El régimen Medina Azahara: una dieta judía en la corte de Abderramán III para un rey cristiano gordísimo
Sancho el Gordo, conocido también como Sancho el Craso, pesaba alrededor de 250 kilos y no podía montar a caballo ni portar armas ni caminar.
La ciudad califal de Medina Azahara ha sido incluida entre los monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad hace unos días. De las muchas historias que contiene y leyendas que la vertebran, destaca una por encima de muchas otras. Trata de la insólita aventura dietético-política de una reina abuela de casi 80 años, Toda de Navarra; su nieto, un rey cristiano y gordísimo de León y Asturias, Sancho, el califa omeya Abd-ar-Rahmán Al Nasir (el Victorioso) o Abderramán III y una dieta forzosa de adelgazamiento que pone en tela de juicio algunos de los lugares comunes habituales sobre la historia de España y otros esfuerzos reductores de peso.
Gordos hay muchos en este Occidente donde confluyen orondos recursos y civilizaciones refinadas. Cada vez más. El negocio de las dietas, milagrosas o científicas, se multiplica incesantemente y la obsesión por disponer de un cuerpo fetén es el complemento perfecto de un hedonismo decadente. Pero los gordos han existido siempre. Pensemos, por dar unos brochazos, en la imagen rechoncha de Buda, en nuestro Sancho Panza o en el famoso actor Stan Laurel, el gordo del flaco. Recordemos que, a tiro de piedra histórica, Bismarck y Churchill tuvieron bastantes kilos de más y que actores como Charles Laughton y Orson Welles se inflaron con los años como globos.
De escritores metidos en carnes, se recuerda al católico Chesterton, a Lezama Lima y, muy particularmente, a Honorato de Balzac, no porque existiera dentro de una bola de sebo anormal sino porque el escultor rumano Brancusi dijo que fue gracias a la carnosidad de Balzac que Rodin simplificó los procedimientos de la escultura moderna, dejando de lado los detalles para atender a la masa del conjunto. Eso es, al menos, lo que recogió un experto en gordos, Hugo Hiriart. Y no olviden los gordos de Botero.
Pero gordos, si bien muchos menos que ahora, los ha habido siempre. Estar relleno y/o rellenito fue considerado en el pasado, al contrario que hoy, síntoma de buena salud y señal de riqueza y buena vida. Pero tampoco son nuevos los problemas que la obesidad mórbida pueden generar. Ya en el Egipto antiguo se previno contra las consecuencias de una entrada excesiva en carnes.
Lo más curioso de nuestro caso medieval es que la exuberancia adiposa puede llegar a convertirse en un importante problema político. Así damos comienzo a la pasmosa correría de Sancho el Gordo, conocido también como Sancho el Craso, que pesaba alrededor de 250 kilos y que no podía montar a caballo ni portar armas ni siquiera caminar. Incluso, se ha escrito, subirlo a un carruaje exigía desmontar su techo y aposentarlo desde arriba en los lugares de asiento.
Para abrir boca, digamos que la abuela, cristiana y reina, Toda de Navarra, era tía carnal del más longevo de los Abderramanes cordobeses, el tercero, que, por su parentesco con los infieles navarros, fue un califa rubio y de ojos azules con solo un 25 por ciento de sangre árabe. Si aparecía en público como moreno de Arabia era porque se teñía el pelo de negro, barba inclusa, para ofrecer una más adecuada apariencia ante su pueblo.
Una vascona llamada Muzna
¿Cómo un Omeya resultaba ser sobrino carnal de la reina Toda de Navarra? Porque la relación entre omeyas y navarros o vascones era cosa sobrevenida de generaciones, algo que escandalizará a los forofos del RH originario vasco. Sin entrar en detalles, podemos decir que el bisabuelo, el abuelo, el padre, el hijo y el nieto de Abderramán III tuvieron favoritas navarras cuyos hijos fueron considerados herederos legítimos. De hecho y debido a ello, la madre de nuestro Abderramán III fue una vascona llamada Muzna.
En efecto, la reina Toda (puede encontrarse Teuda o Thoda en algunos textos) era reina de Navarra y tía carnal de Abd al-Rahman abu l-Mutarif, o sea y también, Abderramán III, el omeya refulgente con ojos del color del mar. Escribió Federico Jiménez Losantos sobre esta en Los nuestros , que Toda Aznar era "bisnieta del rey García Iñiguez de Pamplona; nieta por parte de madre del rey Fortuño Iñiguez, llamado el Tuerto; esposa de Sancho Garcés I, que destronó al Tuerto y la hizo reina; madre del rey García II; tía del califa Abderramán III; abuela de dos reyes de León y de Sancho de Navarra; suegra de Fernán González; tía de casi todos los nobles importantes de la Península y la mayor casamentera conocida a este lado de los Pirineos, tanto entre cristianos como entre musulmanes" y que fue con bastante probabilidad "la mujer más importante de la Alta Edad Media española, aunque, sin duda, no la mejor".
