En un viaje a Irlanda, un irlandés me contó un secreto: los corderos ingleses que comemos en Europa no son tan ingleses como el pastel de riñones. Se trata de corderos nacidos y criados en Irlanda que luego compran ganaderos ingleses y llevan a su isla. Allí permanecen el tiempo mínimo (unos tres o seis meses) para que la ley los considere como ingleses de puro balido y entonces se sacrifican y exportan como carne inglesa. Es más fácil obtener la ciudadanía británica para un cordero irlandés que para un individuo irlandés.
Como ve, amigo lector, la estupidez española de vender aceite de oliva a empresas italianas que éstas revenden en el mundo entero con su marca y sus colores no es característica de nuestro pueblo, sino que afecta a otros.
Y de la misma manera que un abracadabra convierte a un cordero irlandés en un cordero inglés, otro transformó a la familia real británica de Sajonia-Coburgo y Gotha en Windsor.
Los Estuardo, expulsados por católicos
Con la muerte en 1603 de Isabel I, los ingleses dejaron de tener dinastías nacionales en los siglos siguientes. A la última monarca de la dinastía Tudor, le sucedió Jacobo VI de Escocia, hijo además de la reina María I, a la que Isabel encarceló y ejecutó en 1567. Así la Corona de Inglaterra pasó a los Estuardo. Después de dos derrocamientos, el de Carlos I por absolutista y por tener una esposa católica, y el de Jacobo II por católico, los ingleses protestantes prefirieron las hijas de éste, educadas en el anglicanismo, María y Ana.
Como éstas no tenían hijos, el Parlamento inglés, controlado por los protestantes, aprobó una ley en 1701 que excluía de la sucesión real a todos los Estuardo católicos y llamaba a una nieta de Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, Sofía de Hannover, y a sus descendientes.
La instauración de la nueva dinastía se produjo en 1714 al fallecer Ana. La ley (el Acta de Establecimiento) causó una crisis en las relaciones entre Inglaterra, que controlaba Irlanda y Galés, y Escocia, aún independiente, pues, aunque ambos reinos compartían un mismo monarca, mantenían sus Parlamentos separados y la cámara inglesa no había contado con la escocesa al excluir a los Estuardo.
De esta manera accidentada llegaron a Inglaterra los Hannover desde Alemania y tuvieron que luchar contra escoceses, irlandeses y católicos ingleses para asentarse en el trono. El primer rey, Jorge I (1714-1727), no habló nunca inglés correctamente, lo que benefició el desarrollo del parlamentarismo: el monarca delegaba el gobierno en el primer ministro, que negociaba con el Parlamento, donde se enfrentaban ya los partidos tory y whig.
Su hijo y sucesor, Jorge II (1727-1760), tampoco nació en la isla ni tenía el inglés como lengua materna. Estos dos requisitos solo los reunió por primera vez Jorge III, que, aparte de perder las trece colonias americanas, tuvo el reinado más largo de los monarcas británicos (1760-1820) hasta Isabel II.
Además, los reyes de la Casa de Hannover, muy pendientes de sus estados en Alemania, casaron con aristócratas de su raza, conocidas en la realeza europea por su fecundidad y su obediencia.
Un bombardero llamado Gotha
La Casa de Hannover concluyó cuando la reina Victoria (1837-1901) se desposó con su primo hermano Franz Albrecht August Karl Emanuel von Sachsen-Coburg und Gotha, duque de Sajonia, cuyo nombre se acortó a príncipe Alberto.
El siguiente monarca británico, Eduardo VII (1901-1910), perteneció a la casa real de Sajonia-Coburgo y Gotha. Su esposa fue la princesa Alexandra zu Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, hija del rey de Dinamarca. En los siglos XVIII y XIX se recurría a la pequeña aristocracia alemana para cubrir los tronos vacantes.
El futuro Jorge V (1910-1936) casó en 1893, por insistencia de su abuela Victoria, con la princesa Victoria María de Teck. Aunque ésta nació en el palacio de Kensington en 1863, su padre y su linaje provenían del ducado de Teck, en el reino alemán de Wurtemberg.
La Gran Guerra que tantas cosas cambió sirvió para que los 'royals' británicos borrasen su ascendencia germana. Ya en 1914 el zar Nicolás, casado con una alemana gracias a que el emperador Guillermo II ofició de casamentero, había aprobado el cambio de nombre de la capital de Rusia de San Petersburgo a Petrogrado.
En junio de 1917, los alemanes comenzaron los bombardeos aéreos sobre Gran Bretaña. En uno de ellos una bomba cayó en una escuela en Londres y mató a 18 niños. Los bombarderos, Gotha V. G., llevaban el mismo nombre que la casa real británica.
Días después, Jorge V aprobó la sustitución de apellidos y títulos alemanes ostentados por varios de sus parientes por otros ingleses. Por ejemplo, el ducado de Teck pasó a ser el marquesado de Cambridge. Así desaparecieron los Sajonia-Coburgo y los Gotha. La casa de Battenberg cambió su nombre a Mountbatten.
La 'purificación' también alcanzó a la mismísima familia real. El 17 de julio de 1917, mientras la Ofensiva Kerenski fracasaba ante los alemanes y los austriacos, el rey y emperador Jorge V comunicó a sus súbditos que él y sus descendientes sustituían su apellido por el de Windsor, un palacio real cercana a Londres, donde los monarcas de la Casa de Hannover gastaron varias fortunas para convertirla en una de sus residencias favoritas, lejos de miradas indiscretas.
Traición a su primo, el zar ruso
Jorge V fue uno de los primeros políticos europeos consciente de la importancia de las relaciones públicas y de la popularidad. No sólo rompió con sus vínculos alemanes, sino que también en el mismo año de 1917 presionó al primer ministro Lloyd George para que rechazara la concesión de asilo a su primo Nicolás II, su esposa (también de origen alemán, Alejandra de Hesse) y sus cinco hijos, cuando el presidente del Gobierno Provisional ruso, Aleksandr Kerenski, ofreció a los británicos organizar la salida de la derrocada familia imperial.
La razón que impulsó al Windsor a comportarse de manera tan miserable con Nicolás, que, aparte de ser primo carnal suyo, había perdido el trono por ser fiel a la alianza con Inglaterra y Francia, fue el miedo al desprestigio que podría acarrearle entre su pueblo la presencia en su país a quien la opinión pública británica consideraba un autócrata. Mientras Nicolás enviaba a cientos de miles de soldados contra las ametralladoras y los cañones de los Imperios Centrales, esa autocracia no molestó ni a los políticos, ni a los periodistas, ni a los intelectuales, ni a los Sajonia-Coburgo y Gotha... perdón, Windsor.