Desde que siendo prácticamente un niño entrase en la resistencia antinazi de Bélgica, Noah Klieger parece haber vivido lo que serían varias vidas intensas: superó dos años en Auschwitz, cubrió como periodista los juicios contra nazis, viajó en el Éxodo 1947, lucho en la Guerra de Independencia en Israel, presidió el Macabbi de Tel Aviv –el club de baloncesto que es la organización deportiva más famosa del país hebreo– y, mientras hacía todo esto, daba charlas sobre el Holocausto: "He hablado ante distintos tipos de audiencias unas 12.000 veces, siempre sin cobrar, para mí era una misión".
De hecho, en un encuentro con periodistas en la exposición sobre Auschwitz que los madrileños pueden –y deben– visitar todavía en la sala de exposiciones del Canal de Isabel II, el ya anciano superviviente nos cuenta que esa era ya una de sus motivaciones para resistir en el infierno: "Me recuperé –de Auschwitz– porque soy una persona muy fuerte y he tenido objetivos, ya allí los tenía: el primero era sobrevivir y el segundo era hablar de aquello a tantos como pudiera, porque deben saber lo que ocurrió y quizá pueda convencer a alguien de que no hay que odiar, y mucho menos matar, a nadie por ser diferente o tener otras ideas".
Además, Klieger no olvida comentar ante la prensa el tercer objetivo que ha guiado su vida: "El sionismo, yo quería ayudar a los judíos a recuperar su país y a ser una nación –explicó–estoy muy satisfecho porque he sido ciudadano de Israel desde su fundación". Sin complejos, una frase que en ningún lugar podría sonar mejor.
Ni un día sin recordar
Hace más de 70 años que Klieger abandonó Auschwitz, pero "no hay un día que no recuerde el campo y lo que vivimos allí, y aunque tengo ya 91 años tengo muy buena memoria".
Tras recorrer la exposición se muestra "contento" de que se haya hecho el esfuerzo por haber organizado una muestra así, "pero nunca se podrá mostrar lo que pasamos allí, no se podrá reproducir lo que sentíamos cuando día tras día veíamos como se mataba a miles de personas".
Le preguntamos si ha servido para algo, si hemos aprendido la lección. Vacila antes de responder: "Es difícil de decir, sigue habiendo matanzas horribles, pero no hay un proceso tan organizado, hay masacres pero no están organizadas como el Holocausto", nos dice finalmente.
Una parada llena de emoción: la silla de ruedas en la que Klieger visita la exposición frena entre una de las literas de los barracones de Auschwitz y una vitrina con uno de los uniformes de los presos del campo: "Lo llamábamos pijama, pero falta el triángulo con el color: el rojo era el de los prisioneros políticos, con una P para los polacos, que eran la mayoría, una D para los alemanes, una F para los franceses… Los judíos teníamos dos: el rojo y uno amarillo que componían una estrella de David".
"Los judíos –sigue recordando Klieger– éramos a los que peor trataban, el uniforme era peor, los zapatos de madera... nos afeitaban al llegar al campo y no volvía a crecernos el pelo…".
Verdades incómodas
Pausado, sin que su rostro deje traslucir una gota de rencor recuerda algunos detalles que podríamos denominar ‘políticamente incorrectos’: "Los no judíos tenían mejor comida y podían recibirla del exterior. Además, no digo que no pasase alguna vez, pero a mí nunca me ocurrió que los polacos me diesen algo de comida, nunca me ofrecieron nada. A veces bromeaban: ‘te daré algo de comer, pero no es kosher’, decían".
Tampoco calla al decir alguna otra verdad incómoda, como el comentario que hace el principio de la exposición: "En Mein Kampf Hitler ya dice que va a eliminar a los judíos; los alemanes que votaron por él podrían haber votado a otros partidos, no pueden decir que no sabían lo que iba a pasar, estaba escrito", dice. "No hay una explicación de por qué lo hicieron, de ese cambio que no dieron no todos los alemanes, por supuesto, pero casi una mayoría".
Ahora, aún lo sabemos más, gracias a exposiciones como la que fue marco de este encuentro y, sobre todo, gracias a personas como Noah Klieger, que resistieron, sobrevivieron, y lo han contado.