Brest-Litovsk: más rojos que rusos
El tratado de Brest revela que los bolcheviques eran antes rojos que rusos. Con tal de mantenerse en el poder, desmenuzaron su patria. Si la extrema izquierda española sufre de ‘hispanofobia’, la extrema izquierda rusa padecía de ‘rusofobia’.
Los comunistas explican la paradoja de que la primera revolución socialista sucediese en un país con escaso proletariado recurriendo a la Gran Guerra. Sin ella, no habría sido posible el triunfo rojo en Rusia. La realidad es que sin el respaldo de la Alemania imperial, incluso financiero, a los bolcheviques, éstos habrían fracasado. Así lo subraya Sebastian Haffner (El pacto con el diablo):
"Sin la alianza de Alemania, la revolución de Octubre hubiera sido imposible. Sin la ayuda alemana, Lenin no hubiera sido más que un impotente desterrado, un espectador de los acontecimientos del mundo con mala fama y sin talento. (…) A su sublevación también le hubiera faltado dinero, lo cual puede parecer secundario, pero finalmente fue imprescindible."
El Decreto de la Paz
Cuando tomaron el poder en octubre (noviembre, según el calendario gregoriano), el primer objetivo de los bolcheviques era convertir la ‘guerra imperialista’ en ‘guerra revolucionaria’. Y una pieza del plan era el Decreto de la Paz, escrito por Lenin, que proponía a todos los contendientes una paz "democrática y justa", sin anexiones ni indemnizaciones y basada en la autodeterminación de los pueblos.
Como los Aliados se negaron a ello, León Trotski, nombrado comisario del pueblo (ministro) para Asuntos Exteriores, invitó a los Imperios Centrales a negociar un armisticio. Las delegaciones se reunieron en la ciudad rusa de Brest-Litovsk el 3 de diciembre de 1917, entonces residencia del cuartel general alemán en el frente oriental. Ahí se enfrentaron dos mundos. En el tradicional banquete de bienvenida, el príncipe Leopoldo de Baviera tuvo que escuchar a una mujer miembro de la delegación rusa (ya empezaban las cuotas), llamada Bizenco, cómo había asesinado a un gobernador del zar.
Los alemanes querían eliminar a Rusia de la guerra y además convertirla en una colonia. Los bolcheviques pretendían acelerar la que para ellos era inminente revolución proletaria mundial. Era por tanto un acuerdo imposible.
Las negociaciones, a las que se unió Trotski como jefe de la delegación rusa el 9 de enero, se alargaban. Los bolcheviques se negaban a aceptar las exigencias de las Potencias Centrales y Trotski recurrió a un artificio verbal: propuso retirarse de la mesa y difundir el lema "ni guerra ni paz".
Ya que no era posible la resistencia militar, al menos, pensaba, los bolcheviques obtendrían victorias propagandísticas. Demostrarían que no eran peones de los alemanes y el belicismo de éstos aceleraría el levantamiento de los soldados y obreros. "Trotski tendía a pensar que una victoria moral era real; que un enemigo desenmascarado era un enemigo vencido" (Sebastian Haffner).
Lenin reclama la paz al precio que sea
Lenin, en cambio, proponía la paz inmediata, al coste que fuera. Según expuso en un artículo publicado el 20 de enero, una tregua daría a los bolcheviques tiempo para mantener el gobierno, aplastar a la burguesía y nacionalizar la industria, de modo que el socialismo se convertiría en invencible en Rusia y de ahí, gracias al Ejército Rojo, se extendería por el mundo. En caso contrario, los Centrales, los Aliados o los propios rusos derrocarían a los rojos.
Pero el comité central votó a favor de Trotski y éste anunció a los negociadores que Rusia retiraba y desmovilizaba su ejército. Mientras tanto, las Potencias Centrales firmaron un acuerdo con la república de Ucrania, separada de Rusia, y desplegaron tropas en ella. En respuesta a Trotski, Berlín y Viena mandaron varios ultimátums a Petrogrado y en febrero ordenaron el avance de sus tropas hacia el este, que se hizo sin hallar resistencia.
Las negociaciones se realizaban ante los ojos de las embajadas y las misiones militares de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Cuando los Centrales reanudaron los ataques, Trotski también trató de involucrar a los Aliados en su juego y les preguntó si estarían dispuestos a armar y entrenar el Ejército Rojo.
