El pasado 17 de julio tuve la suerte de poder entrevistar, quizá la última entrevista que concedió, al maestro de maestros Richard Pipes, uno de los historiadores que más y mejor han buceado en las entrañas de la Revolución Rusa, probablemente el acontecimiento de mayor impacto del siglo XX. Pipes me recibió en su acogedora casa de New Hampshire, a la orilla de un lago idílico donde el viejo profesor pasaba los veranos en compañía de su mujer y a la espera de la visita de sus hijos y nietos.
La historia de Pipes es nuestra historia. Judío polaco nacido en el siglo XX, su padre había sido soldado durante la Primera Guerra Mundial y fue siempre consciente de la amenaza que suponía el auge nazi. Es por eso que huyó con su familia tan pronto los alemanes entraron en Varsovia en el 39. A finales de mes ya estaban en Lisboa, después de pasar en tránsito por Italia y España. Finalmente puso rumbo a Nueva York. Cuando Estados Unidos entra en guerra, el joven Pipes ya tenía interés por la historia, entonces sólo por la historia del arte. Participó en la Segunda Guerra Mundial en el ejército estadounidense lo que le permitió ver de primera mano el importante sacrificio hecho por los rusos en la derrota de Hitler.
Entonces se sabía muy poco de la historia y las costumbres de Rusia, y muy especialmente en EEUU. Por eso, cuando Pipes se une al ejercito norteamericano se presenta voluntario para aprender ruso y poder trabajar como interprete y traductor. Lo aprendió muy rápido por sus similitudes con su lengua materna el polaco. Acabada la guerra, y ya fascinado por la historia, decidió especializarse en Rusia. Poco después de graduarse empezó a dar clases de Historia en la Universidad de Harvard. Corrían los últimos años de la década de los 50. Las aulas y pasillos de Harvard fueron su segunda casa hasta 1996 cuando paso a ser profesor emérito y se retiró de la docencia. Cuando le entrevisté, la Universidad de Harvard ya trasladaba toda su obra para integrarla en un archivo de estudios rusos. Durante estos años Pipes desarrolló una fecunda trayectoria intelectual y académica. Escribió hasta 25 libros, la mayoría sobre la historia de antes, durante y después de la Revolución Rusa, que él describió como el acontecimiento más significativo del siglo XX.
Su amplio conocimiento sobre Rusia le llevó a la administración Reagan como miembro del Consejo de Seguridad Nacional, y a colaborar durante los años 70 en el llamado equipo B de la CIA, entonces dirigida por el luego presidente George G.H. Bush. El equipo B era un grupo de análisis complementario al trabajo que desarrollaba la CIA en todo lo referente a la amenaza Soviética durante la Guerra Fría. Algo así como un Jack Ryan de carne y hueso, pero sin llegar al punto de realizar operaciones de campo. Vale la pena leer "Vixi", el libro de sus ricas memorias.
La monumental obra de Pipes sobre la Revolución Rusa tiene varias contribuciones notables. Una es la de establecer una condena moral y sin paliativos a la revolución bolchevique. En buena tradición conservadora, y de manera similar a la lectura que hace Tocqueville o Burke a la revolución francesa, Pipes realiza en todos sus libros sobre el tema un severo juicio moral a la minoría bolchevique (que nunca hizo justicia al significado de su nombre), que para imponer sus ideas no dudó en utilizar la mentira, la violencia y el terror. Se pone en valor, por el contrario, el liderazgo reformista de Stolipin, no ha así el papel del último zar de Rusia, Nicolás II, incapaz de gestionar el hartazgo y desgaste que supuso la guerra para el pueblo ruso y de dar cobertura a las reformas que quería impulsar una parte de la élite rusa.
Pipes desmonta el mito por el cuál los problemas en Rusia habían llegado con Stalin, que Lenin, y los primeros revolucionarios tenían "buenas intenciones". Todo falso. Stalin era discípulo de Lenin, aunque sus personalidades eran totalmente diferentes. La idea de Stalin de convertirse en un férreo dictador, de usar masivamente los mecanismos del terror, está también en Lenin como explicó en su voluminosa biografía del oscuro personaje. "Lenin era indiferente a la vida humana, me explicaba en el porche de su casa, si tenía que deshacerse de alguien, lo hacía sin problemas. Stalin tenía instintos sádicos: disfrutó decretando el exterminio de millones de personas."
El libro desmonta muchos otros mitos en torno a la Revolución Bolchevique como los propios hechos de octubre que no fueron ninguna revolución -el último zar había abdicado en febrero- sino un cruel golpe de Estado de una pequeña facción liderada por el cruel y fanático Lenin. Pipes explica en detalle la conspiración con la que los bolcheviques tomaron el poder y el abrumador rechazo que tuvo el golpe de Estado, especialmente, entre trabajadores y campesinos, lo que derivó en una cruenta guerra civil y en una poderosa máquina de terror sin la que el socialismo real hubiera sido imposible. La obra de Pipes permite distinguir perfectamente entre un proceso de rebelión (fenómeno espontáneo de derrocamiento de un Gobierno) y una revolución (proceso de conquista del poder por parte de una élite con la contribución de la inteligencia). Otro de los grandes protagonistas de un proceso que causaría durante los 100 años siguiente más de 100 millones de muertos en todo el mundo. Duele al escribirlo.
Con todo, y como siempre ocurre, el mejor libro de un autor –y es difícil escoger solo uno en el caso de Pipes– suele ser también el más desconocido. En el caso de Pipes se trata de un breve y delicioso ensayo con el sugerente título "Libertad y Propiedad: Dos conceptos inseparables a lo largo de la historia" en el que Pipes explica los orígenes y el profundo sentido moral de la propiedad, base de la convivencia pacífica de cualquier civilización próspera. El mejor homenaje que se le puede hacer hoy al bueno de Pipes es leer y releer sus maravillosos y vigentes libros.