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Pedro Fernández Barbadillo

Eterno Franco, ¡desdichados de nosotros!

Muchos derechistas y hasta obispos esperan que con la exhumación de Franco concluya la necrofilia de la izquierda pero el ajuste de cuentas proseguirá.

Muchos derechistas y hasta obispos esperan que con la exhumación de Franco concluya la necrofilia de la izquierda pero el ajuste de cuentas proseguirá.
Basílica del Valle de los Caídos | Cordon Press

Cuando murió el emperador Francisco José I en 1916, en mi añorada Austria-Hungría la mayoría de los ciudadanos sólo había conocido un monarca, ya que éste vivió una larga vida de 86 años y empezó a reinar en 1848.

Me temo que algo parecido me va a pasar a mí. Nací con Francisco Franco en la jefatura del Estado, asistí a su enterramiento y, como todos los españoles, sobre todo los de izquierdas, sigo viviendo a su sombra, como si el tiempo no hubiera transcurrido.

A pesar de lo que nos intentan inculcar desde el siglo XIX los borbónicos, los republicanos, los liberales, los masones, los separatistas, los izquierdistas y los regeneracionistas, la historia de España no es una colección de deformidades ni termina mal, como dijo el gran imbécil de Gil de Biedma.

España, una historia normal

Desde el final del Antiguo Régimen, es una historia muy parecida a la del resto de Europa y sólo se distingue por su menor mortandad y violencia. En poco más de 70 años (1789-1871), Francia conoció tres repúblicas, dos imperios, la caída y la restauración de los Borbones, la monarquía de los Orleans, dos invasiones extranjeras, la matanza de la Comuna, varios genocidios perpetrados por los jacobinos, abundantes revoluciones...

Alemania, que de haber tenido paciencia a principios del siglo XX se habría convertido en unas pocas décadas en la potencia hegemónica en Europa sin disparar un tiro, fue derrotada en dos guerras mundiales, estuvo a punto de desaparecer, provocó un odio a lo germano que todavía pervive y perdió 200.000 kilómetros cuadrados de territorio.

España no ha sido diferente. Sus períodos de tiempo son algo diferentes de los del resto de Europa, pero sólo porque ha estado al margen (en ocasiones por fortuna), de muchos acontecimientos y corrientes de pensamiento: industrialización, crisis del liberalismo, izquierda terrorista, fascismo, guerras mundiales, desarrollismo, Estado del bienestar, partitocracia, adhesión al proyecto europeísta, invierno demográfico…

Con la intención de acabar con la anormalidad española, he escrito un libro titulado Eternamente Franco, que ofrece algo tan subversivo en esta época de sentimientos y emociones como son documentos, datos y testimonios no manipulados por la ‘memoria histórica’ o el paso del tiempo.

Por ejemplo, al franquismo se le reprocha que mantuviera el racionamiento cuando, según sus enemigos, "en Francia, al día siguiente de que terminara la guerra ya había de todo". Lo cierto es que la cartilla de racionamiento la introdujo en España la izquierda (1937) y se retiró (1952) más tarde que en Alemania Occidental (1950), Italia y Francia (1949); pero antes que en Alemania Oriental (1958), Finlandia (1955) y Reino Unido (1954).

Uno de los datos para mí más sorprende es que una dictadura con un aparato represivo más estúpido que racional (¿por qué se obligaba a tribunales militares a dictar penas de muerte que luego, después de una campaña de protestas en el extranjero, Franco indultaba como gesto de clemencia?) tuviera en 1974, último año completo del régimen, menos de 15.000 presos, cuando en la democrática Francia en 1975 los internos superaron los 26.000.