A finales de febrero, la aterrada cúpula bolchevique se reunió para decidir una respuesta y Lenin, al que respaldaban Kámenev, Zinóviev y Stalin, planteó que o se aceptaba su propuesta o dimitiría. "Aquella fue acaso la lucha política más dura de su vida" (Pipes) y la ganó.
La siguiente discusión fue quiénes firmarían el tratado. Trotski, que ya había renunciado a su puesto de comisario de Asuntos Exteriores, se negó. Formada la delegación, ésta se dirigió a Brest el 24 de febrero. Los rojos llegaron a Brest el 1 de marzo y firmaron el tratado el 3 de marzo de 1918.
Unos días más tarde el Sovnarkom (Gobierno soviético) nombró a Trotski comisario del pueblo para la Guerra. Pasó a mandar el Ejército Rojo y lo convirtió en vencedor frente a los blancos y los campesinos.
Un ‘Diktat’ peor que el de Versalles
El tratado de Brest era leonino para el Gobierno bolchevique: debía ceder territorios a turcos, austriacos y alemanes; reconocer la independencia de Ucrania y las de Letonia, Estonia y Finlandia (donde los alemanes planeaban instalar monarquías); y cesar en la propaganda revolucionaria que hacía entre las tropas enemigas. Rusia perdía la cuarta parte de la población y la industria del antiguo Imperio y el 90% de sus minas de carbón; tenía que permitir la presencia económica de alemanes y austriacos...
Según Richard Pipes (La Revolución Rusa), Brest impide a los alemanes quejarse del Diktat de Versalles, "más moderado en todos los aspectos que el tratado que ellos le habían impuesto a la indefensa Rusia".
Lenin se convirtió entonces en el hombre más odiado de Rusia. Para protegerse de atentados, la noche del 10 al 11 de marzo se trasladó en tren al Kremlin de Moscú, ciudad que volvió a ser la capital del país. La reacción popular estalló en protestas y atentados, como el asesinato del embajador alemán en julio y los disparos contra Lenin en agosto.
El tratado de Brest revela que los bolcheviques eran antes rojos que rusos. Con tal de mantenerse en el poder, desmenuzaron su patria. Si la extrema izquierda española sufre de ‘hispanofobia’, la extrema izquierda rusa padecía de ‘rusofobia’. También mostró a los ingenuos el despiadado realismo de los bolcheviques.
Alemania pierde su imperio en el Este
Para los alemanes, el tratado llegó demasiado tarde. El general Erich Ludendorff empezó una serie de desesperadas ofensivas en Francia el 21 de marzo, antes de que los ejércitos de EEUU estuviesen completamente desplegados. Se prolongaron en la primavera, pero fracasaron. En agosto, los Aliados comenzaron la Ofensiva de los Cien Días, que concluyó con la petición de un armisticio por parte de Alemania el 11 de noviembre de 1918.
El colapso de los Imperios Centrales liberó a los bolcheviques del oprobio de Brest-Litovsk. El 13 de noviembre, Moscú denunció el tratado. Y, más efectivo aun, los Aliados exigieron a Alemania que retirase sus tropas a las fronteras de 1914. Como dice Pipes, Lenin se convirtió en el oráculo al que nadie se atrevía a replicar:
"tras la capitulación de Alemania ante los Aliados occidentales, su prestigio dentro del movimiento bolchevique ascendió a cotas inauditas. Nunca antes había hecho nada que contribuyese tanto a su fama de infalibilidad; en adelante no necesitó volver a amenazar con su dimisión para que las cosas se hicieran a su manera."
Además, a partir de ese momento, los bolcheviques pudieron dedicarse a combatir a sus enemigos internos, mediante la Cheka y el Ejército Rojo.
La URSS (nombre dado en el Tratado de 1922 al nuevo país) reconquistó Ucrania y otras pequeñas repúblicas separatistas, pero tuvo que reconocer la independencia de Polonia, Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia, así como la entrega a Rumanía de la Besarabia. Después de que Stalin tomara el poder absoluto, como efecto de la rusificación del régimen, uno de sus fines en política exterior fue la recuperación de esos territorios.
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