéril?) que agarra las manos de la chica. En la ceremonia los tres se mueven al ritmo de un acto asexual. "Bendito sea el fruto", "el Señor permita que madure". Es el saludo entre criadas.

A la actualización televisiva de esta dictadura religiosa no le inspiran, aunque sea por respeto a las víctimas, ni los asesinos de Boko Haram, ni el régimen de la rusa Chechenia, que encierra en campos de concentración a los homosexuales. Un superviviente ha relatado cómo "querías quedarte inconsciente para que te dejaran en paz; pero no, te electrocutaban 20 o 30 segundos, te desvanecías, paraban, te recuperabas y vuelta a empezar"; o que "tras días con las heridas abiertas, la gente comenzaba a oler a carne podrida". Los gays, siempre en el punto mira del machista comunismo (Fidel Castro se llevaba a los gays cubanos a campos de reeducación para que el "trabajo les hiciera hombres"). Atwood también debe de desconocer que una pareja de lesbianas, una malagueña y una egipcia, han tenido que huir de Dubai amenazadas de muerte. La política somalí Ayaan Hirsi Ali no supo que vivía en 1980 y no en el año islámico de 1440 hasta que tuvo 10 años. Cuenta en uno de sus libros autobiográficos que "cerca de su casa estaba la Plaza chop-chop, donde nadie se cuestionaba la ferocidad de los castigos".

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El eje de rotación de la teocracia de El Cuento es la caída de la natalidad, la reproducción femenina. Vemos, en cámara lenta, que la maternidad hace mejor a las mujeres, de cualquier clase y condición, redención mística. Ser madre justifica cualquier sacrificio. Pero a pesar de ser la mujer "la elegida" del nuevo orden dictatorial, es la sometida y maltratada. Una de las muchas incongruencias de la serie.

En el planteamiento no falta un juguete infantil clásico de la progresía: los cristianos reprimidos son unos hipócritas. Montan una dictadura puritana y regentan un burdel simplistamente depravado. Es decir, dan el golpe de Estado pero no por principios, sino por... no sé, dímelo tú. No hay rasgos de duda o complejidad. Son malos y punto. Lo tienen todo.

El papel del hombre en la serie sigue el patrón: líderes de la maldad o cómplices. Si eres de la clase gobernante no hay profundidad, ambigüedad o cuestionamiento. Si eres de la clase servil (en ningún momento explican el por qué de esta desgracia) probablemente seas un chivato. Al parecer los únicos hombres "buenos" están huidos (otro "porque sí" de la serie). Ahora bien, el hombre podría tener un rasgo de amor que le redimiera como ser humano. No, sería demasiado. El único hombre del que podrías creer alguna bondad en la serie queda humillado con un acto de violación realizado a algo parecido a su amada, en presencia y por orden de su dueña, sin el menor rasgo de amargura o rechazo por parte del varón. Todo hombre que se precie está sujeto a su instinto animal. Su deseo está desligado de sus sentimientos, de sus deberes morales o de su raciocinio. No como la mujer.

No hay más tópicos que desplegar, cualquier atisbo de profundidad en los personajes podría desbaratar la misión, que no es otra que exaltar los mitos y leyendas del Apocalipsis liberal. Por que esto sucede en Estados Unidos como una especie de merecimiento ante una sociedad propensa al desastre y en cierto modo proclive al consentimiento totalitario. La libertad es ese falso tótem por el que luchar en las dictaduras que pertenecen al ala derechista. Sin embargo, cuando se trata de una dictadura comunista, la libertad no es más que un signo de egoísmo y capitalismo (que resultan ser sinónimos de esta esquizofrenia política). Pues bien, en El Cuento de la criada, como en el resto de circunstancias, sin saberse muy bien por qué, Estados Unidos es una dictadura oscura y reprimida. Es la tormenta perfecta de las dictaduras de derecha.Pero sin embargo, Canadá se convierte por oposición y por derecho en el reducto de todo lo bueno que le queda a la humanidad. Acoge a los disidentes y los arropa bajo su hoja de Arce. Resulta casi el sueño húmedo de una sociedad (no me atrevo a poner socialista), del estilo que todo actor norteamericano posee en su cabeza acerca de la Europa social. Mitos, mitos y más mitos sólo sustentados en un miedo a lo que puede ocurrir "si todo sigue por el mismo camino que va" pero alejado de lo que está ocurriendo en las sociedades opuestas a las liberales. Por cierto, es curioso que en épocas de prosperidad la izquierda prima la igualdad sobre la libertad, pero cuando fantasean con no tenerla, la libertad es lo más preciado. Por cierto un comentario de la protagonista sí da en la diana: las dictaduras empiezan cediendo al Estado nuestras responsabilidades como ciudadanos.

Lo mejor es el título: un cuento (para niños).

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