Catalina de Aragón, la más pequeña de los cinco hijos de los Reyes Católicos, tuvo el destino más triste de todos ellos. Debía haber fundado una alianza entre España e Inglaterra, pero fue repudiada y maldecida por su marido, prisionera en un castillo lejos del sol y el cielo azul de su patria, excusa para un cisma y quizás víctima de envenenamiento.
El destino de la infanta Catalina (Alcalá de Henares, 1485) se decidió antes de que ella cumpliera cuatro años de edad, cuando ni de puntillas alcanzaba a besar a su madre. Antes de la conquista de Granada y del viaje de Colón, Enrique VII, primer monarca de la dinastía Tudor, intuyó que España sería una gran potencia. Por eso firmó el Tratado de Medina del Campo (1489): alianza contra Francia y fomento del comercio entre ambos reinos. Y como garantía, el matrimonio entre Catalina y el príncipe de Gales, Arturo, de tres frágiles años.
Como en los cuentos, la amenaza siguió a la niña de ojos azules hasta que se convirtió en una muchacha alabada por su belleza. En agosto de 1501, zarpó de La Coruña para su nueva patria. La boda se celebró en Londres en noviembre, pero el príncipe se apagó en sus brazos en abril siguiente, sin haber podido siquiera consumar el matrimonio.
Su padre y su suegro volvieron a traficar con su vida. Ninguno de ellos quería mantener a la lozana viuda. Catalina pasó necesidades para pagar su casa. Cuando Enrique también enviudó (1503), propuso a Fernando casar él con Catalina. La reina Isabel vetó semejante plan. El inglés también pidió la mano de Juana después de fallecer Felipe el Hermoso (1506); pero la nueva reina de Castilla se negó. Así, la princesa viuda de Gales fue reservada para el joven Enrique, nacido en 1491.
Enrique VII murió en abril de 1509. Su heredero se apresuró para casarse con Catalina, a la que deseaba, en junio y once días más tarde ambos fueron coronados. Enrique VIII tenía 18 años y Catalina 24.
La española en seguida mostró su inteligencia (fue amiga de Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam) y su caridad con los pobres. En el verano de 1513, su marido cruzó el Canal para combatir a Luis XII, enemigo de su suegro y del papa. Entonces, Jacobo IV de Escocia, aliado de Francia, atacó desde el norte a los ingleses. Catalina, nombrada regente, se puso al frente de un ejército y venció a los escoceses en la batalla de Flodden. Fue la mayor batalla entre ambos reinos y Catalina dirigió un ejército inferior en número. Envió a su marido la capa ensangrentada de Jacobo.
Para Salvador de Madariaga:
Catalina es quizás la única mujer, en verdad el único ser humano, que haya logrado vencer la barrera que separa a todo inglés, por universal que sea, de todo extranjero, por anglificado que esté.
Su enemigo Thomas Cromwell dijo de ella:
Si no fuera por su sexo, habría podido desafiar a todos los héroes de la historia.
Pero fracasó en engendrar un varón sano. Entre 1510 y 1518 parió seis hijos, de los que sólo sobrevivió una niña, María (1516).
En 1525, Enrique se encaprichó de una dama de la corte, Ana Bolena. Para casarse con ella pidió al papa Clemente VII que declarase nulo su matrimonio, ya que decía que se había casado con la viuda de su hermano, cosa prohibida en la Biblia.
El amor de Enrique por Catalina se convirtió en odio.
En 1529, en una corte eclesiástica, a la que asistía el legado del Papa, Catalina pronunció un discurso ante su marido en el que reconocía su abandono:
No tengo aquí ningún amigo seguro y mucho menos un consejo imparcial.
También insistió en su virginidad:
Cuando me tuvisteis por primera vez, pongo a Dios por testigo que yo era una verdadera doncella no tocada por varón. Invoco a vuestra conciencia si esto es verdad o no.
Enrique expulsó de la corte a Catalina y dio sus habitaciones a Ana. En 1533, se casó con su amante y el arzobispo de Canterbury declaró nulo su matrimonio con Catalina. Ésta fue degradada a princesa viuda. El papa negó la anulación a Enrique y entonces el déspota se separó de la Iglesia católica (1534).
Catalina acabó en el castillo de Kimbolton, separada de su hija, a la que Enrique había declarado ilegítima. Se ponía cilicio y ayunaba. Sus partidarios llevaban las cartas que se escribían madre e hija. Enrique les prometió que vivirían juntas si reconocían a Ana Bolena como reina, pero las dos se negaron al chantaje.
Eustace Chapuys, el embajador de su sobrino, el emperador, presentó a Catalina un plan para huir al Flandes español y provocar un alzamiento contra Enrique, pero ella no quiso que por su causa se vertiese sangre inglesa.
Catalina falleció en enero de 1536 y se sospechó que a causa de un veneno. Tanto Enrique como su amante Ana se vistieron de amarillo, color de alegría en Inglaterra. El día del enterramiento de Catalina, Ana tuvo un aborto de un feto masculino. En mayo fue decapitada.
Enrique VIII fue uno de los monarcas más crueles de Europa. Impuso numerosas leyes de persecución a los católicos y de represión de disidentes, de brujas y de homosexuales que constituyeron hasta el siglo XIX la base de un Estado policial, ampliado por sus sucesores.
Pese a los esfuerzos de Enrique por perpetuar su linaje, su único hijo, Eduardo VI, murió a los 16 años de edad. Sus dos despreciadas hijas fueron reinas. María casó con el príncipe Felipe de España en 1554, pero no engendró hijos. Ella fue la última soberana católica de Inglaterra.