Resume Ana Martos en su Breve historia de Al Andalus que, a la muerte de su amada Azahara (Al- Zahra) o Zahara en el año 940, la construcción de Medina Azahara ya llevaba cuatro años de obras. Según la autora, el omeya estaba sumido en la melancolía y en la desesperación, "para las que únicamente encontró algún consuelo distrayéndose en las reuniones artísticas e intelectuales que mantenía su hijo y heredero Al-Hakem". Por ello le animó que en el año 955, 15 años después de la muerte de su favorita preferida, un rey cristiano viniera a Córdoba a suplicar su ayuda. Era Sancho, heredero del trono de León y Asturias, que "había sido expulsado de su reino por los nobles que, no contentos con burlarse de lo que hoy llamaríamos 'su obesidad morbosa', le habían sustituido por su primo Ordoño IV".
En realidad, no fue sólo un rey cristiano, sino tres los que tuvieron que trasladarse a Córdoba. Sancho el Gordo, rey de León y Asturias; García Sánchez, rey de Navarra y Toda, vieja reina de Navarra y abuela y madre de ambos respectivamente. De nada sirvió la petición de que los convenios dietético-políticos se firmaran en Pamplona. Abderramán III quiso una peregrinación vergonzante de tres reyes cristianos a Córdoba y así lo ordenó a su enviado, precisamente el médico judío Abu Yusuf Hasday ben Shaprut, que iba a ser el responsable del adelgazamiento de Sancho.
Modesto Lafuente en su monumental Historia de España, tomo II, lo cuenta así:
Decidióse Sancho ahacer el viaje, despachó García embajadores al califa cordobés, hizo que acompañaran a su sobrino varios personajes de su corte, entre los cuales afirman algunos haber ido la reina madre, Teuda (Toda), abuela de Sancho. Aunque el objeto ostensible de este viaje era la curación del obeso monarca, llevaba además el fin político de interesar al califa en su favor por si llegaba la oportunidad de poder reclamar sus derechos al trono.
Antes, el padre Juan de Mariana en su Historia General de España, tomo IX, da noticias de un viaje de Sancho, pero para curarse de la hidropesía. Lo dice así:
Se unió (García de Navarra) con el Conde de Castilla D. Fernando González para defender al Príncipe D. Sancho contra el Rey de León su hermano; y después que fue arrojado del trono por sus súbditos rebeldes, lo recibió baxo su protección enviándole a Córdova para hacerse curar de la hidropesía que le afligía , y ayudado de sus aliados le restableció en su trono.
Los testimonios históricos son inapelables. Aquel extraordinario viaje tuvo lugar y tuvo entre sus motivos, la finalidad dietético-política que hemos anticipado. Por una parte, se creía que la obesidad morbosa de Sancho I el Gordo, o el Craso, había sido uno de los principales factores, si no el que más, de desafección de sus súbditos y de burlas adversarias que habían logrado echarlo del trono de León. Por ello, el viaje pretendía dos cosas: someter a dieta rigurosa al monarca de la mano de los médicos califales de gran prestigio y alcanzar un acuerdo con el pariente cercano Abderramán III para que le ayudara en la reconquista del reino perdido. La dieta debería ayudar a la fabricación una nueva imagen real bien lejana de la de El Gordo que desanimaba a sus huestes.
Si el Gordo adelgazaba y el reino de León se recuperaba
A cambio de prometer el éxito de la cura y la obtención de la alianza política, Abderramán exigió que ambas circunstancias tuvieran lugar en Córdoba por lo que, de hecho, imponía un viaje muy largo, costoso y agotador desde Pamplona. Además, la parte navarra debía comprometerse a la entrega de diez castillos fortalezas situadas en las fronteras si el Gordo adelgazaba y el reino de León se recuperaba. Como era de esperar, la contraprestación nunca se cumplió dando lugar a importantes desavenencias posteriores.
Dice la novelista histórica, archivera y Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio, Ángeles de Irisarri que "numerosos historiadores cristianos y musulmanes se hacen eco del viaje de la reina Toda Aznar a Córdoba en el año vulgar de 959 o 960. Todos coinciden en que la reina solicitó de su sobrino el califa Abd-ar-Rahmán III el envío de un médico que adelgazara en Pamplona a su nieto, al rey destronado de León, a Sancho I el Craso, precisamente derrocado a causa de su deformante obesidad, y en que el mayor señor del Islam le remitió al sabio judío Hasday ben Shaprut con la manda de que se llegaran los reyes cristianos a la capital de Al-Andalus a rendirle vasallaje, y con la promesa de que el rey Gordo sería tratado de su enfermedad, como sucedió, con éxito además".