Entre 1964 y 1977, el Tribunal de Orden Público dictó menos de 4.000 sentencias condenatorias. Al que le cayó una, poca gracia le haría, pero como escribió Gustavo Bueno en una cita que recojo:

"los efectos de la dictadura, terribles para quien tuvo que sufrir el fusilamiento, la cárcel o el exilio, o para sus parientes, no afectaron a la gran masa de la población, sino a una parte porcentualmente muy pequeña, y esto sin contar sólo a los vencedores (la mayor parte de los «vencidos» se adaptaron o se transformaron en fervientes falangistas, franquistas, o incluso en frailes y monjas)"

El democristiano José Manuel Otero Novas, ministro de UCD, me dijo en una entrevista que él sí estuvo procesado por el TOP, a diferencia de Felipe González, que no lo estuvo.

Salvación de judíos incluso después de la guerra

Otro asunto en que los documentos no se aceptan es la relación del régimen franquista con los judíos. Para negar la intervención de Franco en la salvación de miles de judíos se sostiene que los diplomáticos españoles (todos ellos franquistas, por cierto) realizaron su labor heroica realizada en contra de las instrucciones dadas por Madrid. ¡Menuda dictadura que permite que esos funcionarios saboteen su política exterior… y luego les premia (Sanz Briz fue el primer embajador de España en China, nombrado en 1973)!

La historiografía española apenas ha tratado la colaboración del franquismo con Israel para evacuar cientos de judíos, casi todos pobres, de Marruecos después de la independencia (1956) y de Egipto después de la guerra de los Seis Días (1967).

Como planteo, ¿por qué el franquismo iba a proteger a judíos a petición del Gobierno de Israel cuando ya había levantado uno de sus pilares fundamentales en política exterior, la ‘tradicional amistad hispano-árabe’, de la que habló Franco hasta poco antes de su muerte y que ya tenía en la cabeza antes del final de la guerra? ¿No se trata de una continuidad con la política de los años 40?

Ahora la matraca sobre Franco gira en torno a su exhumación anunciada por el Gobierno de Sánchez. Se escucha en las Cortes y las tertulias la explicación oficial: el militar gallego era tan malvado que planeó el Valle de los Caídos como su mausoleo. Es imposible mostrar la copia de la orden del rey Juan Carlos en que el 22 de noviembre de 1975 entregaba el cuerpo de quien le eligió como su sucesor. Parecería que Franco llegó por su propio pie a su tumba, como un vampiro herido.

El enterramiento de Franco fue propuesto por los servicios de información del régimen, el SECED, que se volcó en refundar el PSOE para sustituir al PCE como partido principal de la izquierda española. La Operación Lucero la aprobaron el presidente del Gobierno, Carlos Arias, y el príncipe de España, Juan Carlos de Borbón. La intención de Franco, hombre previsor como comprobó el general Walters cuando le visitó por encargo del presidente Nixon para preguntarle qué iba a ocurrir en España después de su muerte, consistía en ser enterrado en un panteón familiar que él y su esposa habían comprado en el cementerio del Pardo.

¡Qué paradojas! En 1975, el Gobierno franquista expropió el cuerpo de Franco para enterrarlo donde creía más conveniente y cuatro décadas después un Gobierno socialista lo sigue usando como propiedad pública. Por cierto, ¿no se van a pedir responsabilidades a quien firmó su traslado al Valle?

Aunque muchos derechistas y hasta obispos esperan que con la exhumación de Franco concluya la necrofilia de la izquierda, ‘esto’, el ajuste de cuentas hecho por los nietos de los vencidos en la guerra, proseguirá. Prepárense para la próxima campaña: los ‘niños robados’. No existió una trama montada por el Estado para despojar a los ‘rojos’ de sus hijos, tal como reconocieron la Fiscalía General del Estado (cuyas conclusiones cito) y una comisión del Parlamento vasco, pero la ‘verdad oficial’ se impondrá vía decreto y vía subvención.

Eterno Franco, insoportable izquierda y mezquina derecha.

(Eternamente Franco se presentará a las 19:30 horas del jueves 5 de julio en la librería Neblí de Madrid, en la calle de Serrano, nº 80)

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