Irisarri es, además, autora de El Viaje de la Reina, publicado anteriormente con el título de Toda, reina de Navarra, libro que se refiere precisamente al tránsito desde Pamplona a Córdoba de la casi octogenaria reina; su nieto Sancho el Gordo; su hijo, García Sánchez, rey de Navarra y séquito, al palacio califal de Córdoba tras cruzar así mucha España, desde Zaragoza a la Vía de la Plata. Aunque no puede asegurarse que visitaran la nueva ciudad de Medina Azahara, a pocos kilómetros de distancia de la gran Mezquita en dirección a Sierra Morena, se cree que, sobre todo, el hospedaje de tan ilustres huéspedes tuvo lugar en Córdoba.
Algunos de nuestros actuales escritores, tanto César Vidal como Manuel Pimentel se han referido al episodio, el primero como hecho histórico y el segundo aludiendo a un supuesto carácter legendario. Incluso Castelar en El Suspiro del moro escribió que no era infrecuente que príncipes cristianos pidieran ayuda a los musulmanes peninsulares y cita: "Un Sancho el Craso corre a pedir salud y a iluminarse con la ciencia y con el arte a las ciudades cordobesas".
Fue en este contexto como una dieta de adelgazamiento, que llamamos de Medina Azahara por su contexto histórico y prescrita por un médico judío, contribuyó a que se repusiera en el trono de León y Asturias al que era conocido como Sancho el Craso. Pero, dejando a un lado la política, ¿cuál fue la dieta del judío que consiguió el milagro de rebajar el peso del rey Sancho el Gordo en bastantes arrobas pamplonesas? [1]
Si alguien cree que podría hacer esta dieta para moldear cuerpo antes de las vacaciones, debe tener en cuenta que son concordantes los testimonios que confirman que aquella no fue una dieta voluntaria sino que sobre el pobre Sancho el Gordo fue ejercida una dictadura alimentaria dado el carácter levantisco del obeso.
En la novela de Ángeles Irisarri, relata el médico judío Hasday a la reina Toda cuando esta preguntó por la cura:
Corrió el rumor de que don Sancho tenía cosida la boca, que se iba en aguas sucias por arriba y por abajo, y cuando se dijo que había muerto hacía tres días y que ya hedía, la reina Toda, sobrecogida, llamó a Hasday a consulta.
El práctico judío confesó que en efecto la habían cosido la boca, que se iba por arriba y por abajo, que había estado en peligro de muerte pero que, había perdido por entonces treinta arrobas pamplonesas, a razón de dos y media por día. Se esperaba que perdiera bastantes más. De hecho, más del doble.
Agua de sal, de azahar, menta o toronjil
La dieta, en efecto, era bien severa. Nada de comer sólido..., bebiendo agua de sal, de azahar, menta o toronjil, y cocimientos de verduras, bardana, cola de cerezo, diente de león, miel de enebro o arrope de saúco, todo ello en su justa medida... "Vuestro nieto el rey sorbe por una pajita que le introducimos en la boca a cada comida y hace siete condumios al día...", explicaba el judío.
Para soportar tal infierno, había sido atado a la cama y "tratado con sedativos y baños de vapor para sudar, y que se le habían aplicado masajes para que se le fuera tensando la piel..." Pasar de la gula al ayuno total los primeros días, conllevó lágrimas, violencia hacia sus cuidadores, maldiciones, y blasfemias hacia el Dios propio y hacia los extraños.
Una vez perdidas las primeras quince arrobas, pusieron al rey Sancho a caminar atado con cuerdas más o menos un cuarto de legua (poco más de un kilómetro), luego media legua (dos kilómetros largos). Ante su indolencia, se le fabricó un andador a medida con la que anduvo una legua entera al día.
Finalmente, la dieta Medina Azahara consiguió que Sancho el Gordo perdiera más de setenta arrobas pamplonesas de entonces. En la Gran Enciclopedia de Navarra leemos que una arroba medieval equivalía a 13,392 kilos. Hay otras consideraciones que atribuyen a las arrobas navarras nada menos que 25 kilos, lo cual sobrepasa todo sentido admisible. De hacer caso a la primera medición, la dieta califal habría hecho perder al pobre Sancho nada menos 900 kilos. Los especialistas suponen que perdió 120 kilos en cuarenta días, pero ni siquiera eso parece posible.
No sabemos si volvió a engordar o no, maldición persistente de otras dietas. Una manzana envenenada le proporcionó la dieta definitiva.
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